A diferencia de la historia de los pueblos asiáticos y africanos, donde la geografía sólo es el continente de las distintas humanidades que contiene, se habla de la historia de los pueblos europeos como si fuera una marcha de las naciones hacia la identificación conjunta de todas ellas, en una sola entidad política, con la geografía de Europa. Dicha entidad unitaria nunca ha existido. Europa carece como tal de historia. Nunca ha sido sujeto de ella. A lo sumo, un punto de referencia posterior a los acontecimientos.
La UE puede ser germen de Europa. Pero sigue siendo abusivo y desorientador identificarla con algo de tipo moral o político que exprese alguna conciencia unitaria del continente europeo. La crisis provocada en los pueblos europeos por la guerra de Iraq, la distinta posición de los Estados nacionales europeos ante las intervenciones militares de EEUU en nuestro hemisferio, no han sido causas, sino efectos, de la actual división de Europa.
Nunca antes se había hecho tan patente como ahora la necesidad histórica de Europa como agente garantizador de la paz y de la legitimidad de todas las culturas. Un objetivo diferente de todos los que tuvieron los proyectos anteriores de unificación que, cuando no respondían al sueño filosófico de una paz perpetua y universal, obedecieron a las ambiciones imperiales de una potencia nacional hegemónica o a la utilidad de afrontar de manera coordinada los esfuerzos para reconstruir lo destruido por la guerra. Desde la perspectiva de la unificación de los Estados europeos, la creación del Mercado Común, antecedente de la UE, supuso un paso atrás respecto de la Comunidad del Carbón y del Acero. La crisis de Iraq replantea, sobre nuevas bases culturales, el problema de la identidad política de Europa.
El sentido geográfico orientador de las civilizaciones fenicia y griega, el rapto de Europa y su búsqueda por el Mediterráneo, se fue perdiendo poco a poco con las ideas imperiales de Roma, Bizancio, las Cruzadas y el Sacro Imperio, hasta que una empresa atlántica de España, el descubrimiento de América, rompió la identidad cultural entre la geografía y la historia de Europa, haciendo imposible que en este solar común se generara un nacionalismo europeo común. Y el actual atlantismo militar de EE UU ha roto la incipiente formación de una conciencia unitaria en las anacrónicas rivalidades europeas. Lo que nos hace recordar que la búsqueda de Europa, comenzada en el siglo XV antes de Cristo, aún no ha terminado. Si la hubiéramos encontrado, si la UE fuera Europa, esas invasiones occidentales de nuestros vecinos orientales, no se habrían realizado.
Historiadores y filósofos han rellenado con ilusiones religiosas y culturales el vacío o la irracionalidad de lo sucedido en la historia real, sin Europa, en comparación con lo que podría haber sucedido estando ella como potencia en el escenario de los acontecimientos. Este método imaginativo ha originado grandes relatos de hechos nacionales y profundos pensamientos intuitivos que, sin responder a la veracidad de las ciencias, han constituido, sin embargo, el núcleo de los valores éticos y culturales de la civilización europea.
No es posible saber todavía si la crisis producida en la conciencia europea por la guerra de Iraq, es un síntoma de decadencia de los impulsos nacionales hacia la construcción de los Estados Unidos de Europa, o si sólo manifiesta la tendencia de las naciones inseguras a retornar por inercia a su punto de partida egoísta, a los Estados Desunidos de Europa, cuando son sometidas a experiencias nuevas que las sobrepasan, y esperan encontrar seguridad fuera de ellas mismas y de la comunidad de inseguridades en que se ven envueltas. Para despejar esta duda, publicaré una serie de artículos sobre la identidad política de Europa, deslindándola de los mitos, antiguos y modernos, que en lugar de definirla y procurarla la confundieron con identidades religiosas o culturales.
*Publicado en el diario La Razón el jueves 17 de julio de 2003.