El escenario electoral es dantesco. Nunca antes la política española ha sido más decadente y bochornosa. Los informativos, los debates y las tertulias se basan en una constante crispación y excitación, y no difunden otra cosa que sectarismo partidista.
Nos precipitamos a una nueva crisis económica de la cual, por motivos electorales, no habla ninguno de los partidos, ni tampoco los grandes medios de comunicación. Los indicadores están en caída libre y nada se dice al respecto. ¡Como si aquí no pasara nada!
Las arcas de España están más endeudadas que nunca en toda su historia, el tejido industrial de la nación ha sido desmantelado y vendido al extranjero (causando el enorme paro estructural), los impuestos apenas nos dejan respirar (unos impuestos fijados por políticos que prometieron bajarlos), y aún así, la clase gobernante sigue aumentando en número y en poder. Siguen ahí, pactando y pactando para crear más organismos públicos todavía, dando más y más subvenciones a asociaciones inútiles (vinculadas a ellos), creando más y más chiringuitos (que habían prometido cerrar y luego no han cerrado ninguno), y consensuando mantener instituciones parasitarias e inservibles (como el Senado por ejemplo, que los cinco partidos se reparten ya, y ninguno propone suprimir).
A pesar de ello, el 69% del pueblo español sigue alimentando y apoyando a la clase política. Este paradójico fenómeno no se debe al masoquismo o al deseo de autodestrucción de los españoles, sino a tres tácticas de propaganda que emplean los partidos políticos:
a) Ideologías para dividir y enfrentar artificialmente al pueblo.
b) Falsos problemas para desviar la atención.
c) Infundir miedo a que gobiernen los del partido «contrario».
Si bien el poder político siempre se ha valido de estos métodos (y les ha funcionado durante cuarenta años) hoy en día se encuentran intensificados al extremo porque el pueblo gobernado está cada vez más harto y es cada vez más incrédulo (¡demasiados años de mentiras y corrupción mientras nada cambia!). Así, a mayor indignación e incredulidad del pueblo hacia la clase política, mayor es la ideologización sectaria, la creación de problemas falsos, y la propagación de miedo desde la clase política hacia el pueblo.
Esto explica la situación de exagerada crispación e insoportable estridencia que estamos viviendo en la política actual. Son los últimos estertores de un régimen oligárquico, ante un pueblo que cada vez cree menos en el sistema.
El sistema de partidos impide la representación real del elector. En consecuencia, existe un abismo jurídico-institucional entre la clase gobernante y el pueblo gobernado. Al no haber vínculo contractual de representación política, la clase gobernante no defiende los intereses de los electores, sino los intereses de los partidos. Los que están en el poder se defienden a sí mismos, y viven de la servidumbre de un pueblo que cree que eso es la democracia porque pueden ir a votar cada cuatro años.
No vivimos en una democracia representativa porque el ciudadano de a pie no inviste al cargo electo con un mandato representativo, sino que el cargo representa y obedece al partido que lo pone en la lista. El cuerpo electoral no puede controlar a los diputados (la palabra «diputar» significa destinar a alguien a hacer algo), dado que los diputados no están vinculados contractualmente con los votantes, sino con los directivos de los partidos políticos. El poder político al final recae en manos de unos pocos directivos, como si se tratase de empresas; se forma así una oligarquía partidocrática con carta blanca, escindida contractualmente del pueblo gobernado.
Con tu voto cada cuatro años, tan sólo ratificas una lista de sujetos que obedecerán a los directivos del partido, sin que puedas hacer nada más que mirar cómo te roban e incumplen durante la legislatura. No defienden tus intereses, sino todo lo contrario: tal y como la experiencia ha demostrado a lo largo de los años, defienden primero sus propios intereses para mantenerse en el poder, forrarse con sueldos de más de ocho mil euros al mes, y seguir repartiéndose el botín. En la partidocracia, una oligarquía superior se instala en el poder y el pueblo no puede controlarla, ¡sino que es la partidocracia la que controla al pueblo!
El régimen partidocrático manipula en gran medida la opinión pública porque controla los principales medios de comunicación y diseña los planes de estudio en escuelas y Universidades. Dominando tan efectivos instrumentos de control social, la oligarquía genera una cultura de obediencia al poder establecido.
Por esa razón nadie habla de que no existe representación real: todos los partidos la dan por supuesta porque, si existiese una representación real, el poder político descansaría en el seno del pueblo en todo momento, mediante distritos pequeños de electores con facultad contractual de revocar a los representantes (¿que el pueblo nos pueda controlar y revocar? ¡Ni hablar!). Nadie piensa tampoco en separar el Legislativo del Ejecutivo en elecciones separadas: todos los partidos quieren seguir manteniendo su prerrogativa de formar el gobierno, y no que sea el pueblo quien invista los poderes del gobierno por separado (¿que el pueblo separe los poderes? ¡Qué atrevimiento!).
Estos son los temas tabú de la partidocracia. Nunca oirás a un oligarca del estamento superior hablar de ello. Son temas peligrosos para su posición dominante.
Hay muchos otros tabúes1, por ejemplo, la abstención electoral. Es significativo que todos los partidos políticos insistan en que participes en las elecciones. No importa a quién votes, pero debes participar. Todos coinciden en que hay que participar; ninguno pide la abstención porque ello erosiona la legitimidad y continuidad del sistema oligárquico (¡lo que más les daña es hacer justamente lo contrario de lo que te piden!).
La clase política también nos exige constantemente que prestemos atención a lo que dicen. Los partidos quieren que tomemos partido en sus ideologías y en los debates que nos proponen como si fuesen cosas importantes, cuando en realidad no lo son.
La partidocracia busca atemorizarnos, dividirnos y enfrentarnos con ideologías especialmente controversiales (independentismo, socialismo, feminismo y toda clase de «-ismos») para mantenernos entretenidos, hablando «de algo» (a favor o en contra) mientras ellos literalmente se forran y nos dirigen como quieren. Mientras malgastamos nuestra limitada energía y atención en esas ideologías, ellos siguen arriba y nadie habla de eso. «Divide y vencerás». Las ideologías son los métodos que tienen para hacernos elegir un bando o trinchera sobre problemas que antes no teníamos, y hacernos así dependientes de la oligarquía partidocrática sin que la cuestionemos.
La clase dirigente hace pasar por relevantes tonterías sin sentido, como por ejemplo si es necesario o no dar un «sí» expreso antes de mantener relaciones sexuales (cuando tal vez ni nuestra propia madre lo dio al concebirnos); o si es necesario o no constitucionalizar las pensiones (como si ello fuese a garantizar que no se vacíen); o si es necesario o no liquidar España y fundar 17 mini-Estados en su lugar (¿a quién beneficia eso sino a la propia clase política que se multiplicaría en número y habría que mantener?).
Las cuestiones de este tipo son falsos dilemas. Si la clase gobernante no hablase de ello, ni los medios de comunicación a su servicio tampoco, serían cuestiones que en nada afectarían a los españoles, y nadie tendría la necesidad de discutir sobre ello. ¡Esto demuestra que son falsos problemas!
Si se piensa, los «problemas» que nos inocula la clase política en realidad no existían antes de que la partidocracia los inventase para justificarse en el poder y mantener al pueblo ocupado en rencillas estúpidas, tanto a favor como en contra. Los grandes medios de comunicación y propaganda necesitan constantemente «contar algo» para que el pueblo esté entretenido y no se dé cuenta de que el problema verdadero es sistémico: la ruina de España es la partidocracia y no otra cosa.
Una vez nítido el problema real, tras las cortinas de un humo tan negro como el corazón de los tiranos, la solución resplandece en el horizonte alumbrado, tímidamente, por la futura luminaria de la abstención activa.
La sociedad civil española sólo podrá derrocar a la oligarquía partidocrática con las armas de la abstención activa y el honor de la resistencia pacífica.
Pensemos en un 15M de la abstención, demandando concretamente que se voten a representantes por distritos y se separen los poderes. ¡La partidocracia temblaría!
Pero todavía no ha llegado el momento de la masiva acción abstencionaria porque al moribundo régimen le queda una última bala: Vox. La hidra partidocrática se ha cuidado de sacar a la palestra este nuevo tentáculo, como hizo en su día con Podemos en todas las televisiones, para absorber y canalizar el creciente descontento. El sector de votantes indignados tiene ahora su fe depositada en Vox para intentar que «cambie algo». Y cuando el sector indignado compruebe otra vez que todo seguirá igual, o incluso que iremos a peor (como ha ocurrido justamente con Podemos, que vino a «echar a la casta»), sólo entonces será el momento del reset; será el momento de la Rebelión Civil Abstencionaria.
Aunque aún no sea el momento de recolectar el néctar liberador de la flor abstencionaria, sí es la estación propicia para arar los hondos surcos de la representación técnica que, en la fresca alborada de la Libertad Constituyente, convertirá a la clase gobernante en servidores públicos.
La siembra de la RCA comienza por hacer exactamente lo contrario de lo que te ordenan desde las instituciones políticas y los medios de masas: si todos te piden que participes en las elecciones, ¡no votes! Si todos te exigen que te posiciones en los debates ideológicos, ¡señala las causas verdaderas!
Como seres humanos dotados de discernimiento y virtud, debemos fortalecer los corazones de quienes nos rodean con acciones nobles y heroicas que inmortalicen nuestro recuerdo. Es nuestro deber desarraigar a diario las malezas mentales que nos atan a la conducta inmoral reinante en la sociedad: si ahora todo el mundo participa en una falsa democracia, absortos en el miedo corruptor de las torres de la ideología, ¡sé tú el primero en romper el círculo vicioso! ¿Necesitas que todo el mundo se abstenga para hacerlo tú? ¡Alguien tiene que empezar para que los demás te sigan!
Empecemos hoy mismo, con logros inspiradores y dignos de mérito, a cultivar el sublime arte de darle la espalda al sistema.
***
1 Otro tabú de la partidocracia es la forma de Estado entre monarquía o república. Esta cuestión «misteriosamente» ha desaparecido en el programa de Podemos. Cuando era un partido paraestatal la llevaba por bandera, y ahora que está cobrando de la monarquía la suprime prácticamente. Lo mismo ocurrirá en Vox al respecto del modelo territorial centralista: la partidocracia considera un tabú suprimir las autonomías, y esa propuesta de Vox se irá poco a poco diluyendo en cuanto tengan acceso al reparto de sillones revestidos de billetes del que goza el poderoso aparato autonómico.

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