La subversión del cristianismo radica en su sencillez: amar al prójimo como a uno mismo. Todo lo demás es escolástica, más o menos podrida de latines y silogismos.
También la subversión de la democracia radica en su sencillez: un hombre, un voto. ¡Y a contar! Todo lo demás es politología, más o menos podrida de sofismas e ideologías.
Y, sin embargo, la abstracción “un hombre, un voto” está únicamente al alcance (¡cediendo terreno, hay que decirlo!) de la mente anglosajona. En la Europa franco-alemana, un hombre es un voto… con el permiso de otro hombre, normalmente chisgarabís (Manuel Valls) o filósofo (Henri Lévy), descendientes ambos de la pata chula de Rousseau.
Valls llegó pegando “cojetás” rusonianas a ministro de Hollande, como Marlasca con Sánchez: otros se esconderían, pero ellos son de mucho presumir, y Valls pasó a la historia ministerial de Francia por su lucha contra los gitanos, a los que asoció “con la mendicidad y la delincuencia”, para escándalo de su propio gobierno y de la Comisión Europea.
–Estas poblaciones tienen modos de vida que son extremadamente diferentes de los nuestros.
Son cosas que no se oían desde la pragmática de Medina del Campo (viven “pediendo lemosnas, é hurtando é trafagando, engañando”) que saca en 1898 Rafael Salillas en su estudio positivista del gitanismo:
–El método positivista exige implícitamente una condición, que se puede formular con el mismo precepto rigoroso de nuestra tauromaquia.
Arruinado políticamente en Francia, Valls quiere ser alcalde cervantino de Daganzo (como Humillos, como Jarrete, como Carmona, como Berrocal) en España, donde promueve por sus santos dídimos un cordón sanitario contra el partido de Ortega Lara… y de Morante de la Puebla, el torero vivo más flamenquista, poderdante de Rafael de Paula y prologuista de Bergamín, que tuvo el coraje, en San Isidro, de brindar un toro a Trevijano, promotor de la Junta Democrática, ahora que andamos de aniversarios.
Es la socialdemocracia.

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