Caricatura de la portada diseñada por Maximiliano Fiocca.
No hace un año de las elecciones generales. Votó un 66,6% de la población. Resultó el voto disperso entre las diferentes facciones, pero el régimen continuó incólume.
En ese contexto, continúa la política oligárquica en la que vemos cómo el régimen de votación proporcional da un poder decisivo a las oligarquías independentistas.
Se llega a tal punto de cinismo en que, para poder formar gobierno, el descaro de Sánchez llega al punto máximo en amnistiar a terroristas. Cuestión que enfada a la población y se manifiesta ante la sede de la facción estatal en el gobierno.
Sin embargo, la política de empobrecimiento de la ciudadanía pone en situación límite al sector primario, que decide manifestarse en contra de las medidas, no del régimen. Se manifiestan para que no los castiguen tanto. Los diferentes intentos por capitalizar el descontento del sector primario en una acción en contra del régimen quedan desarticulados por los mismos agricultores, los más destacados mediáticamente.
Puede ser que me equivoque en mi análisis, o que suceda algo inesperado. Pero no hay nada nuevo bajo el sol, de hecho, la consigna del 15M buscaba ser aséptica, por no vincularse a ningún partido ni sindicato —en aquel caso urbanitas indignados—, y ahora, tenemos a la gente del campo «indignada».
Respecto a las manifestaciones, el 15M usaba las acampadas, sin embargo, los agricultores usan una estrategia de resistencia activa, cortando la circulación y las líneas de suministro. Y se suman a las protestas los que años antes fueron calmados por el gobierno con subvenciones estatales.
Dada la naturaleza internacional de las manifestaciones por la Política Agraria Común, seguramente la UE deba ceder total o parcialmente en sus medidas, pero una vez conseguidos sus objetivos: ¿continuarán las manifestaciones?
Parece ser que todos comprendemos que uno no se puede tomar en serio lo que dicen los políticos. En España —y en Europa— estamos muy acostumbrados a la caradura con la que proponen una cosa para luego hacer la contraria.
Sin embargo, hay un fenómeno que se produce en otro plano. Y es cuando dejamos el plano físico de las acciones perpetradas y entramos a hablar de siglas de partido o de cualquier otro ente jurídico.
Es así que parece no importarle a nadie, por ejemplo, que los actos de los políticos queden libres de culpa, al diluirse toda responsabilidad en la persona jurídica.
Esta característica no es exclusiva de las facciones de la partidocracia española, sino que como es definido por los tratadistas, acontece en todos los regímenes que eliminan la representación política en favor de la identificación. Pero, en estos regímenes, la medida puede ser una decisión tomada por el partido en sentido eufemístico, que enmascara una decisión de la cúpula, aun contraria a sus ideales.
Es más, hay otro fenómeno identitario del cual se vale la clase política continental, y es engendrar las medidas políticas en un producto de mercadotecnia, cual capote del que se sirven para marear a la gente y el cual les funciona de maravilla.
Si los políticos soberanos deciden que van a seguir una determinada política en detrimento de las masas, engendran un capote irreal, que les sirve como pretexto de la materialización de esa política, así sea como deflector del descontento ocasionado.
La Agenda 2030 es un claro ejemplo de capote con el que marean a los ciudadanos: tanto sirve para justificar las draconianas medidas, como para aguantar las embestidas de las protestas, ya que mientras la gente se enfada por el contenido ilusorio en ese pretexto y carga contra él, los políticos evitan ser el centro de las quejas ciudadanas, mientras ellos preparan tranquilamente la Agenda 2050, al no verse amenazados ni un ápice la estabilidad de sus carguitos. Ni pagarán por el daño provocado.
Cumplan o no cumplan sus agendas, el régimen no permite frenarlos. ¿Cuántas manifestaciones ha habido desde la transición española? ¿Cuántas encaminadas a la libertad política y contra el despotismo?
Pero lamentablemente hay una coda: saldrán oportunistas que acapararán el descontento, transformándolo en reformismo, luchadores contra el pretexto y no las causas, y los creadores incontinentes que meterán miedo «del capote» y no de «lo político».
«Y válgame la metáfora del capote
no sea toro que tienta al ardid,
sino sociedad guiada por los mejores.
Que no son los políticos bravos toreros
hacen su causa injusta lid,
hasta ser libres no desfalleceremos».
Hay agricultores y ganaderos que se han manifestado de forma contundente contra el régimen, y que son plenamente conscientes de la causa de lo que padecen, de lo que padecemos todos.