Un cinero inteligente, James Woods, ha tuiteado una crueldad a la vista:
–Kermit Gosnell, condenado por tres asesinatos de primer grado en una corte de Filadelfia, hoy recibiría una ovación de pie en la legislatura del estado de Nueva York.
En Nueva York ya se puede abortar hasta el instante del parto. “Y, sin embargo, los muertos no son, no pueden ser, / cadáveres de una vida que todavía no han vivido”, podría objetarnos el peruano César Vallejo, con réplica de Gerardo Diego (“Vallejo, tú vives rodeado de pájaros agachados / en un mundo que está muerto, requetemuerto y podrido”).
–Moriré en París / una tarde de aguacero que ya tengo en la memoria.
Hijo de un español que no pudo darle su nombre, hoy Vallejo hubiera “caído” en Nueva York antes de nacer, sólo con descubrir en la ecografía su parecido “equidistante entre Beethoven y Juan Belmonte“, rodeado de lectores pijos de Nietzsche, el loco que anticipó el gran logro (peor aún que las grandes guerras del XX) de la barbarie moderna en el siglo XXI: el eclipse total de todos los valores.
–No paso mucho tiempo con los niños de las escuelas católicas, pero no entiendo lo que los sacerdotes católicos ven en estos niños –fue la vileza que al comediante Bill Maher inspiró el video de los menores asaltados por el Indio del Bombo.
Aquí, mientras los veganos hacen vigilias ante el matadero por “el alma” de los cerdos, los liberalios permanecen suspendidos como en una “frase” de Vinteuil, que es Chomin Ciluaga: “En HB somos abortistas porque muchas mujeres abortan en condiciones tales que peligra no sólo la vida de la madre, sino también la de la criatura”.
Ese Ciluaga fue nuestro Stirner, el pensador del que robaba Nietzsche (“lo más audaz e inteligente que se ha pensado desde Hobbes“), que dice: “Si se reconoce a los recién nacidos el derecho a la existencia, ese derecho les pertenecerá; si no (como entre espartanos y romanos), no les pertenecerá”.
–El que tiene por él la fuerza, tiene por él el derecho.