Miquel Roca i Junyent, ahora celebrado “padre de la constitución” y Letrado defensor de la Infanta, ya anunció en su día, tras conocer el fallo de la Sentencia del Tribunal Constitucional (TC) sobre el Estatuto Catalán de la época del zapaceno, que con dicha resolución el proyecto común del 78 se había agotado y que el constitucional lo había enterrado. “El pacto constituyente, el espíritu de la transición ha sido finiquitado; ahora toca rehacer el pacto”, dijo entonces.
En un artículo que publicaba en el diario catalán “La Vanguardia”, Roca valoraba el fallo del TC como una solución a medias, que no resolvía nada y lo reabría todo. “Si algo pone de manifiesto es que habrá de reconsiderarse el pacto constituyente y definir nuevas bases para la convivencia en España”, insistía. En el artículo advertía de que las consecuencias del veredicto no sólo afectarían a Cataluña y opinaba que lo ocurrido no era una decisión que afectara sólo a esa región, sino que “Es toda España la que redescubre que tiene la necesidad de volver a definir nuevos pactos, nuevos enfoques, nuevos encajes.”
Se lamentaba de que el pacto que hizo posible el texto del 78, los acuerdos y el “espíritu de consenso” que la animó, “no podían imaginarse que, en una línea de desarrollo constitucional, se interpreten ahora como el Tribunal ha proclamado; esto no estaba previsto, porque se había contemplado todo menos volver atrás”. Sin embargo el ex secretario general de Convergencia Democrática de Catalunya (CDC) también aseguraba que seguiría creyendo en la constitución actual, porque el largo viaje que se ha hecho conjuntamente le impide ser “desleal” (sic.). La misma lealtad que Mas y sus restantes herederos políticos, lo que se ve con la perspectiva que da el tiempo. No obstante reconocía que a partir de ese momento le costaría hallar argumentos para convencer a los que se sienten marginados de su amparo.
Que no se preocupe el señor Roca, que desleales ya lo fueron todos estos “padres de la constitución” en el momento de acordar la remodelación del régimen dictatorial transmutándolo en esta oligarquía apátrida de partidos. Los que cambiaron de régimen sin bajarse del coche oficial, a la causa que los elevó antaño, y los opositores, a las expectativas democrática en ellos depositadas.
Todos ellos deben desaparecer de la vida pública. La confesión de Roca, vista ahora, subraya su inhabilitación íntegramente y la imposibilidad de cualquier reforma. Lo mismo se puede predicar de los partidos del régimen. Es el momento de la ruptura, de una vez por todas, y de la alternativa democrática.