El primer momento interesante del juicio en el Supremo surgió cuando la acusación popular preguntó a Rajoy, jefe del poder ejecutivo español durante la proclamación de la república catalana, por qué, ante una situación excepcional, decidió aplicar el 155 en vez del 116, cosa que en público nadie había planteado hasta ahora, aunque en privado todo el mundo lo daba por sentado: “estado de excepción” suena a franquismo, y… ¡antes muertos que sencillos!
La soberanía para los políticos es como la verdad para Pilato, una discusión escolástica. Aceptamos, para entendernos, que soberano es quien decide el estado de excepción, pero en el Estado de Partidos esa soberanía se la reparten los jefes de los partidos, al poste totémico del Consenso atados.
Sin perder de vista al tótem, el testigo Rajoy respondió que “España es una democracia avanzada”, invento treintañón del comunista venezolano Pío Tamayo, “Pollito Pío” para el pueblo, fundador del partido comunista cubano, que puso en la cárcel una escuela de “idealidad avanzada del comunismo”, luego de volverse loco con Hegel como Don Quijote con el Amadís.
No hay democracia política avanzada ni retrasada; hay democracia o no hay democracia (sólo con que falte uno de sus tres principios: representativo, electivo y divisorio).
–España es una democracia avanzada –dijo el testigo–, y entre suspender derechos individuales (el 116) y destituir (“cesar”, dijo él) a un gobierno (¿el 155?), decidimos lo segundo.
No vamos a entrar en la redacción del 155, pero esa apelación a los “derechos individuales” (metafísica, decía Comte) era como escuchar al mismísimo Robespierre en las constituyentes del 91 (le faltó el chaleco blanco con solapas). ¡La socialdemocracia!
El mundo nuevo que hace un siglo anunciaban los optimistas (un mundo que rechazaría tanto la noción de un derecho social para mandar en el individuo como la noción de un derecho del individuo para imponer su personalidad a la sociedad) no acaba de llegar.