El mismo tipo que hizo un “Zelig” en un besamanos en el Palacio Real se salta las formas al llevarse a La Moncloa a los jefes del Consenso, obligados a ajustar sus ideales políticos al sanchezpancismo general.
–Las formas son las divinidades tutelares de las asociaciones humanas –dijo un liberal francés que hubiera querido nacer inglés.
España es un pueblo creador de formas porque es un pueblo de artistas, pero las formas de este gobierno no son formas y, dicho por Tom Paine, que contestaba al reaccionario Burke, cuando quiera que las formas de un gobierno son malas, es un indicio cierto de que también los principios son malos. En el caso de Sánchez, no son peores que los de sus convidados, y al final la Historia se pierde en estos detalles.
La Monarquía constitucional (el rey gobierna) inglesa dejó de serlo (constitucional, no inglesa) por los tejemanejes de la “Old Corruption” de Robert Walpole, quien, a su estilo, supo resolverle a Jorge I, que no hablaba inglés ni a su edad se iba a poner a estudiarlo siendo rey, el latazo de hacer un gobierno y gobernar. De la mezcla de los dedos de esparraguero de Walpole con la tradición surgió el parlamentarismo de gabinete, que eso es hoy Inglaterra, huyendo de lo cual los americanos crearon la democracia representativa.
La pereza de Jorge I era elegir un primer ministro cuando ningún candidato contaba con mayoría parlamentaria, asunto que resolvió Walpole comprando diputados (“spoils system”) incluso con cosas que no eran suyas (¡el caso es que nos suena!). Lo hizo una vez, y funcionó. A la segunda que lo hizo, se convirtió en tradición, cuyo bien principal es lo que Burke llama “prejuicio”, una clase de estado mental que según Roger Scruton sirve como barrera contra la ilusión de que podemos reinventarlo todo de nuevo, ateniéndonos a un plan trazado por alguna ideología racional.
Entran Rivera y Casado de Romanones y Dato a La Moncloa (¡no a La Zarzuela!) y salen, tan pichis, de Azaña y don Niceto.