Dentro de la confusión imperante en nuestros días en lo concerniente a la política, el liberalismo es una de las ideologías más problemáticas en cuanto a su definición. Esto se debe en parte a su longevidad y a su contexto, pues nace a finales del siglo XVIII y atraviesa (y a veces, protagoniza) una serie de períodos convulsos, de cambios estructurales políticos, económicos y sociales. Efectivamente, me refiero a los siglos XIX, XX y lo que llevamos de XXI. La adaptación a la realidad de cada época ha originado que en realidad, existan varios tipos de liberalismo. Aunque podríamos dar una clasificación más detallada, a grandes rasgos podemos distinguir entre tres tipos:
Liberalismo clásico: Fue el dominante durante todo el siglo XIX e inicios del XX.
Liberalismo “progresista-socialdemócrata”: Es el propio de Estados Unidos, que se identifica con el Partido Demócrata.
Liberalismo anarquista o con tendencias anarquistas: Este tipo de liberalismo pretende reducir el tamaño y poder del Estado, e incluso, en algunos casos, abolirlo directamente. Aquí entran los liberales de corte europeo, los minarquistas y los anarco-capitalistas. Éstos últimos son conocidos también como libertarios.
Pese a la trifurcación ofrecida, todos estos tipos de liberalismo tienen un tronco y fundamento común: la libertad individual. De este modo, el liberalismo clásico se centró en homogeneizar y unificar todas las leyes de los territorios gobernados, así como la moneda, el idioma y la administración. Pues para conseguir la igualdad de derechos, requisito indispensable para obtener la libertad individual, era necesario que todos los ciudadanos jugasen con las mismas reglas (administración, moneda, ley), así como obtener unas condiciones básicas y elementales (educación) que saltasen las barreras que evitasen la comunicación, la transmisión de ideas y el comercio (idioma). Y como todos sabemos, atacó también, de forma lenta y progresiva, a todos los estamentos privilegiados (monarquía, aristocracia e Iglesia), pues veía en ellos elementos de poder que impedían la liberación del individuo.
Por su parte, el liberalismo “progresista-socialdemócrata” se asemeja a la socialdemocracia europea. Parte de la idea de que los ciudadanos deben liberarse también de ciertas fuerzas sociales que lo oprimen, características tradicionales como la familia, la religión, la Nación, etc.
Si la energía no se crea ni se destruye, sino que simplemente se transforma, al poder, en este caso, le ocurrió algo similar. Y es que, ¿qué hicieron estos dos tipos de liberalismo para empequeñecer, y en ocasiones eliminar, a los poderes establecidos? Concentrarlo en un único ente impersonal y superior, inigualable en poder por cualquier ciudadano, crearon así, al Estado moderno. Y esta es la paradoja, para “liberarse” de la opresión de los poderes establecidos, crearon la mayor maquinaria opresora imaginable.
Por ello, quienes continúan con ese fundamento liberal, se han visto obligados a reinventar sus proclamas, naciendo así el liberalismo con tendencias anarquistas. A su vez, todavía hoy siguen existiendo liberales clásicos, como “progresistas-socialdemócratas”, pues creen de verdad que el Estado es una estructura positiva, capaz de liberar al individuo, a golpe de ley, de cualquier peligro, sea éste real o no.
Sin embargo, nosotros sabemos que la libertad, o será colectiva, o no será. Y es que la democracia es el único sistema político que pone a la Nación por encima del Estado.