Ante la sedición catalana, las promesas de “diálogo” del gatopardismo mariano, las “medidas secretas” de María Soraya y el órdago del cura encampanado en Gerona son lo mismo: chapoteo en la sopa primordial del consenso, esta ideología socialdemócrata que consiente la transgresión, mas no el disenso.
El disenso no es otra cosa que pensamiento crítico, “ruptura con la opinión publicada”, dicho por el argentino Alberto Buela, que lleva tres décadas teorizándolo y que encabeza su teoría con Havel:
–El disidente no aspira a cargos oficiales ni busca votos. No trata de agradar al público, no ofrece nada ni promete nada. Puede ofrecer, en todo caso, sólo su pellejo.
Havel es el gran marginado por los satisfechos gozadores del sistema consensual del “ostrakón”; lo que Buela llama la “Patria Locutora”: profesores y periodistas semicultos, “demócratas discursivos” del blablablá de Habermas (“¡Teoría de la Comunicación!”), con la vanguardia por método:
–Si no somos profundos, al menos no seamos antiguos.
El disenso rompe el simulacro ilustrado de “hacer ‘como si’ se tuviera en cuenta al otro” cuando en realidad busca distanciarlo sin que se note.
En el consenso (hablar por hablar, jovial disposición a un compromiso que a nada compromete) los problemas se ordenan, pero no se resuelven: en esta “pax apparens” el político se siente obligado a aceptar las demandas, pero no a solucionarlas.
–Con “la ausencia de intento alguno para resolver los problemas” se espera que una fuerza de las cosas lo vaya haciendo.
Buela se detiene en esas “mesas de consenso o diálogo” que nos brindan los “analfabetos culturales locuaces” (comunicadores en general), donde cada uno dice lo que el otro quiere escuchar, pero quien habla no cree lo que dice.
¿A qué obedece este “carácter mistongo” de los argentinos (léase españoles) de ahora?
–¿Será tal vez al carácter romano (en Roma “todos gritan y nadie se pelea”) de los curas?
Sólo la Patria Locutora y el cura de Gerona lo saben.