En su nueva vida, Rivera, jefe del Centro, deja de ser el gallo de la veleta de Alfanhuí que cazaba lagartos separatistas y los colgaba al tresbolillo para convertirse en Liberalio.
–¿Se imaginan una huelga de propietarios de videoclubs para prohibir Netflix y YouTube? No tiene sentido ir contra la evolución, es ir contra el derecho a elegir de los ciudadanos –tuiteó el otro día contra los taxistas, a los que quiere liberalizar.
Hombre, preferimos imaginar una abstención del cincuenta y uno por ciento para deslegitimar el sistema electoral proporcional con listas de partido que impide la representación política, razón por la cual propone uno a Liberalio lo que el otro día Hughes proponía aquí a Casado: “liberalizar las listas” para dejar de ir “contra el derecho a elegir de los ciudadanos”. Porque si Liberalio pusiera en poder elegir representante el mismo empeño que pone en poder elegir taxi a lo mejor ya teníamos aquí una “representative democracy”. Pero Liberalio, que es nadador, nada mejor en el Consenso, que constituye, por definición, la negación de la “representative democracy”, cosa que ya veía Unamuno… ¡en 1905!, cuando escribía que “un Parlamento sólo es fecundo cuando luchan de veras entre sí los partidos que lo componen, y el nuestro es infecundo, porque en él no hay semejante lucha, sino que todos se entienden entre bastidores y salen a las tablas a representar la ridícula comedia de la oposición”.
–Es la raíz de las raíces de la triste crisis por que está pasando España, nuestra patria. Todo se quiere cimentar sobre la mentira; una cosa se dice entre bastidores y otra en el escenario.
El de Liberalio es un liberalismo en zapatos de “chupamelapunta”, y bien guipado lo tenía ya Santayana: él, Liberalio (o sus jefes), no desea en absoluto que los demás sean felices, salvo que puedan ser felices siguiendo la dieta (liberal) propia de él: estar limpio, hacer gimnasia sueca y aprender todo de las canciones de Sabina mientras pasea en cabifay.