A la estela de la pandemia global de la COVID-19 llegó el bloqueo del canal de Suez por el buque portacontenedores Ever Given, poniendo de relieve de forma clara y contundente las vulnerabilidades que conlleva la globalización para la seguridad humana. Hoy más que nunca, con la localización de los polos de fabricación en Asia, y los de consumo en Occidente, los pasos y estrechos estratégicos, como el canal de Suez, por el que transita el 12% del comercio mundial y el 30% del crudo, surgen como cuellos de botella de cuya fluidez depende no sólo la seguridad energética de Europa, sino la propia salud y el bienestar de sus los ciudadanos, como quedó de manifiesto en los primeros momentos de la pandemia, en los que no se disponía de mascarillas adecuadas, o se entraba en una suerte de mercado persa, con China como directora de orquesta.
Es en este contexto en el que hay que analizar el suceso del Ever Given y el bloqueo que ha producido del canal de Suez durante seis días, con 20.000 contenedores a bordo y dejando atascados a más de 400 buques entre la entrada de Puerto Said y Suez. En este accidente, todo señala hacia el capitán, cuya responsabilidad y autoridad a bordo es incontestable, incluso en el hipotético caso de que el práctico del canal de Suez proporcionara recomendaciones erróneas, según la legislación egipcia.
Las dinámicas de la globalización dictan pautas claras que se materializan en la construcción de buques portacontenedores cada vez más grandes, a la vez que se reduce el número de compañías, lo que sugiere que el 90% del comercio mundial cada vez se sitúa más claramente en manos de menos compañías con buques con capacidad de hasta 24.000 contenedores.
En esta situación afloran las aspiraciones geopolíticas de potencias mundiales como Rusia, que aprovecha el incidente de Suez para poner sobre la mesa la ruta del Ártico, que se abre por el deshielo provocado por el cambio climático, y que este país se apresta a controlar.
¿Hemos llegado al límite del modelo económico liberal que nos ha traído a la globalización actual?
Por otra parte, en Mozambique se produce una escalada de violencia, en un país azotado cruelmente por la lacra de la guerra y los delitos de lesa humanidad, por los que nadie ha sido juzgado hasta el momento.
Con una cruenta guerra civil, que comienza prácticamente dos años después de su independencia de Portugal en 1977, dejando una terrible estela de niños soldado o la violencia sexual como arma de guerra, en 2017 aparece una insurgencia, actualmente con supuestos vínculos con el Estado Islámico, que castiga a la población.
El ataque sobre la población que tuvo lugar en la provincia de Cabo Delgado, al norte del país, el pasado 24 de marzo, ha dejado devastada la ciudad de Palma, con un número elevado de muertos y personas huidas, y donde se han informado decapitaciones.
A ello hay que añadir el factor económico representado por los abundantes recursos naturales de gas, gestionados principalmente por Total, lo que afecta a los intereses de Francia, que además tiene territorio nacional en la cercana isla de Mayotte.
Las organizaciones internacionales tardan en reaccionar y, en su lugar, surgen acciones individuales de Estados con intereses, como Francia, EEUU, o Portugal, por ser antigua potencia colonial.
África se desangra con un rayo que no cesa como consecuencia de una colonización depredadora salvaje y una descolonización marcada por el contexto internacional de la guerra fría y los intereses de la expotencias colonizadoras, que todavía se manifiestan. Mientras, los africanos, con un pasado de opresión colonial, siguen sin ser dueños ni de su presente ni de su futuro. Simplemente permanecen siendo testigos mudos de su propia desgracia y la terrible pobreza que los asola, con tierras riquísimas en recursos.