En la película Matrix (2000), Morfeo señalaba a su pupilo Neo que resultaba imposible rescatar a las personas del mundo virtual en que vivían a partir de cierta edad, al estar tan acomodados a ella que la conciencia de su servidumbre voluntaria les resultaba insoportable.
En la España actual resulta también insoportable la idea de que no hay democracia. Nos hemos acostumbrados a vivir en un simulacro donde se nos hace creer que por votar cada cuatro años participamos en una “fiesta” donde ejercemos un deber cívico y tomamos parte determinante en la vida política del país, eligiendo, por ende, a los representantes de la soberanía nacional. Así se nos martillea constantemente desde los medios de comunicación y sus tertulias, donde no se cuestionan nunca las reglas de juego de quienes los sustentan, la clase política, garante de nuestras libertades desde la promulgación de la Constitución del 78, “que nos costó tanto conseguir”, como se oye a menudo.
Pero no hay nada más lejos de la realidad: en España no hay democracia, porque, por una parte, la presunta Constitución de la que disfrutamos no nació de unas Cortes Constituyentes, sino de las reuniones secretas de un grupo de notables del Franquismo y de la ex oposición oportunista ansiosa de participar en el pastel del poder y, por otra parte, porque dicha Constitución, para que pudiera considerarse como tal según estableció Montesquieu, debería reconocer la separación de poderes y el principio de representación política, como garantía jurídica de la libertad política colectiva. Pero no hay separación de poderes, sino separación de funciones, como en el Franquismo, lo que está en el germen de la corrupción generalizada como motor del régimen partidocrático que sufrimos y el sistema electoral proporcional, consagrado en la Constitución -cosa inaudita en nuestros entornos constitucionales-, sólo sirve para refrendar las listas electorales creadas por los jefecillos de los partidos, cuyos diputados no representan, pues, a sus electores, sino al jefe que los ha puesto allí, a quien deben una obediencia, ante la que los militares argentinos de la época de Videla quedarían como unos James Dean desbocados.
“Recuerda que sólo puedo ofrecerte la verdad”, le advirtió Morfeo a Neo antes de que tomara la pastilla de su liberación, poniéndole delante de las dolorosas consecuencias de su valerosa elección. En España no hay democracia, esta triste certeza, que hace vacilar el suelo bajo nuestros pies, no nos deja más remedio que pasar a la acción, pues, como Neo, ya no tenemos vuelta atrás.