La Monarquía ligó su destino al de la partidocracia en la transición. La traición de Juan Carlos I a su padre y su patronato político a la falsa constitución de 1978 sepultó para siempre la compatibilidad de la Corona con la democracia formal. El régimen de partidos nacido tras la muerte de Franco se coaligó con la dinastía para funcionar simbióticamente. De hecho, el tan injustamente alabado consenso de los que estaban en el poder y no querían abandonarlo con los que ansiándolo entraron plácidamente en sus salones para repartírselo sería imposible sin la Monarquía.
Decía García-Trevijano en su Teoría Pura de la República que, salvo en la mística platónica, las ideas no proceden de las ideas sino de la experiencia fáctica. Y esa experiencia histórica refleja el papel imprescindible de la monarquía en la confabulación contra la libertad política de los españoles. Considerar como opción novedosa o rupturista la monarquía presidencialista es ridículo. Aun cuando se considerara un adorno de la tradición, sin ostentar la jefatura del Estado. Su mera existencia es un insulto a las ansias de libertad de la nación.
No en vano Trevijano en su filosofía de la acción anuda la elección de las posibles formas de Estado y de gobierno en que finaliza el periodo de libertad constituyente a los tres tercios o grupos presentes en toda sociedad: el conservador, el reaccionario y el creador o novedoso.
Las opciones del referéndum no plebiscitario deben necesariamente tener correspondencia con esos grupos constituyentes, no pueden establecerse por caprichosas razones ideológicas, sentimentales ni de conveniencia para atraerse a partidarios del proceso. Eso daría lugar a infinitas o absurdas combinaciones como monarquías electivas, Estados corporativos, dictaduras de partido, monarquías constitucionales o directamente la abolición del Estado, por ejemplo. No.
El grupo constituyente conservador estará representado por lo que hay ahora: la Monarquía de Partidos. La presencia de esta opción constituyente es una realidad fáctica ineludible, pues en toda sociedad, aun en las dictaduras más terribles, hay fervientes admiradores del régimen aunque solo fuera por su pertenencia o posición de favorecimiento en el statu quo.
El grupo constituyente reaccionario tendrá su reflejo en la opción por la forma de Estado y gobierno propia de la república parlamentaria, proyección a futuro de la nostalgia segundo republicana. El regreso a una experiencia histórica fracasada que no era democrática en tanto carente de separación de los poderes políticos del Estado y de la nación.
La tercera opción, denominada creadora o novedosa, siguiendo a García-Trevijano, la nunca experimentada en España, es la República Constitucional. La República definida por primera vez por lo que es. No como ausencia de monarquía sino como garantía institucional de la democracia, separando los poderes en origen e instituyendo el principio representativo a través de legisladores elegidos por distritos electorales a doble vuelta.
Por tanto, no es capricho ni olvido la omisión de la monarquía presidencialista, sino conciencia de la experiencia política de la traición de esa institución a la libertad política colectiva recusándose a futuro como opción compatible con la democracia.
Efectivamente, en la sociedad existen siempre esas tres ideas-fuerza, la reaccionaria, la conservadora y la revolucionaria, no se pueden generar ideas de forma artificial sin fuerza social. Excelente artículo