Universidad. El paraíso perdido. La sombra de Unamuno acogida en el sagrado e improfanable recinto universitario de Salamanca. El palacio de Franco. Calisto y Melibea. Colegio Padres Carmelitas a las Orillas del Tormes. El Lazarillo. Erasmo. Las dos alas de la Falange. Farinato. El insoportable personaje Torrente Ballester. Elmántica. Filología Clásica. C´est Jeanne. Mi vítore en la piedra. Beso a Salamanca. Rigor filológico. Profesor Castresana. Profesora Codoñer. Profesor Vara Donado. Profesor Villar. Profesor López Eire. Gracias por vuestro trabajo, que me dio tanto placer y me sirvió para ganarme el pan. Algunos libros de latín y griego fueron bocados de cielo.
La Universidad de Salamanca nace en el siglo XIII, que es el siglo de las universidades porque es el siglo de las corporaciones locales. También es la era de las grandes catedrales góticas. Los orígenes de las corporaciones universitarias permanecen a menudo para nosotros en la misma sombra que los de las restantes corporaciones de oficios. Lo cierto es que desde el principio tuvieron que luchar contra los obispos, los reyes y las comunas locales para conseguir ser unas verdaderas “repúblicas de la ciencia”. El papado fue fundamental en la consecución de su autonomía. En 1231, Gregorio IX, con su bula Parens scientiarum, de la cual se ha dicho que fue una Carta Magna, consagra una autonomía política a los recintos universitarios. En caso de “guerra” contra el “exterior” – poder real, poder obispal, poder municipal – la Universidad se pondrá siempre bajo la protección de San Pedro y del Papa.
Los escolares medievales salmantinos no estaban sujetos a la justicia ordinaria, no podían ser detenidos ni molestados en sus colegios por los alguaciles, llevaban una indumentaria especial y eran reconocidos como un gremio cerrado con sus costumbres y vicios propios. Es cierto que ello sustrae a los universitarios de la jurisdicción laica, pero sólo para ponerlos bajo la jurisdicción de la Iglesia Universal, de modo que para lograr para su espléndida autonomía el apoyo de la Iglesia los intelectuales se vieron obligados a elegir el camino de la dependencia eclesiástica, contrariando así la marcada corriente que los empujaba hacia el laicismo. Es cierto que el Papa libera a los universitarios de la fiscalización local de la Iglesia, pero sólo para someternos a la Santa Sede, a fin de incorporarlos a su política e imponerles su orientación y objetivos. Ahora bien, un poder tan lejano cualquier intelectual lo quiere, sólo respondiendo de sus ideas ante el Papa. Quienes por ello consideran a los intelectuales agentes pontificios, sin duda exageran la supervisión que Roma tenía sobre todas las universidades de Europa.
Ahora bien, aunque no todos los miembros de la Universidad hayan recibido las órdenes sagradas, aunque cada vez haya más en sus filas simples laicos, todos los universitarios son considerados clérigos, y todos ellos dependen de la lejana jurisdicción romana. Ello da a la universidad su espíritu internacional y transnacional. Es así que el mundo cristiano es capaz de establecer esas islas sin banderas nacionales que son las universidades. Son cosmopolitas no sólo por lo que respecta a sus miembros – maestros y estudiantes llegados de todas partes, algunos incluso huidos de la justicia -, sino también en su materia de actividad – la ciencia no conoce fronteras -, y la “licentia ubique docendi” que la universidad otorga confiere el derecho a enseñar en cualquier lugar del universo cristiano. Tres privilegios esenciales fundan el poderío de la corporación universitaria: la autonomía jurisdiccional con posibilidad sempiterna de apelación al Papa, el derecho de huelga y de secesión, y el monopolio de la colación de grados universitarios.
De aquella espléndida autonomía universitaria, casi paradisíaca, con traviesos goliardos de alegría y libertad infinitas, del siglo XIII – que ya no volverá – se fue pasando poco a poco a la dependencia administrativa de los estados nacionales; en parte porque tampoco se usaba siempre bien la libertad y los privilegios – véase lo que decía Jovellanos sobre los Colegios y Colegiales Mayores por donde cruzó, verdaderos centros de prebendas irracionales, abusos y desórdenes que tanto debilitaban la Universidad -; hasta que en nuestro caso, llegada la Transición, la autonomía universitaria desapareció por completo, a fin de que en cada autonomía el partido gobernante “colocase a los suyos” en la “finca” de “su” universidad, como en cualquier otra institución pública, prostituyendo el mínimo asomo de libertad, amor a la ciencia e interés por alumnos egresados con grandes capacidades culturales o técnicas.
Yo recuerdo, todavía en mi Salamanca querida, cuando las fuerzas de seguridad tenían que pedir permiso al Rector Don Julio Rodríguez Villanueva para circular por los ámbitos universitarios con estudiantes levantiscos. Esto hoy ya sería inaudito. Y la degradación de la Universidad continúa sin tocar fondo. La Universidad pública ha sido corrompida a fondo por los intereses políticos de los partidos que se han adueñado de ella, y reinan sobre ella, y han penetrado en ella a su antojo con las botas llenas de barro. Nunca ha habido tanta falta de respeto a esta institución, otrora templo de libertad y de ciencia. Ni siquiera en la época de Franco se despreció a su profesorado. Y con razón, cuando los representantes de ésta son los siervos más bajos de quienes ordenan repartir sus colaciones de acuerdo a la conveniencia política del partido que los aupó de la docencia a la mediocridad servil y dorada, flabelíferos traidores a su antigua vocación del saber y la libertad. Si algunas universidades se cerrasen por insalubridad académica no sólo la cultura general del país no las echaría en falta, sino que aumentaría el decoro y la cultura en España.
Es así que rememorar la fundación de la esplendorosa Universidad de Salamanca es hoy llorar por un muerto.