Es sabido que hoy día uno de los temas y asuntos más aprovechados políticamente por el progresismo, tanto de izquierda como liberal, es el del indigenismo.
No existe prácticamente ningún gobernante- nacional o provincial- de Nuestra América que no cante loas al mundo precolombino, a los indios, a los autóctonos, a los mal llamados pueblos originarios. Porque el pueblo original de América es el criollo, somos nosotros “ni tan españoles ni tan indios” como gustaba decir Bolívar. Somos el tertius genus como son los cristianos para San Pablo, ni tan judíos ni tan paganos.
Ni que decir de los militantes políticos y los intelectuales del pensamiento único, el tema está comprado en bloque. Es como si una voz de orden venida del imperialismo yanqui dijera: “Así como para nosotros el único indio que vale es el indio muerto, para Uds. lo único valioso es: que todos sean o se declaren indios”.
Para apoyar este principio de dominación política y cultural nos han vendido, y nuestra intelligensia ha comprado, la teoría del multiculturalismo que hace pedazos la poca unidad que hemos logrado luego de 500 años de existencia. Esta teoría ruin se expresa en el apotegma: la minorías tienen derechos por el sólo hecho de ser minorías, tenga o no algún valor lo suyo.
Y así como es políticamente correcto criticar a los fumadores y a los cazadores de ciervos, por el contrario, es políticamente incorrecto criticar a cualquiera de las mil variantes del indigenismo americano.
De acá se desprende la primera mentira mayúscula: la matanza de indios que realizaron los españoles fue de 120 millones según Escarrá Malavé, presidente de la comisión de relaciones exteriores del Congreso de Venezuela, de 70 millones según el sociólogo brasileño Darcy Ribeiro y así siguen los números más inverosímiles. Pero estas cifras son solo suposiciones artificiosas teñidas por el odio a España y lo español producto de la “leyenda negra” creada por las oficinas políticas de Holanda e Inglaterra.
El filósofo e historiador mejicano José Vasconcelos, nada hispanista, hace constar en su Breve historia de México que no había más de seis millones de indios en todo el norte de América, tesis que años después convalidarían las investigaciones del antropólogo W. Denevan. Mientras que don Ángel Rosemblat, profesor de historia de América colonial y nada sospechoso de prohispanismo, estimó una población a la llegada de Colón de trece millones y medio para toda América. La que disminuyó en gran parte, no por las matanzas que ciertamente las hubo sobre todo en los primeros treinta años de la conquista, sino, por las epidemias que los españoles trajeron: gripe, viruela, sífilis, etc.
Ángel Rosemblat nació en Polonia en 1902 en el seno de una familia judía y llegó a Buenos Aires a los seis años, realizó sus estudios en la Universidad de Buenos Aires, se perfeccionó en Europa y en 1946 se afincó en Venezuela contratado por ese gran pensador venezolano que fue Mariano Picón Salas, allí murió en 1984. Nosotros tuvimos ocasión allá por 1968 de asistir a varias de sus clases magistrales en la Universidad de Buenos Aires.
El trabajo que acá publicamos pertenece al libro que le dio mayor fama internacional La población de América en 1492, editado por el Fondo de Cultura Económica en 1945 y que ha tenido múltiples reediciones. En este trabajo Rosemblat estudió el proceso demográfico de América desde la llegada de los europeos y para ello utilizó un original método “invertido cronológicamente”, es decir, que fue desde nuestros días – donde contamos con datos más o menos ciertos- hasta 1492, donde la incertidumbre es mayor. Pasó así de los datos comprobables desde 1940, 1825, 1650, 1570, 1492 hasta los datos menos ciertos o verosímiles.
Este trabajo eximio de Don Ángel de 1945, sobre el que siguió trabajando hasta las ediciones mejicanas de 1964, es de una erudición apabullante que hoy no se encuentra, y da al traste con la inmensa cantidad de trabajos posteriores al suyo, que ni por asomo se aproximan en rigor metodológico ni en el manejo de las fuentes. Un signo más de la decadencia de nuestro tiempo.
ALBERTO BUELA
LA POBLACION AMERICANA EN 1492
ÁNGEL ROSEMBLAT
Hemos seguido paso a paso el movimiento de la población indígena de América retrocediendo desde la actualidad hasta 1570. Estamos, pues, en condiciones de plantearnos el problema final: la población que tenía el continente a la llegada de Colón. De más está decir que la fecha de 1492 tiene sólo un valor convencional. Significa, en términos generales, el momento en que se produce el contacto entre el mundo americano y la civilización europea. Ya hemos visto que ese contacto se produjo por etapas y que en 1570 una gran parte del continente, apenas descubierta, seguía sometida a sus propias leyes demográficas.
Las apreciaciones de los contemporáneos y de los autores coloniales, que juegan muchas veces con los millones, están falseadas fundamentalmente en varios sentidos:
1º Cuando Fray Toribio de Benavente o Motolinia dice que en Méjico los padres franciscanos bautizaron, de 1521 a 1536, cerca de cinco millones de indios (según Pedro Fernández de Quirós, en 1609, 16 millones; según Fray Buenaventura Salinas, en 1631, más de 18 millones; según Juan Díez de la Calle, en 1657, 43 millones) trata indudablemente de exaltar la obra evangelizadora de la Orden. (1)
22 Cuando Hernán Cortés, en carta a Carlos V, describe una lucha contra más de 149.000 tlascaltecas “que cubrían toda la tierra” (el número tiene apariencias de precisión), trata sin duda de destacar el valor temerario de los 400 soldados que le acompañan y su maestría de capitán. (2)
3º Cuando el historiador mejicano Clavigero cree verosímil que hayan acudido seis millones de indios a las fiestas de inauguración del templo de la ciudad de Méjico en 1486 se deja llevar, sin duda, por la tendencia, bastante general, a engrandecer el pasado indígena. (3)
4º Cuando Fray Juan de Zumárraga, en 1531, dice que sólo en la ciudad de Méjico sacrificaban a los ídolos más de 20.000 víctimas al año, o Fray Juan de Torquemada dice que en todo el país inmolaban 72.244 víctimas por año, cifra que otros hacen ascender a 100.000, se hacen expresión del horror que produjo a los españoles esta manifestación del culto azteca y tratan, sin duda, de justificar la destrucción de los templos y la conquista misma. (4)
5º Finalmente, cuando el P. Las Casas afirma que los conquistadores de Méjico exterminaron más de cuatro millones de indios en los doce años que siguieron a la entrada de Cortés, no hace indudablemente una afirmación de tipo estadístico, sino que maneja las cifras con espíritu de hombre de partido, como defensor apasionado de la causa de los indios y detractor del poder civil y militar. (5)
Podrían agregarse otras causas de deformación, entre ellas la siguiente, anotada ya por Clavigero: el afán universal de agrandar las cosas nuevas que se describen. Al encontrarse con el Nuevo Mundo, el descubridor y el conquistador tuvieron una primera visión de deslumbramiento. Toda visión global, sobre todo del número de habitantes o de casas de una ciudad, el cómputo de una muchedumbre o de un ejército, se expresa siempre hiperbólicamente, como puede comprobarse con la experiencia cotidiana.
Esas cifras tienen sin duda un valor histórico, aunque no, desde luego, un valor estadístico. ¿Hay acaso cifras de otro género? Evidentemente sí. Cuando se aparta uno de las polémicas político-religiosa, debidas a veces a rivalidades entre órdenes, a conflictos entre el poder eclesiástico y el temporal o a rencillas y rivalidades entre los mismos capitanes y gobernadores, se encuentran abundantes elementos que se prestan para un cálculo aproximado: empadronamientos parciales, repartimientos de indios realizados al día siguiente de la conquista, ya veces también la magnitud de los ejércitos. Con ayuda de estos elementos, tomando en cuenta el desarrollo histórico y analizando los medios de vida de las poblaciones precolombinas y los restos de sus culturas, hemos elaborado el cuadro que damos a continuación:(6)
POBLACION DE AMERICA HACIA 1492
I. Norteamérica, al Norte del Río Grande | 1.000.000 |
II. Méjico, América Central y Antillas | 5.600.000 |
Méjico | 4.500.000 |
Haití y Santo Domingo (la Española) | 100.000 |
Cuba | 80.000 |
Puerto Rico | 50.000 |
Jamaica | 40.000 |
Antillas Menores y Bahamas | 30.000 |
América Centra | 800.000 |
III. América del Sur | 6.785.000 |
Colombia | 850.000 |
Venezuela | 350.000 |
Guayanas | 100.000 |
Ecuador | 500.000 |
(6) La población está calculada dentro de los límites actuales. Damos al final, en nuestro Apéndice V, todos los datos y elementos bibliográficos que hemos podido reunir sobre esta época. Servirán para discutir el valor de nuestro cuadro y como aportación para estudios especiales. .
Perú | 2.000.000 |
Bolivia | 800.000 |
Paraguay | 280.000 |
Argentina | 300.000 |
Uruguay | 5 .000 |
Brasil | 1.000.000 |
Chile | 600.000 |
Población total de América en 1492 | 13.385.000 |
Esta cantidad de casi trece millones y medio de habitantes, con un margen de error que en conjunto no creemos mayor del 20 por ciento. Está de acuerdo con el conocimiento del grado cultural que había alcanzado el continente en 1492.
La densidad de población depende, en efecto, no sólo del medio, sino también de la estructura económica y social. En el estudio de todos los pueblos se ha observado, como es natural, cierto paralelismo entre densidad de población y nivel cultural. Se da particularmente un gran centro de población allí donde cristaliza una gran formación política bajo formas agrícolas de existencia. Tal fue, en América, el caso de las civilizaciones azteca, maya, chibcha e incaica. En ellas alcanzó su apogeo la agricultura precolombina y se congregaron densos núcleos de población. El maíz (América se ha llamado la “civilización del maíz) era la base de la alimentación y se cosechaba en algunas partes dos veces al año. La zona agrícola abarcaba toda la región alta del Occidente americano, especialmente la meseta, desde Arizona hasta Chile. Pero ni siquiera el maíz era general; el cultivo se reducía, en gran parte de esa zona, a plantas tuberosas como la patata y la mandioca, a granos como la quinua (“el trigo de la puna”), a legumbres como los frijoles o las calabazas. La irrigación, el abono artificial y el empleo de instrumentos agrícolas, de madera o piedra, eran excepcionales. Las crónicas mejicanas han conservado el recuerdo de horribles períodos de hambre anteriores a la llegada de Cortés. (7)
Pero si las grandes culturas llegaron a la etapa agrícola, y en el Perú se llegó a domesticar la llama y la alpaca, la mayor parte del continente vivía de la caza, de la pesca y de la recolección. Los pueblos cazadores necesitan extensas praderas y no crean por sí solos grandes centros urbanos, que resultan de la convergencia de los resortes políticos, el comercio y la producción industrial. Se han analizado admirablemente los medios de vida de la América precolombina. (8) Las regiones polares y subtropicales llegan muy pronto a un grado de superpoblación. Los pueblos que se alimentan de la caza y de la pesca están obligados a cierto nomadismo intermitente. La selva no ha albergado nunca grandes poblaciones, por la gran mortalidad, las condiciones climatográficas difíciles, la lucha con insectos y fieras y la escasez de plantas alimenticias. Contra lo que se cree, los recursos alimenticios de la selva son tan limitados -dice Sapper- que el viajero que no vaya bien provisto se morirá seguramente de hambre. Es paradójico -dice por su parte Humboldt, pero en la zona tórrida, “donde una mano benéfica parece haber derramado el germen de la abundancia, el hombre indolente y flemático se encuentra periódicamente falto de alimentos” (9) Aun hoy las expediciones científicas que llegan a regiones inexploradas se encuentran con poblaciones poco numerosas que se han creado, a través de una lucha secular con los elementos, un pequeño oasis habitable.
Fuera de la zona agrícola, que se escalonaba en una estrecha franja a lo largo de los Andes (en la región atlántica sólo hubo islotes, seguramente puntos de expansión), el continente era en 1492 una inmensa selva o una estepa. Ya hemos visto que Kroeber, que aplica exclusivamente el criterio de la densidad de población de las áreas culturales, sin detenerse en los datos históricos, calcula para toda América una población de 8.400.000 habitantes. Por nuestra parte hemos llegado a casi trece millones y medio.
Según nuestros cálculos, desde 1492 hasta 1570 se ha producido una disminución de 2.557.850 indios, balance negativo del primer período de contacto del blanco y del indio en toda amplitud del continente. ¿A qué se debe que se haya hablado de la extinción de decenas de millones de indios? Sería pueril explicarlo simplemente por la fabricación deliberada de una leyenda negra. Por una parte se ha creído en una grandeza legendaria de América; por otra se ha generalizado a todo el continente el proceso de extinción cumplido en las Antillas y se han tomado los hechos aislados -en el proceso que hemos llamado periférico- como índice de una evolución general.
Analicemos, pues, con alguna detención, el proceso que condujo a la desaparición del indio antillano.
Dos cuestiones vamos a considerar:
1º ¿Cómo se explican los millones de indios atribuidos a esas islas cuando nosotros apenas encontramos un total de 300.000 indios?
2º ¿Cómo se explica la extinción vertiginosa del indio antillano? Veámoslo en la Española, el primer ensayo de colonización americana. Es un hecho comprobado repetidas veces que los primeros viajeros que se han puesto en contacto con un país exótico han exagerado considerablemente su población, en muchos casos hasta decuplicarla. Es lo que pasó con Groenlandia, con Tahití y las islas Sandwich, con Marruecos y el África Occidental. Es lo que pasó también con las Antillas. El navegante, propenso siempre a descubrir grandezas, calcula la población total por las gentes que sus barcos atraen a la costa o generaliza a todo el país la densidad de población del punto hospitalario donde desembarca. (10)
La Española fue por unos años el Dorado americano. Colón, sugestionado por su propio descubrimiento, o calculando sus frases con frialdad de propagandista, había visto en ella un puerto hondo “para cuantas naos hay en la Cristiandad”, un río en el que cabían “cuantos navíos hay en España”, y hasta montañas “que no las hay más altas en el mundo”(11). La Española era el Ofir de las Sagradas Escrituras. Pero la realidad fue algo distinta. El segundo viaje de Colón -17 naves, 1.500 hombres- debía iniciar la gran empresa colonizadora. Años después quedaban más que recuerdos fatídicos: por las ruinas de la Isabela, la primera colonia, vagaban, según la leyenda, los espectros blasfemantes de los que habían muerto de hambre. El Nuevo Mundo no era aún capaz de alimentar a 1.500 europeos. Hubo que expedir urgentemente barcos a España en busca de víveres. Hubo que desistir de expediciones iniciadas, por miedo a morir de hambre en el trayecto.
Sin embargo, la isla, fuera de las cordilleras casi inaccesibles, de las depresiones áridas y de los bosques espinosos, era de una fertilidad extraordinaria, “un verdadero Paraíso arahuaco”, como dice Sven Loven en- su estudio de la agricultura de los taínos. (12) Los indios vivían fundamentalmente de los productos del suelo y cultivaban de manera intensiva la yuca o mandioca, la batata, el aje, el maíz, los frijoles o porotos, la yautía, el lerén, etcétera. Tenía, además, gran riqueza de árboles frutales, silvestres y de huerta. Pero el único instrumento agrícola era la coa, una especie de azada de madera: “unos palos tostados que usan por azada”, según la definición del P. Las Casas. La base de la alimentación era el pan de yuca, el famoso cazabe antillano. La cultura taína, que dominaba en la isla, una rama de la cultura arahuaca del continente, se encontraba aún en la edad de piedra y no había alcanzado un grado avanzado de agregación social, la única base para la existencia de poblaciones densas. La isla estaba’ dividida en una serie de cacicatos independientes (cinco al menos, “los cinco reinos” del P. Las Casas) y no presentaba más que pequeñas aldeas de bohíos y caneyes. (13) Una población de 100.000 habitantes nos parece lo máximo que podía haber sustentado la isla en 1494, cuando se inició el choque con el blanco, y es también lo máximo que permiten suponer los 60.000 habitantes con que contaba, según parece, en 1508 y los 30.000 de 1514. (14)
La fama de la isla, como expresión de la riqueza de las Indias, debió difundirse rápidamente por España. No fue ajeno a ello, sin duda, la necesidad de alentar la empresa colonizadora y de neutralizar los primeros fracasos. Rápidamente surgieron villas y ciudades: en 1502 había tres pueblos; en tres o cuatro años se fundaron quince, “con mucha gente de vezinos, tratantes e trabajadores de minas y granjerías”(15). Las ilusiones crearon una grandeza ficticia que pronto se desmoronó. Cuando se percibió el fracaso de la explotación minera, y el Dorado se desplazó hacia tierra firme, sobre todo hacia Méjico y el Perú, los colonos empezaron a emigrar. Sólo quedó el recuerdo de una grandeza; mejor dicho, de la ilusión de una grandeza.
Colón había creído luchar con 100.000 indios en la Vega Real, había creído que la isla era tan grande como Portugal, aunque con el doble de población, y que con los indios había “para hinchar a Castilla y a Portugal, y a Aragón, ya Italia, a Sicilia, e las islas de Portugal y de Aragón, y las Canarias”. ¿Qué tenía de extraño que Las Casas, que había visto 25.000 ríos riquísimos de oro sólo en la Vega de Maguá, hubiera visto también tres o cuatro millones de indios en la isla?
Con todo cómo se reduce esos 100.000 indios de la Española a 60.000 en 1508, a 30.000 en 1514, incluyendo en este número los introducidos de otras islas y de Tierra Firme, ya unos 500 escasos en 1570, para desaparecer lentamente en los siglos siguientes, absorbidos en la población blanca y negra. El proceso, al mismo ritmo, se repite en Cuba, Puerto Rico y Jamaica, y luego, con un siglo de intervalo, en las Antillas Menores y Bahamas, colonizadas por franceses, ingleses, daneses y holandeses.
Siempre que se ha puesto en contacto una raza conquistadora con un pueblo aborigen, ese contacto, aunque haya sido pacífico, se ha producido a expensas del pueblo conquistado:” su población ha decrecido necesariamente, al menos en la primera etapa. Este hecho ha sido estudiado entre los pueblos coloniales de África y Asia, y sobre todo en las islas de Oceanía. El mismo proceso se ha registrado aun en la conquista de un pueblo de cultura superior: la Grecia antigua, sometida al Imperio Romano. Es el “clash of peoples” de los ingleses, choque entre pueblos, tantas veces mortal. Aun en los casos en que el conquistador, por propia necesidad, ha puesto todos sus esfuerzos para estimular el crecimiento demográfico de la colonia, la población ha descendido día a día, en forma incontenible. Se ha llegado a hablar de “una atmósfera pestilencial” creada por la raza vencedora, de pueblos destinados por la naturaleza a la extinción como una especie de vegetación inferior, y hasta se ha pensado en una acción oculta de carácter misterioso (16). Y no ha faltado quien sostuviera la necesidad de apresurar portadas los medios el proceso para que “sobre las ruinas de los pueblos desaparecidos se pueda desarrollar la vida superior de razas mejor dotadas”.
Pero la extinción del indio antillano no tiene nada de misterioso ni de oculto.
Un siglo antes de la llegada de Colón los taínos de la Española y de Puerto Rico se encontraban en una fase expansiva: colonizaron el este de Cuba, superponiéndose a la cultura, más primitiva, de los siboneyes. Les detuvo el avance de otro pueblo, el caribe, que en 1492 había conquistado ya gran parte de las Antillas Menores y había invadido el extremo oriental de Puerto Rico, llegando a hacer incursiones, según parece, hasta la costa de Haití. Por un lado, “los indios cobardes y fuera de razón” de Colón frente a la “gente sin miedo”. Expresión clara de este proceso era la coexistencia en algunas islas de dos lenguas, una lengua de las mujeres, de origen arahuaco, otra de los guerreros, de la familia caribe, manifestación lingüística de un sistema de conquista bastante general en el mundo primitivo: exterminio de los hombres y apropiación de las mujeres. La llegada del blanco vino a interrumpir la expansión caribe y a inaugurar un período nuevo (17).
Resumamos ahora brevemente los hechos externos de la extinción del indio haitiano. El primer contacto entre Colón y “los indios cobardes” fue pacífico. Pero al volver en su segundo viaje, con instrucción expresa de que tratara a los indios “muy bien y amorosamente”, encontró las ruinas del pequeño fortín que había dejado, y muertos los 40 hombres de la guarnición. A principios de 1494, fundada la Isabela, comenzaron las expediciones a la “gran Vega”, el Dorado haitiano. Las ansiadas riquezas seguían ocultas. Colón inició una activa campaña contra los indios, que duró casi un año, con el empleo de armas de fuego, caballos, perros de caza. Los indios se sometieron. Pero cuando se les impusieron tributos de oro y de algodón, o el servicio personal en minas y granjerías, talaron los campos y huyeron al monte. Era imprescindible llevar oro a España, pagar las primeras expediciones, apaciguar a los colonos descontentos y desmentir a los que se habían fugado a la Península pregonando la pobreza de las decantadas Indias. Esta misión debía recaer sobre los indios. Prosiguió la campaña (la caza del indio) hasta lo más intrincado de los bosques. Se les esclavizó, se les marcó a fuego en la frente, como a los negros (la prohibición de herrar a los indios es del13 de enero de 1532), Y aun se inició el envío de cargamentos de indios esclavos para ser vendidos en la Península, hasta que lo prohibió la reina Isabel (18). Los primeros años transcurrieron en luchas contra los indios y disensiones entre los españoles. Hasta 1500 la empresa era un fracaso. Símbolo de ese fracaso, Colón volvió a España con grillos en las manos y cargado de cadenas.
Las instrucciones de 1501 y de 1503 a Ovando, y la Real Cédula del 20 de diciembre de 1503, especificaban la libertad del indio, pero también el derecho de compelerlo, mediante salario, para el trabajo en las minas o en los edificios, y para la labranza y la granjería. En ese compeler está el destino de la población indígena, porque el indio rehuía el trabajo, y su rebeldía era ya motivo de justa guerra, y por lo tanto de esclavitud. Las instrucciones de 1503 establecían, además, que debía juntárseles “para ser doctrinados, · como personas libres que son, y no como siervos” Desde 1502 surgieron ciudades y comenzó la explotación intensiva. A cada colono se le concedió una cantidad de indios, a veces cincuenta, a veces cientos (a los oficiales del Rey mucho más). Los indios repartidos trabajaban a la fuerza en la construcción de edificios, en la agricultura, en las minas. Era preciso alternar la vigilancia del trabajo con cruentas expediciones punitivas y con la caza constante de indios. La Reina Isabel murió en 1504. En el codicilo de su testamento suplicaba al Rey, y encargaba y mandaba a su hija la Princesa, y al Príncipe, su yerno, que procuraran atraer e instruir a los indios en la fe católica y mandaran “que sean bien y justamente tratados, y si algún agravio han recibido lo remedien” (19). En 1508 quedaban, según parece, unos 60.000 indios.
Como los indios no alcanzaban para las necesidades de la colonia, se empezaron a traer indios caribes, los temidos antropófagos de las Lucayas y de Tierra Firme, que la legislación autorizaba a capturar y vender como esclavos, y aun indios pacíficos de las islas no colonizadas todavía. Pero las cantidades fueron sin duda reducidas (20). En 1509, al llegar Diego Colón con su nueva corte de favoritos, se hicieron otros repartos de los indios de la Española. Entonces comenzó en favor de los indios la violenta campaña de los dominicos, que culminó con el apostolado vehemente y fanático de Las Casas (21).
Fray Antonio de Montesinos dio carácter público a la protesta dominica. En 1511 predicó en una iglesia de Santo Domingo, con violenta elocuencia, contra los abusos de los colonos y contra la encomienda como atentado a la naturaleza libre del indio (22). Diego Colón le acusó ante los superiores de su Orden, que se solidarizaron con el predicador. Se desencadenó una violenta hostilidad entre dominicos y el poder temporal. Los franciscanos se pronunciaron contra la orden rival. Los dominicos llegaron a negar los sacramentos s los que tenían indios encomendados. La lucha se enconó. El provincial dominico de España reprendió a sus hermanos de la Española y les anunció que en la corte se había pensado expulsarlos de la isla. Fray Antonio fue a España y se presentó ante Fernando el Católico. El rey convocó una Junta de letrados, que promulgó, el 27 de diciembre de 1512, las famosas Leyes de Burgos, el primer código que reglamenta la situación del indio. Las Leyes proclamaron la libertad del indio, pero sancionaron la encomienda como forma obligatoria, aunque paternal, de trabajo asalariado (23) Entonces se produjo en la Española el repartimiento de Alburquerque.
El repartimiento de los indios hecho por Rodrigo de Alburquerque en 1514 muestra el proceso de la extinción indígena en una fase aguda. El dinamismo demográfico de la Española estaba ya roto. Hay repartimientos de 40 y 50 indios en que consta expresamente que no hay ni un solo niño; sobre un total de 22.336 hombres y mujeres de servicios, no había con seguridad más de 3.000 niños, a juzgar por los datos parciales (hemos contado 1515, pero no siempre consta el número). Hay aún otro factor de desequilibrio: había más hombres que mujeres, contra lo que se podía esperar después de un período de guerra (en la Concepción, por ejemplo, contamos 1.072 hombres por 880 mujeres). Consta que 60 encomenderos estaban casados con cacicas. ¿Y el resto de los varios miles de españoles que poblaban la isla? Se sabe que muchos de ellos vivían con mujeres indígenas, y de la época de Roldán y de Bobadilla hay testimonios de que muchos hasta tenían un harén de indias. La escasez de niños está relacionada indudablemente con la escasez de mujeres, y los cronistas dicen que el indio ponía además trabas a la procreación. Es indudable que en 15141a población indígena de la Española -unas 30.000 almas- estaba a un paso de la extinción. Pocos años después casi no quedaban indios, y casi tampoco quedaban colonos, ahuyentados por la miseria.
El repartimiento Alburquerque, con su cohorte de favoritismos, injusticias y venalidades, desencadenó la lucha entre dominicos y el poder temporal. Las Casas había llegado a la Española en 1502. En 1511 había acompañado a Velázquez en la Conquista de Cuba mientras fray Antonio predicaba contra las encomiendas en Santo Domingo. Luego, en 1514, se siente iluminado, vende sus tierras, pone en libertad a los indios que tenía en encomienda y se entrega, durante cincuenta años, incansable, heroico, fanático, manejando el ruego o el anatema, arrastrando burlas, amenazas y persecuciones, acusado de delirante, loco, bellaco, desvergonzado, revoltoso y sedicioso, y a pesar de fracasos, derrotas y humillaciones, a la lucha contra “la codicia insaciable” y ‘la innata ambición” de “los tiranos que comen la carne y beben la sangre de sus ovejas” ya su fervoroso apostolado: la defensa del indio, que para él era manso, dócil, débil, fiel, humilde, paciente, delicado, pacífico, tierno, sufrido, sin maldad ni doblez, sin rencor ni odio, sin soberbia ni ambición ni codicia. El P. Las Casas quería la conquista pacífica y una especie de república india bajo la tutela de los dominicos.
La campaña de Las Casas, proseguida ante el rey y ante el cardenal Cisneros, determinó el envío, en 1516, de tres Padres Jerónimos para que pusieran paz en la isla. Las instrucciones que llevaban habían sido redactadas por el mismo Las Casas, con modificaciones del Cardenal y de su Consejo. Los Padres Jerónimos llegaron en diciembre de 1516; según algunos creían, para asegurar la libertad de los indios. Encontraron a los nativos “derramados por toda la isla e tan pocos en cada asiento, por estar todos divididos por las mismas e estancias de los castellanos, que no era posible ni convertirlos en buenos cristianos ni asegurar su procreación”. Decidieron entonces reunirlos en pueblos de 400 ó 500, manteniendo las encomiendas. Las Casas, de nuevo inquieto, volvió a España con el propósito de mudar “el tiránico gobierno” de la encomienda por otra manera “razonable y humana” de regir los indios.
El poder temporal, que no podía renunciar al indio -la principal, casi la única riqueza- , puso todos sus esfuerzos en conservar y aumentar la población indígena. Entonces, para relevar al indio del trabajo exterminador de las minas, y ante las demandas insistentes de los colonos, apoyados por los Jerónimos y por Las Casas, se intensificó el comercio negrero, practicado ya intermitentemente desde 1511, pero suspendido por temores políticos (24). El negro, más fuerte, más resistente, con mayor capacidad de adaptación a las formas europeas de trabajo, desplazó al indio. Los colonos preferían un negro a cinco indios. Para el cultivo de la yuca un indio fuerte podía hacer 12 montones diarios; un negro podía hacer 140 (25). Hacia 1520 escribía Fernández de Oviedo (Historia, 1, 141): ”Ya hay tantos en esta isla, a causa destos ingenios de azúcar, que paresce esta tierra una efigie o imagen de la misma Ethiopía”. En 1545 -cuenta Benzoni- muchos españoles de Tierra Firme estaban seguros de que los negros se iban a apoderar de la isla. En 1560, cuando apenas quedaban unos centenares de indios, había ya unos 20.000 negros. (26)
El negro agravó la situación del indio aun desde otro punto de vista: las epidemias. A las enfermedades introducidas por el blanco, para las que el indio carecía de inmunidad (epidemias exterminadoras de sarampión o de viruelas), vinieron a agregarse las enfermedades africanas. Se ha dicho que la caballería invisible de los microbios ha hecho en toda conquista más víctimas que las armas. El antropólogo alemán Waitz ha llegado a atribuir a las viruelas el exterminio de la mitad de la población indígena de América. En diciembre de 1518, cuando los indios de la Española iban a abandonar las minas para ir a sus pueblos, los treinta pueblos en donde los Padres Jerónimos esperaban que se harían buenos cristianos y podrían procrear, “ha placido a Nuestro Señor -dicen los Padres de dar una pestilencia de viruelas que no cesa, e en la que se han muerto e mueren hasta el presente (10 de enero de 1519) casi la tercera parte de los dichos indios”. Los oficiales y oidores reales, en carta al rey, calculaban el20 de mayo de 1519 que de esa pestilencia había muerto más de la mitad de los indios.
Las viruelas, el sarampión, el romadizo y cualquier enfermedad infecciosa cobran especial virulencia cuando son el sello de la conquista de una población desnutrida. La gran mortalidad de las epidemias en la Española es un síntoma de que la población indígena estaba derrotada. Frente a la extraordinaria receptividad para el germen, y ante los estragos de la enfermedad, el indio no tenía más defensa que los recursos de su magia.
Los esfuerzos para salvar al indio fueron infructuosos. Irremediablemente, entró en franca extinción. Su vida espiritual (sentimientos, creencias, jerarquías) estaba aniquilada, su sistema de vida desintegrado, sus clases dirigentes destruidas. Tuvo la sensación de su impotencia, de su inferioridad, de su esterilidad. La anarquía se adueñó de su mundo moral y psíquico. Lo que pasaba a su alrededor era superior a su capacidad intelectual. De su familia poligámica, de su desnudez, de sus placeres primitivos, se le quería llevar a la monogamia rígida, al trabajo forzado, a vestirse, a un Dios único. Se sintió abandonado por sus “zemíes” protectores. Su “perversidad” llegó entonces hasta el punto de negarse “a los deberes de la reproducción” o Él usar hierbas para practicar el aborto. Para “sustraerse al trabajo” se suicidaba (con zumo de yuca brava, ahorcándose, despeñándose de las rocas o comiendo tierra), y lo hacían las familias enteras, grupos de 50 indios, y aún pueblos íntegros que “se convidaban a ello”; su crueldad llegaba hasta el punto de hacerlo “por pasatiempo” (27). Sin embargo, todavía fue capaz de una insurrección cruenta y larga: desde 1519 hasta 1533, Enriquillo, un indio educado por los franciscanos, con 4.000 indios según unos, con 50 según otros, dirigía la resistencia. Hubo que llevar 200 hombres de la Península y movilizar más soldados que los que acompañaron a Cortés en la conquista de Méjico. En 1542, cuando se dictaron las Leyes Nuevas, con disposiciones de favor para el indio antillano (28) -era el triunfo de Las Casas-, sólo quedaban para poner en libertad, porque los colonos alegaban que sus indios no eran los autóctonos, sino comprados en el continente y en otras islas.
El proceso de la Española se repitió, con variantes, en Cuba y Puerto Rico.
En las Antillas Menores, pobladas por indios belicosos, los caribes o caníbales, el proceso fue más violento: la legislación permitió capturarlos, marcarlos a fuego en la frente, venderlos y hasta mandarlos a España. En último término, el mismo proceso de las Antillas españolas se cumplió luego en las francesas, inglesas, holandesas y danesas. ¿Era el indio antillano tan débil que su existencia constituía -como se ha dicho- “un milagro fisiológico”? Su historia prueba evidentemente que no. Además, la desaparición fue más lenta de lo que se cree. En Cuba quedaban indios casi en nuestros días, y también en Santo Domingo. Los últimos indios antillanos se diluyeron en la mezcla con el blanco y el negro.
¿Por qué se ha extinguido entonces en las Antillas mientras se conserva hasta nuestros días, con bastante vitalidad, el indio continental? Sin duda por su carácter de indio insular. El mismo proceso de extinción se ha cumplido como hemos visto- en grandes regiones del continente, desde el descubrimiento hasta nuestros días. En los Estados Unidos, en la Argentina, en todos los países, el indio ha sido arrojado hacia zonas del interior, hacia las tierras de renta más baja. El indio se ha visto obligado a replegarse hacia lo que hemos llamado zona nuclear. En las Antillas, prescindiendo de los indios que huyeron de isla en isla hasta el continente, en proporciones difíciles de determinar (29), en el cual, por otra parte, se conservan restos densos del indio antillano, ese proceso tenía poco margen. La zona de extinción debía abrazar pronto todo el ámbito de las islas.
Se explica así que mientras la población indígena del continente ha aumentado, al parecer, en sus cifras de conjunto, desde 1492 hasta la actualidad, en las islas del Mar Caribe no hayan quedado más que familias aisladas en las que el ojo experto puede reconocer, a través del mestizaje con el blanco y con el negro, un resto de la antigua población antillana.
El proceso antillano no se puede generalizare a toda América, sino a la que hemos llamado zona periférica. De todos modos, el primer contacto entre el blanco y el indio fue fatal para el indio en toda la amplitud del continente. Lo fue en las regiones donde el contacto se produjo en forma pacífica, pero aún más en >Méjico y el Perú, donde adquirió caracteres de gran violencia. La primera época fue sombría. La historia se detiene en los hechos que más impresionan: la persecución del indio con perros de caza, la venta de indios esclavos, marcados con hierro en la frente, ¿No se les llegó a negar el carácter <le seres racionales, y no fue necesario que el Papa Paulo 111 afirmara, en su bula del 2 de junio de 1537, que los indios eran verdaderamente hombres, capaces de adoptar la fe de Cristo? Aun un espíritu bastante mesurado como el P. Toribio de Benavente o Motolina, que era contrario aque se imprimieran las obras del P. Las Casas y escribía a Carlos V que “los indios desta Nueva España están bien tratados tienen menos pecho y tributo que los labradores de la vieja España, cada uno en su manera”, analiza diez causas de la despoblación de la Nueva España, “diez plagas con que Dios hirió las tierras y los habitantes de Méjico”; Las epidemias, las guerras con los españoles, el hambre, los tributos y servicios de los indios, el trabajo de las minas, la esclavitud, et. Un dominico, Fr. Domingo de Betanzos, profetizó la extinción de la raza indígena si continuaban los desastres. (30)
Los testimonios son coincidentes en toda la extensión de América, y a veces se apoyan en cifras para presentar más gráfica y elocuente mente la destrucción de las Indias. Fuera de los círculos afectos al P. Las Casas, un cronista de Su Majestad, Francisco López de Gómara, dice que en las guerras civiles entre Pizarras y Almagros murió un millón y medio de indios. Nada se presta más para las cifras hiperbólicas que los cálculos de la mortalidad bélica. Y, sin embargo, no hay que olvidar que las huestes españolas nunca pasaron de varios centenares de hombres, y muchas veces no llegaron al centenar. En 1580 el padre jesuita Luis López, en lima, dice que la guerra de Vilcabamba, en que se apresó a Túpac Maru, y la guerra contra los chiriguanos se han hecho “con injusticia y mucha costa de indios y españoles y muertes, y particularmente la de los chiriguanes”, A lo cual contestaba el Virrey Toledo:
- “solos murieron cuatro en entrambas guerras, y de indios no entiendo que murieron veinte: los ocho u diez mataron los indios de guerra, y los demás se murieron de sus enfermedades” (31). Más verosímiles son las cifras de la ‘mortandad producida por las epidemias: en la mayoría de las provincias de Méjico -dice Motolina- murió la mitad de la gente de las viruelas introducidas en 1520 por el negro de Narváez; según Torquemada murieron 800.000 indios en la epidemia de 1545 y dos millones en la de 1576. Pero son siempre sospechosas las cifras inspiradas en el terror.
Con todo, por más discutibles que sean los números, parece evidente que el contacto violento o pacífico, las epidemias, las guerras, la migración de pueblos a consecuencia de la conquista, el nuevo régimen de trabajo y de vida, y aun las arbitrariedades y abusos de autoridades y encomenderos, repercutieron desfavorablemente en el desarrollo de la población indígena en el siglo XVI. Pero ya hemos visto que ese contacto no fue simultáneo en todas partes, y hemos visto también, a través de cuatro siglos de historia indígena, que aun en las condiciones más desfavorables una población concentrada en núcleos densos, manteniendo casi intactas su cultura, su familia, su organización social, puede rehacerse después de la hecatombe inicial. George Kubler; que ha estudiado detenidamente el movimiento de la población mejicana en el siglo XVI, cree que ha habido un gran descenso de 1520 a 1545, un aumento apreciable de 1546 a 1575 y un período estacionario de 1577 a 1600 (32). Los hechos luctuosos no constituyen toda la historia. La acción indianófila de fuertes núcleos misioneros, que ganaron muchas veces para su causa a las autoridades y a la corona, el apostolado tan discutido del P. Las Casas y el apostolado indiscutido de Vasco Quiroga, la actitud generosa de una parte de los nuevos pobladores, las reformas administrativas y judiciales, la legislación protectora, y aun el matrimonio legal entre españoles e indias, junto a la necesidad de mantener el desarrollo de la población indígena. Sin dejamos llevar por la tentación de una leyenda negra o de una leyenda áurea -a ninguna de las dos se ajusta la historia del hombre. Y menos la del hombre hispano, hemos llegado a calcular una disminución de unos dos millones y medio de indios de 1492 a 1570, y una población americana de unos trece millones y medio en 1492.
CONCLUSIONES GENERALES
Hemos seguido hasta ahora un camino inverso al de toda investigación histórica: desde la actualidad nos hemos remontado paulatinamente hacia el pasado. Desandemos ahora el camino recorrido. El desarrollo de la población indígena y el proceso demográfico de América desde la llegada del blanco se expresa en las siguientes cifras:
Dentro de su valor relativo e hipotético, estos números constituyen un índice de la historia de América. La población indígena, sometida a un proceso continua de extinción por el juego de diversos factores (epidemias de origen europeo, guerras de conquista, régimen de trabajo, sistema colonizador, alcoholismo, despojos y arbitrariedades, nuevas condiciones de vida, derrota material y moral, mestizaje), llega hasta nuestros días, acrecida en número, pero muy mermada en su integridad racial. Pueblos enteros, hasta una cultura floreciente como la chibcha, han desaparecido casi sin dejar rastros. En la mayor parte del continente no quedan hoy ni las huellas del indio. Pero las cifras muestran al mismo tiempo un proceso acelerado de reestructura étnica y cultural. Más que de una extinción del indio hay que hablar de una absorción del indio.
Hace cuarenta siglos que un conjunto de pueblos, portadores de la lengua y de la cultura, penetraron en Europa. Por todos los procedimientos, desde la conquista pacífica hasta el exterminio, se superpusieron a los pueblos primitivos del continente, creando lo que llamamos hoy civilización occidental. La historia moderna de América no es más que una fase de ese mismo proceso. En cuatro siglos de expansión indoeuropea, el continente americano se ha incorporado al mundo occidental. Aun los grandes núcleos de la América india (Méjico, Perú) o de la América negra (Haití viven, en su vida histórica, dentro de los moldes culturales, políticos y económicos de Europa: Desde luego, se han incorporado a la vida americana muchos elementos de la cultura material y espiritual del indio, en amplias zonas se conservan poblaciones indígenas casi intactas y en zonas aún más amplias el indio sobrevive en el mestizo (“el neo-indio”). Pero en su conjunto, culturalmente, aún más que étnicamente, el continente está ganado para la raza blanca.
¿Cabe esperar -como hoy tiende a afirmarse- un renacimiento de la cultura autóctona? Después de cuatro siglos de desintegración étnica, política, cultural y lingüística, parece evidente que no. Pero el indio no ha muerto. Si la cultura propiamente indígena quedó paralizada en su desarrollo desde el momento de la conquista, el indio se fue incorporando a la vida social y cultural de América, y su aportación fue fecunda desde la primera generación americana. Una figura del siglo XVI puede simbolizar esa fusión del alma americana con la cultura europea: el Inca Garcilaso de la Vega, hijo de conquistador y de princesa indígena, criado en el Cuzco hasta los veinte años entre duros conquistadores españoles y los restos de la destronada monarquía incaica, y que supo, en la más pura y armoniosa lengua de Castilla, traducir los Diálogos de amor de León Hebreo, historiar dramáticamente la conquista de la Florida y reconstruir el pasado incaico y la conquista del Perú en sus magníficos Comentarios Reales, según Menéndez y Pelayo- , quizá el único en que verdaderamente ha quedado un reflejo del alma de las razas vencidas”.
Parece que el porvenir está decidido, y que el pasado americano podrá, cuanto más, sobrevivir como matiz, como estilo, en la gran obra colectiva y universal de nuestra cultura.
(1) Historia de los indios de Nueva España, por Fr. Toribio de Benavente o Motolina, edic. de Méjico, 1941, pág. 118: “Yo creo que después que la tierra se ganó, que fue el año de 1521, hasta el tiempo que esto escribo, que es en el año de 1536, más de cuatro millones de ánimas se bautizaron”. En la pág. 121 hace el cálculo: De los sesenta sacerdotes franciscanos que hay, veinte todavía no habían bautizado, y de los cuarenta restantes calcula que cada uno ha bautizado cien mil o más, “porque algunos de ellos hay que han bautizado cerca de trecientos mil, otros hay de doscientos mil y a ciento cincuenta mil, y algunos que mucho menos, de manera que con los que bautizaron los difuntos y los que se volvieron a España, serán hoy día bautizados cerca de cinco millones· Y luego hace el recuento por pueblos y provincias de la manera siguiente: “A México y a sus pueblos, ya Xochimilco con los pueblos de la laguna dulce, y a T1almánaco y Chalco, Cuauhuáhuac con Ecapitztlán, y a Cuauhquechollan y Chietla, más de un millón. A Tezcoco, Otompay Tepepolco, Tollantzinco, Cuautitlán, Tallan, Xilotepec con sus provincias y pueblos, más de otro millón. A tlaxcallan, la Ciudad de los Angeles, Cholollan, Huexotzinco, Calpa, Tepeyacac, Zacatlán, Hueytlapan, más de otro millón. En los pueblos de la Mar del Sur, más de otro millón. Y después que esto se ha sacado en blanco se han bautizado más de quinientos mil, porque en esta cuaresma pasada del año 1536, en sola la provincia del Tepeyacac se han bautizado por cuenta más de setenta mil ánimas; por manera que a mi juicio y verdaderamente serán bautizados en este tiempo que digo, que serán quince años, más de nueve millones de ánimas de indios”. Motolina alude a los debates producidos entre los frailes por el hecho de que los misioneros, que tenían que bautizar a veces dos y tres mil indios por día, abreviaban la ceremonia. Véase también a este respecto CLAVIGERO, Storia, IV, 282 (dice que según Motolina, entre 1524 y 1540 fueron bautizados en el Valle de Méjico y provincias vecinas más de seis millones de habitantes, y que él mismo bautizó 400.000, “de los que dejó el recuento escrito por su mano”) Humboldt, Essai, edic. París, 1825, 1,298, dice: “Todos los partidos estaban igualmente interesados en exagerar el estado floreciente de los países recién descubiertos: los Padres de San Francisco se vanagloriaban de haber bautizado, desde 1524 hasta 1540, más de seis millones de indios, y, lo que es más, de indios que no habitaban más que las regiones vecinas a la capitar. EZEOUlEL A. CHAVEZ, Fray Pedro de Gante, le atribuye a Fr. Pedro el haber bautizado en la provincia de Méjico, con otros compañeros, más de 200.000 indios, “ya un tantos que ya no sabía el número: en un día 14.000personas; a veces diez y a veces ocho mil” (cit. por GRANADOS, op. cit., 5) Fr. Martín de Valencia le escribía en 1531 al comisario general de la Orden franciscana, Fr. Matías Weynssen: … “hablando con verdad, y no por vía de encarecimiento, más de un millón de indios han sido bautizados por vuestros hijos, cada uno de los cuales ha bautizado a más de cien mil (TOROUEMADA, libro xx, cap. XVI, apud ROMAN ZULAICA GARATE, Los franciscanos y la imprenta en México en el siglo XVI, México, 1939, pág. 86). GIL GONZALEZ DAVILA, Teatro eclesiástico de la primitiva iglesia de las Indias occidentales, Madrid, ” pág. 25, afirma que los dominicos y franciscanos bautizaron en Méjico y sus contornos, de 1524 a 1539, 10.500.000 indios (ibíd.) Prescott dice que los misioneros pregonan que han convertido 9 millones de indios, “suma probablemente superior a la población del país” (cit. por CHASE, México, 102).
En 1609 el capitán PEDRO FERNANDEZ DE OlJ.IROS, en un Memorial dirigido a S.M. (Colección de documentos inéditos de L. Torres de Mendoza, Madrid, V, 507511), dice lo siguiente: “Se tiene por cierto que cuando se descubrieron las Indias del Occidente había en ellas 30 millones de sus naturales … ; no se deben tener por mucho los 30 millones de naturales que digo, pues yo mismo he escrito en un convento de San Francisco que está en un lugar que se llama Suchimilco, cinco leguas más acá de la ciudad de Méjico, que solos los frailes de su orden bautizaron 16 millones dellos, y éstos, juntados con los que bautizaron todos los otros sacerdotes y con los que no se bautizaron y con más 14 millones que se dice había en las islas Española, Cuba, . Jamaica, Puerto Rico y otras, parece que serían 60 y más millones” (págs. 507-508). Casi los mismos términos se expresa Fr. BUENAVENTURA SALINAS, Memorial de las historias del Nuevo Mundo, Lima, 1631, pág. 291… : ‘:Se dize en las historias de México que solos los frailes de S. Francisco baptizaron en aquellos reinos más de diez y ocho millones; y éstos sin los que baptizaron los otros sacerdotes y otros que no se baptizaron”.
DIEZ DE LA CALLE, Noticias sacras y reales de los dos Imperios de las Indias Occidentales, año 1657 (Ms. de la Biblioteca nacional de Madrid, n2 3.023-4, fol. 7 r.) dice: “En el gobierno de Méjico sólo los religiosos de la Orden de San Francisco le administraron el bautismo a 43 millones de indios, sin los que bautizaron los de Santo Domingo y el clero”. Esta cantidad de 43 millones la da ya antes (¿hacia 1613?) el P. Fr. BAL TASAR MALDONADO, lector de Teología y custodio de la Provincia de San Pablo r.S, Pedro y calificador del Santo Oficio: los franciscanos en sólo el gobierno de Méjico bautizaron 43 millones de indios, sin los que bautizaron. los dominicos, agustinos y el clero, y dice “que lo tiene averiguado con muy grande satisfacción”, y que “ahora cinco años halló por los libros del rey que había solos 300.000 tributarios, que sc/n 700.000, y que los hijos y personas que no tributan se podría a todo lo más poner un millón, que son 1.700.000, de lo cual se colige los muchos millones que han parecido con estos malos tratamientos en Nueva España, y cuán cerca están de acabar de perecer todos” (Nota marginal para reforzar el alegato de don Juan de Silva contra las encomiendas y servicios personales, Memorial de 1613, ms. de la Biblioteca Nacional de Madrid).
(2) HERNAN CORTES, Cartas de relación de la conquista de Méjico, Madrid, 1922, pág. 49: “así nos llevaron peleando hasta nos meter entre más de cien mil hombres de pelea, que por todas partes nos tenían cercados … ; otro día, en amaneciendo, dan sobre nuestro real más de ciento y cuarenta y nueve mil hombres, que cubrían toda la tierra”. Cortés estuvo peleando una hora con los indios de Yucatán, “Y era tanta la multitud de indios -dice- que ni los que estaban peleando con la gente de pie de los españoles veían a los de caballo ni sabían a qué parte andaban, ni los mismos de a caballo, entrando y saliendo en los indios, se veían unos a otros”; ‘y preguntó el capitán de dichos indios … que qué gente era la que en la batalla se habían hallado, y respondiéronle que de ocho provincias se habían juntado los que allí habían venido, y que, según la cuenta y copia dellos tenían, serían por todos cuarenta mil hombres”. Pág. 61:100.000 tlascaltecas “muy bien aderezados de guerra” le custodian hasta dos leguas de Cholula. Pág. 63: 50.000 soldados de Moctezuma, etc.
Más moderado en general, aunque juega a veces con las cifras, es BERNAL DIAZ DEL CASTILLO, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, ed. de Madrid, 1928. Anotamos los siguientes pasajes: Página 102 (capítulo XXXIV), en una batalla contra los indios de Tabasco, Diego de Ordaz dice que había 300 indios para cada uno de los españoles (algo más de 400x 300= más de 120.000); pág. 200 (cap. LXII), un escuadrón de 3.00 tlascaltecas; pág. 201 (cap. LXIII), dos escuadrones de guerreros, que habría 6.000; más de 40.000 guerreros trascaltecas, con su capitán general Xicotenga; pág. 206 (cap. LXIV), el capitán Xicotenga traía consigo cinco capitanes, y cada capitanía 10.000 guerreros; pág.226 (cap. LXX), el capitán Xicotenga tenía apercibidos 20.000 guerreros escogidos; pág. 471 (cap. CXXVI), los mejicanos ‘Tenían tantos escuadrones que se remudaban de rato en rato, que aunque estuvieran allí 10.000 Héctores troyanos y otros tantos Roldanes no les pudieran entrar … “; “unos tres o cuatro soldados que se habían hallado en Italia … juraron muchas veces a Dios que guerras tan bravosas jamás habían visto en algunas que se habían hallado entre cristianos y contra la artillería del Rey de Francia ni del Gran Turco”; pág. 496 (cap. CXXVI/I), Xicotenga hace juntar 30.000 guerreros trascaltecas para ir en socorro de Cortés; etc. Es característico, para la significación de sus cifras, el siguiente pasaje: en fol. 139 v. del Ms. de Guatemala (pág. 299, col. a, de la edición crítica que preparó Ramón Iglesias en la Sección Hispanoamericana del Centro de Estudios Históricos de Madrid y que acaba de publicarse de manera fragmentaria) dice que salen al encuentro de Gonzalo de Sandoval sobre 15.000 mexicanos; primeramente había escrito 30.000, luego 20. 000 y, por fin, se decidió por 15.000. Correcciones de este tipo son frecuentes en el ms. Bernal.
Tiene más valor estadístico, como observa CLAVIGERO, Storia antica, IV, 281, 287, el recuento de los ejércitos aliados del conquistador (el conquistador Ojeda contó 150.000 indios aliados de Cortés, de Tlascala, Cholula, Tepeyacac y Huexotzinco, que se dirigen a cercar la ciudad de Méjico; Cortes afirma que más de 100.000 indios le acompañaban en la guerra contra Ouauhquechollan y más de 200.000 en el asedio de Méjico). Clavigero calcula así (11I, 2020) que el ejército sitiador de Cortés llegó a sumar 240.000 hombres (sólo el rey de Tezcuco le envió 50.000). Agrega (1V, 281) que durante el sitio murieron 150.000 nombres en la ciudad.
(3) CLA VIGERO, Storia, IV, 185, nota. Clavigero escribe hacia 1780 y dedica la Disertación VII, §II, de su Storia (Iv, 271-287) al estudio de la población del Anáhuac ya combatir la tendencia de PAvv, Recherches philosophiques, y de ROBERTSON, Histoire, a reducir las cifras de la población mejicana (Paw consideraba una exageración de los autores españoles atribuir 30 millones de habitantes a Méjico en 1518). Clavigero afirma que el valle de Méjico estaba al menos tan poblado como el país más poblado de Europa, con cuarenta ciudades enormes, y que la corona de Méjico tenía 30 grandes feudatarios con 100.000 vasallos cada uno y 3.000 señores con menor número de vasallos. Analiza también la población de la ciudad de Méjico y de otras ciudades. Véase nuestro Apéndice V.
La tendencia a engrandecer e idealizar el pasado indígena en forma más exagerada en otro historiador mejicano, descendiente de los reyes de tezcuco: FERNANDO DE AL VA IXTLlLXOCHITL, Obras históricas, publicadas y anotadas por ALFREDO CHAVERO, Méjico, 1891: Págs. 57-58: según la historia de los toltecas (del período precolombino), en la guerra que sostuvieron contra los reyes rivales, murieron por ambas partes 5.600.000 personas, y era talla población del reino tolteca ‘que hasta los muy altos montes estaban cubiertos de casa y sementeras, pues no había palmo de tierra que estuviese baldío”; págs. 82-83: en el año 1012 de nuestra era, Xólotl conducía 3.002.200 chimecas, hombres y mujeres, al valle de Méjico (el rey contó exactamente el número de invasores, dando una piedra a cada uno antes de la partida; en la pág. 286 dice 1.600.000 hombres); en la págs. 169-170 habla de muchos millones “de la gente común” de la nación Aculhua, y que había el doble de gente que cuando vino Cortés, que el más pequeño pueblo “que hoy ya no tiene ninguna persona”, pasaba de 30.000 vecinos. Véanse además págs. 304 (500.000 hombres contra 200.000), 316, etc.
La misma tendencia a engrandecer e idealizar el pasado indígena se encuentra también en Las Casas y su escuela. También, desde luego, en el lnca Garcilaso: más de 300.000 indios presencian en el Cuzco la ejecución de Flupac Amaru en 1572
(Segunda parte de los Comentarios Reales, libro VIII, cap. XIX), cifra que queda reducida a 15.000 en ROBERTO LEVILLlER, Don Francisco de Toledo, 1, Buenos Aires, 1935, pág. 348, el cual se basa en otras fuentes. Y cuando FUENTES y GUZMAN (véase en nuestro Apéndice V, Centroamérica) cree que los reyes de Ouiché tenían, al llegar a Alvarado, 1.400.000 hombres en estado de tomar las armas, exalta a la vez el pasado indígena y el valor de los conquistadores.
(4) Fr. JUANDEZUMARRAGA, obispo de Méjico, en carta del 12 de junio de 1531 dirigida al Capítulo general de su Orden reunido en Tolosa (cit. por CLAVIGERO, Storia, libro VI, §19). TORQUEMADA, Monarquía indiana, libro VII, cap. XXI, dice que según Fr. Juan de Zumárraga sacrificaban 20.000 niños por año, pero Clavigero dice que la cita es inexacta No hemos podido encontrar en Torquemada la cifra de 72.244 víctimas (construida sobre el sistema vigesimal azteca) que le atribuye FRIEDERICI, Der Charakter der Entdeckung und Eroberung, ” 255. Torquemada, libro Vii, cap. XVII, dice que los mejicanos llevan la palma “en el horrendo modo y cruel acto de sacrificar hombres, de los cuales, si se pudiera dar cuenta cierta de los que desde su principio fueron hasta que por la misericordia de Dios cesaron, tengo para mí que se pudiera poblar otro Nuevo Mundo, tan poderoso y cuajado de moradores como lo era éste cuando entraron en él los españoles”.
Las cifras de los diversos autores varían mucho. FRIEDERICI, op. cit., 1,255-256, recoge algunas: 1.000,2.000,2.300,3.000,5.000 Y hasta 8.000 en un día, 20.000 por año, 80.400 con motivo de la consagración del gran templo de la ciudad de Méjico; Cortés admitía 3.000 a 4.000 por año y Torquemada 72.244, mientras que Las Casas decía que no pasaban de 50 por año. Véase también FRIEDERICI, en Festrchrift F. Seler, 114 y sigs.
Fr. DIEGO DURAN, Historia de las Indias de Nueva España e islas de tierra firme,
- de México, 1867, ” 430-431, después de describir las ceremonias de la coronación de Moctezuma y los sacrificios, dice: “había días de dos mil, tres mil sacrificados, y días de ocho mil, y otros de cinco mil, la cual carne se comían, y hacían fiesta con ella, después de haber ofrecido el corazón al demonio” (JOSE FERNANDO RAMIREZ, que anota la edición, dice que eso sólo pasaba después de las guerras o en grandes solemnidades, y que aun en ese caso hay que rebajar las cifras; dice que hoy se conoce el ritual y se sabe el número ordinario de víctimas, según la festividad).
MOTOLlNIA, op. cit., se ocupa detalladamente de los sacrificios sangrientos, pero no da cifras globales (en la pág. 67 describe la fiesta del año en Tlascallan, en la que sacrificaban 800 hombres en la ciudad y provincia, etc.). FRANCISCO ANTONIO DE LORENZANA, Historia de Nueva España, 181, nota, dice que en Cholula se sacrificaban 6.000 niños por año.
CLA VIGERO, 1. C., resume las cifras de diversos autores: según el obispo Zumárraga sólo en la capital se sacrificaban anualmente 20.000 víctimas humanas; Gómara afirma que el número de sacrificados llegaba a 50.000; según Acosta había días, en diversos lugares del Imperio, en que se sacrificaban 5.000, y en alguno hasta 20.000; otros creen que sólo en el monte Tepeyacac o sólo a la capital, esa cifra le parece inverosímil. El número de sacrificados -dice- no era fijo, y estaba en relación con el número de prisioneros de guerra, las necesidades del Estado y la calidad de las fiestas (por ejemplo, en la consagración del templo mayor de la ciudad de Méjico la crueldad de los mejicanos sobrepasó todo lo verosímil). A los prisioneros de guerra hay que agregar los esclavos comprados expresamente y los delincuentes. Los sacrificios aumentaban en los años divinos y en los años seculares.
GEORGES MONTANDON, en la Enciclopedia Italiana, XII, 112-113 (s. v. cicli culturali), dice que los sacrificios humanos costaban entre los aztecas de Méjico 100.000 vidas por año, de donde deduce que esta civilización estaba condenada y que su destrucción por la conquista española era inevitable. Sobre los cautivos de guerra y los sacrificios sangrientos, véase también CARLOS BOSCH GARCIA, La esclavitud’ prehispánica entre los aztecas, Méjico, 1944, pág. 91-105.
(5) Véase pág. 13, nota 1. El P. Nuix, Reflexiones imparciales, págs. 13-14, para ilustrar las exageraciones del P. Las Casas extracta de su Destruición el siguiente resumen de los indios muertos por los conquistadores:
En Santo Domingo | 3 millones y más |
En San Juan, Jamaica, Cuba, Lucayas y otras islas | 3 millones |
En Nicaragua | 1 millón y más en sólo 14 años |
En Méjico | 4 millones y más en sólo 12 años |
En Honduras | 2 millones y más en menos de 20 años |
En Guatemala | 5 millones y más |
En Costa de Paria | 2 millones y más |
En el Perú | 4 millones y más |
Total … 24 millones y más, sin contar los muchos millares exterminados en Quito, en el reino de Granada, en Popayán, Xalisco, costa de Santa Marta, etc., y los muertos después de esos 14 años en Nicaragua, de los 20 en Honduras y los 12 en Méjico.
Véase también ROMULO D. CARBIA, Historia de la leyenda negra hispanoamericana, Buenos Aires, 1943. El P. Las Casas tenía una personalidad extraordinaria de escritor y de observador. Las cifras tienen para él un valor polémico y las maneja como arma. Desglosadas fríamente y convertidas en dato estadístico” carecen en absoluto de valor.
Del mismo modo, Alonso de Zorita, enemigo de los tributos y de utilizar a los indios en los trabajos públicos, que eran para él una de las peores plagas de la Nueva España, dice que “pasó de dos millones la gente de peones y albañiles que se ocupó en hacer “la albarada de Méjico”, en cuatro meses o poco menos (Colecc. de doc. inéd. de Torres de Mendoza, 11, 115). FERNANDO DE AL VA IXTLlLX’OCHITL, Horribles crueldades de los conquistadores de México, México, 1829, pág. 19, dice que tardaron en hacer la zanja “50 días, más de cuatro mil cada día” (el editor corrige en el texto 40.000, considerando 400.000 como “yerro de pluma”, en vista, sin duda, de la cantidad que trabajaba diariamente y de que en las págs. 13 y 16 habla de 60.000 hombres de Ixtlilxóchitl).
(7) TORQUEMADA, en su Monarquía Indiana, y CLA VIGERO en su Storia antica del Messico, describen un período terrible de hambre en el reinado de Moctezuma, hacia el año 1453. El hambre duró tres años, y los mejicanos se alimentaban de raíces, hierbas, insectos y peces. El emperador permitió a sus súbditos emigrar para preservar la vida, y hombres y mujeres se vendían como esclavos para poderse mantener (CLA VIGERO, libro IV, 612; México a través de los siglos, 1, 558-559). Véase también CLAVIGERO, libro V, §7, sobre un período de hambre en las provincias del Imperio en 1504 por las guerras con los tlascaltecas y por la sequía. Además, RICARDO MOL/NA SOL/S, Las hambres de Yucatán, Mérida, 1935 (citado por Mendizábal, obra cit., 329) y CARLOS BOSCH GARCIA, La esclavitud prehispánica entre los aztecas, Méjico, 1944. Sobre epidemias prehispánicas trae abundante bibliografía KUBLER, obra cit., pág. 631.
No faltaban en América guerras de conquista y de exterminio, venta de esclavos, sacrificios sangrientos, antropofagia, división en clases y en castas, arbitrariedades e injusticias, epidemias y años de hambre y de sequía. Cuando Cortés llegó a Yucatán encontró gran cantidad de ciudades en guerra entre sí, diezmadas las poblaciones por las luchas, el hambre y la peste (Historia de América, dirigida por RICARDO LEVENE, edic. Jackson, 1,269).
No es simple azar que al llegar a los umbrales de los dos grandes imperios americanos el conquistador español se haya encontrado con la disensión y la guerra: aztecas y tlascaltecas, Huáscar y Atahualpa. Conocemos bastante las imperfecciones del régimen político y social europeo, lo cual no autoriza a idealizar el régimen precolombino. Las utopías sobre una edad de oro americana son expresión del espíritu utopista de la civilización occidental y tiene su fuente común en el sueño humano y universal en un pasado mejor.
(8) KARL SAPPER, Die Zahl und die Volksdichte der indianischen Bevolkerung in Amerika, en Proceedings of the twentyfirst international Congress of Americanists, La Haya, 1924, págs. 95-102; ID., Der Kulturzustand der Amerikanisten- Kongresses, Hamburgo, 1934, pág. 73 Y sigs; ID., Beitrage zur Geographie und Geschchte der indianischen of agriculture in America, Proceedings of the 19th. International Congress of Americanists, Wáshington, 1917, pág. 269 Y sigs.; RICARDO E. LA TCHAM, La agricultura precolombina en Chile y los países vecinos, Ediciones de la Universidad de Chile, 1936; Id., Los animales domésticos de la América precolombina, Publicaciones del Museo de Etnología y Antropología de Chile, Santiago, 1922,/11; CLARK WISSLER, The American Indian, Nueva York, 1917 (págs. 1-40); A.L. KROEBER, Cultural and natural areas of native North America, Berkeley, 1939.
(9) Ensayo, 1, 147.
(10) Véase GASTaN BOUTHOUL, Lapopulation dans le monde, París, 1935, pág. 75; HUMBOLOT, Ensayo político de la Isla de Cuba, ” 133, 138 (Essai, ” 299: “Cook calculó en 100.000 el número de habitantes de la isla de Taftí; los misioneros protestantes de la Gran Bretaña no suponían más que una población de 49.000 almas; el capitán Wilson la fija en 16.000; Turnbull cree probar que el número de habitantes no pasa de 5.00. Dudo que estas diferencias sean efecto de una disminución progresiva”). Todavía en la segunda mitad del siglo XVIII los testimonios sobre la población de París varían entre 500.000, 700.000 Y un millón (CLA VIGERO, Storia, IV, 278, nota).
(11) Véase a este respecto el interesantísimo trabajo de RAMON IGLESIA PARGA, El hombre Colón, en Revista de Occidente, Madrid, Febrero de 1930, 156-192.
(12) S VEN LOVEN, Über die Wurzeln der tainischen Kultur, GotefTIburgo, 1924, págs. 326 y sigs. (2ª Edición, revisada y al día, en inglés: Origins of the Tainan Culture, West Indies, Gotemburgo, 1935, cap. VI, pág. 350 Y sigs.).
(13) Colón -nada parco en sus cálculos- alcanzó cuanto más a ver (cerca de Puerto de Paz, en la costa norte de la actual República de Haití) una población de 1000 casa y 3000 habitantes (cf. por S VEN LO VEN, op. cf., pág. 336 de la versión inglesa).
Sven Lovén habla también de la abundancia de peces en los ríos y costas, y de roedores y aves. Pero dice que no practicaban la gran caza y que su alimentación procedía fundamentalmente del suelo.
(14) Véase nuestro Apéndice V la población de la Española.
(15) Memorial de Hernando de Gorjón acerca de la despoblación de la Isla Española, en Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y colonización, Madrid, 1864, ” 428-429. En el mismo volumen hay numerosos documentos que atestiguan los dos momentos, el apogeo y la decadencia de la isla.
(16) Véanse GEORG GERLAND, Das Aussterben der Naturv61ker, Leipzig, 1868; RENE MAUNIER, Les causes de la dépopulation des indigimes dans les colonies, en Actas del Congreso Internacional de Estudios sobre la Población, Roma, VI, 1934,235 Y sigs. (Con bibliografía); CARR-SAUNDERS, Población mundial, Méjico, 1939, pág. 304; RODOLFO BARON CASTRO, La población de El Salvador, Madrid, 1942, págs. 130-132; Indians at Work, Nueva York, enero-febrero de 1944, n95, págs. 1-5.
(17) FERNANDO ORTlZ, Historia de la Arqueología Indocubana, Habana, 1922, resume los trabajos sobre arqueología cubana, especialmente los de Fewkes y Harrington.
(18) En un Memorial del 30 de enero de 1494 Colón anunciaba a los Reyes Católicos el envío de hombres, mujeres, niños y niñas para que fueran puestos en poder de personas que les enseñan la lengua castellana y los ejercitaran en cosas de servicio, poniendo en ellos “algún más cuidado que en otros esclavos”, para que dejaran de comer carne humana y se bautizaran. Colón pedía que se autorizara el comercio de caníbales, al menos durante un año o dos años, hasta que la colonización se arraigara. El 24 de febrero de 1495 envió a España, desde la Española, un cargamento de 500 esclavos de 12 y 35 años, que llegaron a la Península en abril; los Reyes ordenaron la venta, preferentemente en Andalucía (Cédula del 12 de abril de 1495), pero en seguida concibieron dudas sobre la legitimidad de la venta, y al día siguiente decidieron consultar a una junta de teólogos y juristas (Cédula del 13 de abril de 1495); en tanto, la venta se hizo, y se entregaron al menos 50 para las galeras. El 24 de marzo de 1495 Colón hizo más esclavos, luchando en la Vega Real contra el cacique Caonabó. En junio de 1496 Francisco Roldán, que quedó de Alcalde Mayor por haber regresado Colón a España, envió a Cádiz 300 indios. Al volver Colón a la Española habló de la posibilidad de vender 4.000 indios y obtener 20 cuentos. La sublevación de Roldán intensificó el tráfico; Colón envió en octubre de 1498 otro cargamento de indios, y además entregó indios a los maestres, para cubrir los fletes, y cada pasajero. Cuando los indios llegaron a España y lo supo la reina Isabel, “recibió grandísimo enojo y dijo que el Almirante no tenía su poder para dar a nadie sus vasallos”; una Cédula de Granada, 20 de junio de 1500, ordenó la libertad de los indios y la restitución a los lugares de origen. Cristóbal Guerra cautivó también indios en la isla Bonaire y los vendió en Sevilla, Cádiz, Jerez y Córdoba en 1501; por Cédula Real se dispuso el rescate de todos los indios y el regreso a la isla de origen. Una Cédula Real de Segovia, 30 de octubre de 1503, prohibió que nadie cautivara indios para llevarlos a España ni a ninguna otra parte, pero los caníbales, que habían sido requeridos y evitaron ser doctrinados, que agredían a los españoles, que ido la traban y comían carne humana, podían ser cautivados y vendidos en otras tierras, en España inclusive.
Por esta excepción se explica que haya noticias de venta de indios en España por aquella época, aun de indios de la Española, que no eran caribes. En 1511 se repite la prohibición de llevar indios esclavos de la Española a los reinos de Castilla, para evitar la despoblación y el desvío de las minas, y el23 de diciembre de ese mismo año el rey D. Fernando, al autorizar la captura y venta de los indios caribes de las otras islas, prohíbe que se los saque de las Indias. No deben haber cesado los envíos, a juzgar por los hechos siguientes, que parece que no se refieren ya a las Antillas; en agosto de 1529 los oficiales de Sevilla recibieron la orden de exigir la certificación del estado legal de los indios esclavos que se introdujeran; en diciembre de 1531 se les ordenó visitar los navíos para evitar introducciones clandestinas; en enero de 1536 se les encargó revisar los tJ1ulos para aceptar o prohibir el desembarco; en marzo de 1536 y abril de 1538 se ordenó a las justicias de España que reconocieran el estado de esclavitud de los indios cuando exhibieran la prueba respectiva; en mayo de 1549 se comisionó a los oficiales de Sevilla que libertaran a los indios existentes en España; en agosto de 1549 se mandó que aunque los indios hubieran sido dados por esclavos, si volvían a pedir libertad fueran oídos y se les hiciera justicia, y que el fiscal de la Casa de Contratación de Sevilla fuera su procurador; en junio de 1555 se dispuso que el asesor de la Casa de Contratación actuara como letrado y el fiscal como procurador en la comisión conferida al tesoro Francisco Tello para entender en la libertad de los indios. Complementaria mente, una Cédula de Valladolid, 23 de septiembre de 1543, prohibió la conducción por mar de los indios libres o esclavos de unas provincias a otras de las Indias.
Resumimos estas noticias del estudio de SIL VIO ZA VALA, Los trabajadores antillanos del siglo XVI, en la Revista d~ Historia de América, n92, junio de 1938, págs. 32-35, 38-40.
(19) Incorporando a la Recopilación de leyes de Indias, ley 1, título X, libro VI. (20) Los dominicos protestaron contra ese traslado de indios. Los dominicanos de la Española escribían en 1519 que se despoblaron más de 40 islas de Lucayos y tres de Gigantes, tomando en total 50, 60 ó 70.000 indios; aun admitiendo -dicen- que no se introdujeran más de 20.000, no quedaban vivos ni 800. Fray Pedro de Córdoba, basándose en el testimonio del P. Las Casas, decía que se llevaron a la Española más de 30 ó 40. 000 indios de las Islas de Lucayos y Gigantes y no quedan 5.000 (citado por SIL VIO ZA VALA, Los trabajadores antillanos, 47, que cree que esas cifras eran .elementos de protesta).
También se enviaron a las islas muchos indios esclavos de Pánuco en la época de Nuño de Guzmán, hasta que lo prohibió la segunda Audiencia de México, en 1530. (Ibíd., 50).
(21) Véase SERRANO y SANZ, op. cit., Y SIL VIO A. ZAVALA, La encomienda indiana, Madrid, 1935, págs. 1-39.
(22) Damos a continuación un fragmento del sermón que hizo temblar al almirante Diego Colón y a los funcionarios y encomenderos de la Española: “Soy voz de Cristo, en el desierto desta isla… Esta voz es que todos estáis en pecado mortal, y en él vivís y morís por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid: ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre aquestos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes que estaban en sus tierras, mansas y pacíficas, donde tan infinitas dellas, con muertes y estragos nunca oídos, habéis consumido? ¿ Cómo los tenéis tan opresos y fatigados, sin dalles de comer ni curallos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y, por mejor decir, los matáis por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quién los doctrine y conozca a su Dios y Criador, sean baptizados, oigan misa, guarden lasfiestas y domingos? ¿Estos no son hombres?, ¿no tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis? ¿Esto no sentís? ¿Cómo estáis en tanta profundidad de sueño tan letárgico dormidos? Tened por cierto que en el estado que estáis no os podéis más salvar que los moros o turcos, que carecen y no quieren la fe de Cristo’ (El texto del sermón lo ha reconstruí do el P. Las Casas en su Historia de las Indias, libro 11I, cap. IV; con algunas variantes figura en las Obras de Manuel José Quintana, ed. Rivadeneyra, tomo XIX, págs. 504-505). El P. Las Casas describe la honda repercusión de las palabras del P. Montesinos.
(23) El texto, descubierto recientemente, ha sido publicado por varios autores:
ROLAND D. HUSSEY, Text of the Laws of Burgos: 1512-1513, conceming the treatement of the Indians, en la hispanic American Historical Review, 1932; LESLEY BIRD SIMPSON, Studies of the administration of the Indians in New Spain, Berkeley, 1934, Ibero-Americana, n 7; RAFAEL AL TAMIRA, EI texto de las Leyes de Burgos de 1512, en la Revista de Historia de América, nº 4, diciembre de 1938,5-77.
Para estos comienzos de la legislación indiana y para la época posterior véanse además los siguientes trabajos: OIEGO LUIS MOLlNARI, Las encomiendas y la esclavitud en Indias, 1501-1516, Introducción a la reproducción en facsímil de las Leyes y ordenanzas nuevamente hechas, Instituto de Investigaciones Históricas, Biblioteca Argentina de Libros Raros Americanos, tomo 1/, Buenos Aires, 1923; Id., Introducción a la edición de las Confirmaciones Reales (Ibíd., tomo f); ROMULO CARBIA, Los orígenes de Chascomús, 1752-1825. Con una introducción sobre el problema del indígena en América durante los siglos XVI a XV/II, La Plata, República Argentina, 1930; RAFAEL AL TAMIRA, La legislación indiana como elemento de la historia de las ideas coloniales españolas, en Revista de Historia de América, México, marzo de 1938, págs. 1-24; GENARO VAZQUEZ, Legislación para los indios (Recopilación de las Leyes de Indias, estudio repartido en el Congreso Indigenista americano); LUIS AZNAR, Legislación sobre indios en la América hispano-colonial, en Humanidades, La Plata, xxv, 233-274; SIL VIO ZA VALA, Los trabajadores antillanos en el siglo XVI, en la Revista de Historia de América, nº 2, junio de 1938, 31-37; n!1 3, septiembre de 1938, 60-88; nº 4, diciembre de 1938,211-216; etc. Véase también sobre la encomienda y mita la bibliografía que damos en las notas de las páginas 61 Y 62.
(24) Negros penetraron en América desde las primeras expediciones, como esclavos de los navegantes. Pero el tráfico es más tardío. Un Real Decreto de 1502 permitió introducir negros esclavos en Santo Domingo, pero los Reyes Católicos prohibieron la introducción en 1503, para evitar la propagación de la idolatría. Los primeros negros no llegaron hasta 1508. Las reales cédulas del 22 de enero y 15 de febrero de 1510, de Fernando el Católico, inauguran la trata. Una cédula del22 de julio de 1513, impone la licencia. En 1516 el Cardenal Cisneros dio permiso para llevar negros esclavos a las Indias. En 1517, muerto el Cardenal, Carlos V dio otras licencias, y después de algunos trámites concedió al gobernador de Brescia una licencia por 4.000 esclavos, el cual la vendió a los genoveses. En 1518 concedió también unas licencias menores (400, 50, 10,20). En 1523 se concedió permiso para llevar a 1.500 negros a la Española, 300 a Cuba, 500 a Puerto Rico, 300 a Jamaica y 500 a Castilla del Oro. Luego hubo un abuso de licencias, sin contar el tráfico clandestino. Véanse ILDEFONSO PEREDA VALDES, Negros esclavos y negros libres, Montevideo, 1941; ALBERTO ARREDONDO, El negro en Cuba, La Habana, 1939; DIEGO LUIS MOLlNARI, La trata de negros. Datos para su estudio en el Río de la Plata, Prólogo al tomo VII de los Documentos para la historia Argentina, publicados por la Facultad de Filosofía y Letras, Buenos Aires, 1916,97 págs.; AGUSnN ALCALA y HENKE, La esclavitud de los negros en la América española, Madrid, 1919; ARTHUR RAMOS, Las culturas negras en el Nuevo Mundo, Méjico, 1943 (comentado por Román Beltrán en Cuadernos Americanos, Méjico, marzo-abril de 1944, págs. 149-154; Actas capitulares del Ayuntamiento de la Habana, con un estudio de Emilio Roig de Leuchsenring, 1, Habana, 1937, págs. 113-119.
El tráfico existía, pues, antes de la intervención del P. Las Casas. Los Jerónimos, el 22 de junio de 1517, aconsejaron al Cardenal Cisneros la introducción de “negros bozales en las Antillas. Abundan en esa época los clamores sobre la falta de indios y su capacidad para el trabajo, y las demandas a favor de la introducción de negros. De esos clamores se hace eco el P. Las Casas: ‘Y porque algunos de los españoles desta isla dijeron al clérigo Casas, viendo lo que pretendía y que los religiosos de Santo Domingo no querían absolver una docena de negros esclavos, abrirían mano de los indios; acordándose desto el clérigo, dijo en sus memoriales que le hiciese merced a los españoles vecinos dellas de dar/es licencia para traer de España una docena, más o menos, de esclavos negros, porque con ellos se sustentarían en la tierra y dejarían libres los indios. Este aviso de que se diese licencia para traer negros a estas tierras.’ odió el primero el clérigo Casas, no advirtiendo la injusticia con que los portugueses los toman y hacen esclavos; el cual, después de que cayó en ello, no lo diera por cuanto había en el mundo, porque siempre los tuvo por injusta y tiránicamente hechos esclavos, porque la misma razón es dellos que de los indios n (LAS CASAS, Historia de las Indias, libro 1J1, cap. CII).
(25) CARLOS PEREYRA, Historia de la América Española, vol. V; Cap. 11.
(26) El licenciado Echagoyan escribe a Su Majestad en 1561 que en la Española había más de 30 ingenios de azúcar; dos de esos ingenios tenían más de 900 negros, y los demás a 200, 300, 100 Y 150; sólo el mayordomo y algunos maestros eran españoles; calculaba que en las estancias e ingenios y en la ciudad había 20.000 negros (citado por SIL VIO ZA VALA, en Revista de Historia de América, nº 4, diciembre de 1938, 214).
(27) J. WISSE, Selbestmord und Todesfurcht bei den naturv6lkern, Zutphen, 1933, págs. 207-220(el suicidio en las Antillas). El supuesto suicidio comiendo tierra podría ser un síntoma de anquilostomiasis, enfermedad introducida por los negros, o bien una manifestación de geofagia, bastante frecuente entre los indios de América (véase Tierra firme, /1, 1936,259-266).
Dice Fernández de Oviedo: “Muchos dellos, por su passatiempo, se mataron con ponzoña para no trabajar, y otros se ahorcaron con sus manos propias, ya otros se les recrescieron tales dolencias… que en breve tiempo los indios se acabaron” (Historia, Parte 1, libro 11I, cap. VI, pág. 71). .
El suicidio colectivo, que se practica entre numerosos pueblos, pudo tener valor de una venganza de orden mágico contra el conquistador.
(28) Dicen expresamente: “Es nuestra voluntad y mandamos que los indios que al presente son vivos en las islas de San Juan y Cuba y la Española, por agora y el tiempo que fuere nuestra voluntad, no sean molestados con tributos ni otros servicios reales ni personales ni mixtos más de como lo son los españoles que en las dichas islas residen, y se dexen holgar para que mejor puedan multiplicar y ser instruidos en las cosas de nuestra santa fe católica, para lo cual se les den personas religiosas cuales convengan para tal efecto (Leyes y ordenanzas nuevamente hechas para la gobernación de las Indias, ed. 1603, pág. 9, reproducción en facsímil, Buenos Aires, 1923).
Y en cuanto a los indios de toda América las Nuevas Leyes disponen: “Ordenamos… y mandamos que de aquí adelante por ninguna causa de guerra ni por otra alguna, aunque sea a título de rebelión, ni por rescate ni de otra manera, que no se pueda hazer esclavo indio alguno, y queremos que sean tratados como vasallos nuestros de la Corona de Castilla, pues lo son (Ibíd., pág. 12)
Ya se sabe que estas Leyes produjeron la revuelta de Gonzalo Pizarra y la guerra civil en el Perú. En la Nueva España el virrey D. Antonio de Mendoza suspendió su aplicación, y lo mismo Díez de Almendáriz en la Nueva Granada.
(29) DU TERRE, op. cit., //,363, dice (2~ ed.) que por informes de M. de I’Olive, sieur de la Ramé y de los habitantes, más viejos de “nuestras islas~ había dicho en la 1!J edición que los habitantes de las Antillas francesas eran restos de las matanzas de los españoles en cuba, la Española y P. rico; por ahora dice que ello no está lejos de lo verosímil como cree el sieur de Rochefort. HUMBOLDT, Ensayo político sobre la isla de cuba, 1, 136, dice que si es cierta la afirmación de Gómara de que en 154-1564 ya no existía ningún indio, “es absolutamente preciso convenir que los que se escaparon a la Florida en su piraguas eran restos muy considerables de aquella población, creyendo según antiguas tradiciones, volver al país de sus antepasados’. ABBAD, op. cit., 122, ‘dice que los indios de P. Rico desampararon la isla (hacia 1530), pasándose alas circunvecinas de Mona, Monico, Vieques y otras de la costa, donde se alimentaban con la pesca y algunas cortas sementeras. El informe del capitán Melgarejo dice que, al conquistarse la isla, una porción de los indígenas se pasó a otras islas con los caribes (Brau, P.Rico y su hist., 313). IGNACIO J. DE URRUTlA y MONTO YA, Teatro histórico, jurídico y político-militar dela Isla Fernandina de Cuba, en Los tres primeros historia de la isla de Cuba, //, Habana, 1876, 109-110, habla de muchos indios que de la Española se retiraron a la isla de Cuba, entre ellos el cacique Hatuey. En nuestro Apéndice 11I hemos mencionado ya la s4erte de los caribes de Dominica y S. Vicente transportados a la América Central.
(30) FRA Y TORIBIO DE BENA VENTE, Historia de los indios de la Nueva España, ed. de Méjico, 1941, págs. 15-22; AGUSTIN DAVILA PADILLA, Historia de la fundación de la provincia de Santiago, México, 2′ ed., Madrid, 1625, pág. 100 (apud KUBLER, obra cit., 606).
(31) Véase PIETSCHMANN, Geschichte des Inkareiches, Berlín, 1906, pág. LXXI, nota 3.
32) GEORGE KUBLER, Population movements in México 1520-1600, en The Hispanic American Historical Review, noviembre de 1942, págs. 606-643.