MARTÍN-MIGUEL RUBIO.
La guitarra deriva etimológica y técnicamente de la kíthara, y concretamente la guitarra española de la cithara Hispanica, y lo digo porque es prudente decirlo ante el avance de la barbarie educativa perpetrado por Ignacio Wert, y su mediocridad tópica de “learning for life”. Lo que no acabaron de perpetrar los socialistas – la aniquilación de las lenguas clásicas y la alta cultura -, lo remata la progresía bárbara del PP. Mas el sistro permanecerá arrancándonos las más negras penas del corazón.
Fran Montaña es un inspirado guitarrista asturiano con risueña musa gallega, hija de las florestas mágicas de Aquae Urentes. Su participación en el disco de la Big Band, “Asturies tiempu de jazz”, con la pieza “Tengo que subir al puertu” es verdaderamente excelente, en donde su guitarra se hace clarinete clavicórdico y en la que la nieve resbala jovial con una música suspendida en cuerdas dulces y melancólicas. Fran ha versionado ya numerosas canciones de géneros muy diversos, cantadas por diferentes artistas, entre las que destaca para mi gusto el arte desbordante de Isabel H. Dimas.
Aunque los dedos de Fran son virtuosos cuando acarician mágicamente las cuerdas, no es el virtuosismo musical el principal regalo de su guitarra, sino la alegría del alma. Tiene versiones de “Can´t take my eyes off you”, de Bob Grew, Yu Quan, Bob Gaudio y Frankie Valii, “The nearness of you”, de Hoagy Carmichael y Ned Washington, “Fallen”, de Lauren Wood, “Grow old with me”, de John Lennon, “Agua de beber”, de Tom Jobim y Vinícius de Moraes, “Dos gardenias”, de Idílica Carrillo y Oswaldo Farrés, “Moon river”, de Henry Mancini y Johnny Mercer, “Overjoyed”, de Stevie Wonder, “Night and day”, de Cole Porter, “Les feuilles mortes”, de Joseph Kosma y Jacques, “Nature boy”, de Eder Ahbez, y “Fever”, de Eddie Cooley y John Davenport, entre muchas otras.
Desde los tiempos de la forminge de Píndaro y la lira alada de Anite de Tegea, las cuerdas a las que los dedos inspirados arrancan sonidos del empíreo, que en la materia inerte latían escondidos, bajando a la tierra y a nuestras caverniculadas orejas jirones invisibles de belleza celícola, pueden expresar todas las gamas y registros de sentimientos del alma y todos los modos con que los griegos clasificaron los sonidos del arte musical según la escala; dorio, frigio, lidio y mixolidio, tan bien comentados en los diálogos de Platón como desencadenantes de toda una amplia gama de sentimientos. Prueba de ello son las versiones para guitarra que Fran Montaña ha ido elaborando con tenacidad tranquila en los últimos tiempos, en los que demuestra que cualquier género musical puede tener cabido en el cuerpo sinuoso y cálido de una guitarra. Sin duda, hay algo divino en el interior y centro de toda guitarra, diríamos parafraseando la metafísica esperanzada de Jakob Böhme.
A veces, muy pocas veces, Fran Motaña utiliza con delicadeza el virginal cuerpo lignario de su guitarra como instrumento de percusión – cosa que hubiera sin duda ofendido al purista guitarrista burgalés Regino Sáinz de La Maza (¡pero no a los dedos gordezuelos de Andrés Segovia!) -, sólo cuando las cuerdas no llegan, no saben llegar, a ese estremecimiento telúrico del tambor y el adufe, u otros instrumentos membranófonos. Porque volvemos a decir que Fran Montaña no es un músico e intérprete academicista, sino un artista inspirado que fundamentalmente y por encima de todo deleita – función que ya Horacio veía en su Epistula ad Pisones como obligatoria en cualquier composición artística bajo el patrocinio inspirador de cualquier Musa o archivo memorístico -. “Aut prodesse volunt aut delectare poetae/ aut simul et iucunda et idonea dicere vitae”. Y con ese deleite consuela sin duda su entorno y aleja con su arte la tristeza presente de su Musa celta de las cosas duras de la vida, y hasta la dulzura de su melodía podría allá arriba poner de su parte a los dioses superiores, que todo lo dominan. Pues que ya los antiguos veían en la música una terapia para el alma y la mejor forma de impetrar la aquiescencia de la divinidad. Más aún, muchas iglesias gallegas, amén de las zamoranas, representan cielos con ángeles que alegran el corazón de Dios con instrumentos hermanos de la guitarra, como el arpa, el salterio, el qanum, la cítola, el laúd, la fídula, el orgaistrum o la zanfona. Aquellas tierras, en donde floreció la Musa del poeta, sabían en tiempos – qué duda cabe – calmar la ira justa de Dios con la música de las cuerdas.
Gran guitarrista español, en fin, que debemos escuchar como una fiesta para el alma y como conjuro contra la crisis y la mediocridad educativa que avanza como los godos sobre Adrianápolis con las hordas al mando de Ignacio Wert, aniquilador del griego y la cultura clásica. Y pensar que había algunos que pensaban que con la llegada del PP se restauraría la antigua grandeza del estudio de las lenguas clásicas, que hizo brillar a nuestro país tanto como a Alemania…Sabemos tan poco del alma del PP tras la retirada de la política culta Esperanza Aguirre…Para una que tenía clase…