Dicen que en la vida real la lealtad no atiende a los favores recibidos sino a los favores por recibir, es decir, aquellos que se espera obtener en el futuro. La gratitud es por lo general muy desmemoriada; nunca mira al pasado, siempre, mal que nos pese, especula con el futuro, como un broker desapasionado que califica a una empresa no por sus logros consolidados, sino por sus planes para el día de mañana.
En política, esta regla se aplica de manera tajante. Y raro es el agente que mantendrá su lealtad en función de convicciones, valores o por favores ya amortizados. Así, las personas, organizaciones, empresas y medios de información adularán o apoyarán a un partido político cuanto mayor sean sus expectativas de poder, es decir, cuanto más favorables son sus resultados electorales y, sobre todo, los pronósticos a corto plazo. Y también se guardarán mucho de criticarlo abiertamente. En palabras de Martin Luther King: “nada se olvida más despacio que una ofensa; y nada más rápido que un favor.
Viene todo esto a colación de la euforia desatada con Ciudadanos, tras su “éxito” electoral del pasado 21 de diciembre. Euforia que no tiene su origen en el ciudadano de a pie, mucho más atento a las obras y milagros de este partido allí donde ha tenido capacidad de decisión, sino en unos medios de información que se mueven en función de la regla del favor futuro.
¿La esperanza es de color naranja?
Es cierto que el PP parece un partido agotado, cuya incapacidad crónica para renovarse es una pesada losa que ninguno de sus barones es capaz de levantar. Atrapado en esta dinámica terminal, donde todo es susceptible de empeorar, se entiende que Ciudadanos pueda ser visto como su reemplazo natural. Y que su emergencia en Cataluña, sobre todo a costa del Partido Popular, puede ser vista con cierta esperanza. Pero de ahí a la adulación irrestricta, al ensalzamiento incondicional media un abismo. De hecho, los elogios sin medida y las expectativas exageradas deberían agudizar nuestro sentido de la prudencia porque, al fin y al cabo, Ciudadanos sólo demostrará su verdadero potencial cuando gobierne, no antes.
Cierto es que hacer una oposición correcta tiene su mérito, pero no es comparable con la dificultad de gobernar. La obligación de llevar la iniciativa y tener que asumir los costes de las decisiones suele enfriar los ánimos de los políticos. Criticar las medidas de un Gobierno no es lo mismo que ser el Gobierno al que todo el mundo critica.
Si la cuestión es simplemente celebrar la posibilidad de que el Partido Popular pueda ser reemplazado, bien puede valer Ciudadanos. Al fin y al cabo, es un partido de centro, respetuoso con el Régimen del 78 y libre, por el momento, de graves escándalos de corrupción. Pero si lo que se pretende es vender la esperanza de una renovación profunda del modelo político, de las Administraciones Públicas y, en definitiva, del sistema institucional, no debemos lanzar las campanas al vuelo. En alguna ocasión ya han tenido para demostrar de lo que son capaces en el partido naranja, y los resultados han dejado bastante que desear. Sin ir más lejos, la Ley de Reformas Urgentes del Trabajo Autónomo, en la que Ciudadanos ha asumido un gran protagonismo, es un conjunto de excepciones de muy corto recorrido con algún que otro perjuicio añadido.
Ciudadanos no es liberal
La modernidad demanda no ya desburocratizar los Estados sino las mentes. Y si se tienen unas mínimas convicciones liberales, lejos de caer en el elogio gratuito, lo obligado es estar vigilantes, porque Ciudadanos no es ni mucho menos un partido liberal, no ya en lo que respecta a la concepción económica clásica, sino respecto de los principios que de verdad proporcionan y aseguran una sociedad abierta. Los cuales, dicho sea de paso, poco o nada tienen que ver con ser enemigo de cualquier tipo de sistema institucional.
La política lo puede todo
Los cuadros que integran el partido que lidera Albert Rivera forman parte de ese cuerpo de expertos surgido al calor del Estado que cree que la política lo puede todo y que, por lo tanto, debe estar presente en todo. Su fe en la capacidad de moldear la sociedad a golpe de incentivos y desincentivos debería, cuando menos, mantener en nosotros una sana y beneficiosa desconfianza.
Confundir europeísmo con Unión Europea
Ciudadanos interpreta el europeísmo como la lealtad incondicional hacia la Unión Europea. Sin embargo, Europa, y por tanto el europeísmo, es mucho más que la UE. De hecho, en ocasiones, la UE es antagónica al europeísmo, de ahí los problemas que afronta en estos días Bruselas. Criticar a la UE no es, por definición, ser antieuropeo. Sin embargo, diríase que en Ciudadanos hay cierto empeño en vincular la lealtad a la UE con el derecho a ser calificado de demócrata.
Extremo Centro
Definirse como centro político en ocasiones en ocasiones desenmascara cierta intolerancia hacia las posturas no equidistantes. Y Ciudadanos parece caer en este error, manifestándose como “extremo centro”; es decir, en el término medio está la virtud, y fuera de éste, la radicalidad. Sin embargo, no es así. En política, como en todo lo demás, existe lo correcto y lo incorrecto, no lo medio correcto o lo medio incorrecto.
Malos hábitos
Hay en Ciudadanos determinados comportamientos que recuerdan demasiado al partido al que pretende reemplazar y a otros que se suponen muy distintos. Perdonan… pero no olvidan. Su relación con los medios sigue el patrón de la “vieja política”, donde se distingue al amigo del enemigo en base a su capacidad de adulación. Dicho de otra forma, Ciudadanos no se libra de ese comportamiento leninista tan característico de los partidos españoles.
En conclusión, las personas corrientes pueden hacer y decir lo que les plazca en cuestión de preferencias partidarias, pero los medios de información no deberían. Elogiar sin medida a Ciudadanos o a sus líderes no puede ser la tónica general de quienes deben informar, analizar y formar opinión. Se debe, cómo no, reconocer los logros, igual que se señalan los errores. Pero nunca sobrepasar la delgada línea que separa la adulación interesada de la esperanza honesta.
Es responsabilidad de los medios de información que los partidos dejen de creer que premiar las lealtades o, en su defecto, castigar al crítico, es una atribución legítima. Al fin y al cabo, deberían ser los periodistas los que vigilaran a los partidos y no al revés.