La servidumbre en la época romana.

La invasión de Iraq vuelve a plantear la vieja cuestión del destino de Europa. Las proyecciones metafísicas de Hegel o Comte, las predicciones históricas de Tocqueville o Donoso, los paralelismos orgánicos de Spengler o Toynbee, los análisis espectrales de Keyserling, Ortega o Díez del Corral, los balbuceos de los primeros federalistas de Europa, todas las especulaciones que nutrieron de ilusiones a la juventud cultural europeísta, salvo algunas reflexiones de Valéry y Benda, se evaporan en mentes experimentadas por la acción antieuropea de los Estados de partidos que reemplazaron a los de Partido único, y por el asomo a una genética de poblaciones sin destino, donde el entorno decide las vocaciones en la plasticidad de las propensiones.

Europa tiene porvenir, pero no destino. Sus determinaciones geográficas y sus inercias históricas prevalecen sobre las necesidades vitales. Las divisiones heredadas resisten a las voluntades de unión. Los contenidos rebasan o no llenan el continente que los delimita. Las naciones europeas tienen predisposiciones comunes, pero no predestinaciones orgánicas. Sus inclinaciones unitarias sucumben a las determinaciones del medio político a la separación. La convergencia de facultades y recursos europeos no ha sido dispersada por los egoísmos nacionales o la soberbia de los Estados particulares, sino por la mezquindad y corrupción de los partidos estatales, en una Europa occidental, sin oriente, vinculada al vecino atlántico.

Lo más equivocado en la vida de las personas o de los pueblos es creerse llamados a ser lo que un misterioso destino les indica. Pese a su índole supersticiosa, esta infundada creencia viene acompañando a la humanidad en todas las formas de profesión o de civilización que durante algún tiempo, siempre pasajero, triunfaron sobre las de sus vecinos. Cuando los signos del destino dejaron de estar inscritos en los vuelos de las aves o en los sueños de los sacerdotes, los augures del futuro se hicieron filósofos de la historia para dar la razón del devenir a los pueblos más poderosos, que no por azar han sido los más acuciados de ambiciones y conquistas.

La predestinación a la salvación en el más allá por virtud de la gracia que derrama el éxito en las obras del más acá, o sea, la sublimación espiritual de las ambiciones mercantiles de la producción en serie, creó la cultura del destino mundial de Estados Unidos por designio divino, contra el aislacionismo de América para los americanos. Pero Jefferson aprendió de Maquiavelo que sin fusil no habría garantía de destino independiente.

Desde la ilusa Comunidad Europea de Defensa, ha pasado más de medio siglo sin que el destino de una Europa independiente de EE UU haya dibujado su perfil en la cultura de las naciones asociadas en la UE. Para mantener la ilusión de que no renuncian a ese objetivo, políticos e intelectuales subvencionados por los Estados de partidos conciben la independencia de Europa como si fuera el último paso, en el «paso a paso» de la construcción previa de todas sus estructuras económicas y políticas. Éste es el paso a paso hacia la servidumbre perpetua: Europa no puede tener política exterior sin dotarse de un ejército que la respalde, ni ejército propio sin una política internacional que defina sus objetivos.

Tres generaciones culturales se han agostado en este paso a paso de la servidumbre a un solo imperio en el Mediterráneo, el Atlántico, el Pacífico y el Índico. Bajo el pretexto de su propia seguridad nacional, el nuevo Imperio exporta la inseguridad a todo el mundo, sintetizando, mediante la fórmula neocolonial (independencia jurídica con dependencia mercantil y militar), las anteriores dominaciones coloniales de España, Portugal, Francia, Inglaterra y Holanda. ¿Tienen Polonia y Australia el destino atlántico del paso a paso invocado por Gran Bretaña y España para unirse a EEUU en la destrucción de Iraq?

*Publicado en el diario La Razón el jueves 29 de mayo de 2003.

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