Felipe González decía lo que ahora podría repetir Zapatero: “gobernar desde el diálogo. Dialogar desde la responsabilidad”. Para corregir los defectos del lenguaje político, que tan devastadores efectos provoca en la precisión comunicativa y en la belleza expresiva del idioma, “emeritorios” académicos se esfuerzan estérilmente en señalar la naturaleza gramatical o literaria que les falta. Nadie ha intentado otro método tal vez más eficaz: descubrir ante la opinión la naturaleza ideológica y el propósito político de las causas que los producen. No es resultado del azar que la degradación de la lengua desde la transición alcance la categoría de fenómeno histórico.
Todavía continúa el “bueno”, el “yo diría”, y tantas otras malformaciones denunciadas por los lingüistas, cuando la expresión prepositiva “desde”, que denota el punto en que empieza a medirse una distancia, desplaza del mercado gramatical, como del financiero la mala a la buena moneda, a la preposición “con”, que indica cercanía de un acompañamiento o un instrumento de acción.
El introductor de este disparate idiomático, el expresidente Suárez, pretendió en su tiempo dar la impresión, sustituyendo “con” por “desde”, de que no gobernaba “con” pactos ocultos sino “desde” el distanciamiento solemne de la historia. Sus imitadores han pretendido, usando y abusando del mismo barbarismo, crear la imagen de que no gobiernan “con” instrumental prepotencia sino “desde” un cercano diálogo. Pero no “con” entes irresponsables, sino “desde” el elevado lugar donde se encuentra la entelequia de su concepto de responsabilidad.