El acontecimiento cultural de la semana fue la carta de dimisión del Nobel Vargas al Pen Club, especie de masonería de cafetín alineada, al parecer, con el consenso separatista, que es el cultivo intensivo de España.
Lo que en su carta el académico llama “una arbitraria e inconsulta secesión” (en venezolano, “írrita”) es lo que el director de la Academia, jurisperito administrativista, llamaría “federalismo alemán”.
–La base de todas las constituciones es el derecho a decidir, pero entre todos –remacha el filósofo máximo de la nación, a quien todos teníamos por laico y que, sin embargo, pretende tapar la salida al toro con un comodín… del derecho canónico (“Quod omnes tangit ab omnibus approbari debet”, es decir, lo que a todos toca, todos deben aprobarlo).
Hasta la carta del Nobel Vargas, todo cuanto había que saber del Pen Club nos lo resumió en el 91 aquel fox terrier de pelo duro que fue Thomas Bernhard en su libro de conversaciones con Kurt Hofmann.
–Pen Club. ¿Qué quiere decir eso? Son una pandilla de bobos. Tipos que están en todas las salsas y, dos veces al año, se pasan una semana en algún lugar bonito, totalmente para nada. Y, a costa del Estado, consiguen su camita de cinco estrellas. Todo espantoso. No me encontrarán nunca, porque carece de sentido y me importa un pepino que esa gente se emborrache y se forre a comer. Son personas horribles que no saben qué hacer consigo mismas. ¡Así que lo invitan a uno! Actualmente (estamos en el 91) está de moda. Siempre dicen antes que nada: “Y Umberto Eco ha aceptado ya”. ¿A quién más tienen ustedes? A Norman Mailer. No hay quien lo aguante, no es posible ir, ¿qué haría uno?
Quizá despedirse por carta (estamos en el 19), como ha hecho el Nobel Vargas, y renunciar a sus honores, pues los honores son de todas formas una idiotez, y con esto volvemos al 91 con Thomas Bernhard, para quien los honores sólo tienen sentido cuando no se tiene dinero o se es joven.
–O se es viejo y no se tiene dinero.