No solo cuando llegan los Reyes Magos, los niños sueñan con bicicletas. A lo largo de gran parte del siglo XX, la bicicleta ha representado la máxima aspiración de los urbanistas modernos como solución para un trasporte eficaz, económico y, sobre todo, nada contaminante: ni humos ni ruidos, solo el sosegado ritmo del pedaleo y puede que alguna gota de sudor hacen de este sencillo vehículo la solución perfecta.
A lo largo de la década de los cincuenta del pasado siglo, arquitectos de la estatura de Le Corbusier en Chandigarh (Estado de Punjab, India); Lucio Costa y Niemeyer en Brasilia y en menor escala Louis Kahn en Dacca (Bangladesh), establecen un nuevo concepto urbano: la ciudad decreto. Nuevos emblemas para el desarrollo de una sociedad moderna y avanzada, donde el diseño surge a partir de la monumentalidad arquitectónica, que potencia y dramatiza las relaciones volumétricas de los edificios -y casi en igual manera, el ego de los políticos que las patrocinan: Nehru en Bengala, Kubitscheck en Brasil-. Sesenta años después, aquellas ideas pertenecen al olvido y sus ejemplos al abandono.
Le Corbusier planteó Chandigarh (cuyo emblema, paradójicamente, es una mano abierta) como una ciudad dividida en rígidos sectores de 800 x 1.220 m., separados por una trama viaria encargada de jerarquizar el tráfico y donde aquellos ejes destinados a permitir la circulación exclusiva de bicicletas recibían una enorme importancia.
El gran conflicto surgió cuando los políticos percibieron que los ciclistas podrían convertirse en el mayor enemigo del automóvil (el símbolo del progreso, ¡nada menos!) y obligaros a modificar la red urbana para potenciar los accesos destinados a los vehículos de motor. Así las bicicletas de Chandigarh, un medio de transporte sostenible y sin consumo de energía pasó a ser percibido como un elemento subversivo capaz de desvirtuar el concepto de ciudad que tanto Le Corbusier como Nehru proponían.
Fotografía de Perrimoon