El “New York Times”, esa gran obra de cultura y adelanto del mexicano Slim, pone sobre el tapete el último grito socialdemócrata de la humanidad: “¿Los chimpancés deben ser considerados personas?”
Dos chimpancés cautivos, Kiko y Tommy, viven privados de la compañía de otros chimpancés. Según la Universidad de Nueva York, tienen derecho a ser libres, pero la ley americana sólo distingue entre “persona” y “cosa”.
–¿Por qué alguien podría pensar que sólo los humanos pueden ser personas?
Dotemos, pues, de personalidad jurídica a Kiko y Tommy, con derecho a la libertad, y por tanto, a la propiedad, y desde luego, a la libre expresión o asociación, así como a la representación o participación política.
Oí el otro día al fotógrafo Paco Aletta referir el caso de los bonobos, que habrían encontrado en el Congo “la sombra del plátano sonante”, que decía el cubano José María Heredia, añorando la verdadera fruta del Paraíso, que, como todo el mundo sabe, estuvo en Cuba, donde bastaba, según Lezama, el aroma de un gramo de pulpa para colmar la noche de una doncella.
Los bonobos del Congo viven tan bien que han cambiado su comportamiento: al carecer de enemigos exteriores, prescindieron de la defensa del macho protector, que ha desaparecido, y la abundancia de comida los tiene consagrados al tedio del amor libre, lo cual llevaba a Aletta a concluir que socialdemocracia y feminismo pertenecen al mismo fenómeno occidental (¡la granja europea de Jean Clair!), tan natural y biológico como el de los bonobos congoleños.
–Je suis bonobo!
La humanización del chimpancé emprendida por el “Times” de Slim lo hace a uno ver en Slim a don Eduardo José Federico Francisco María de Constantinopla Gamir y Pavessio de Molina-Martell, marqués de Martell, y para sus íntimos, Pitito, gran señor de la Gauche Divine de Bocaccio, y que una noche entró al “Royalty Theatre”, ya empezado “Oh Calcutta!”, con sus monos diletantes y un traje de cascabeles y paralizó el espectáculo.