Releer al Tocqueville de los “Recuerdos” del 48 es ver que estos aires europeos son otra vez prerrevolucionarios, aunque la orquestilla del establishment siga tocando.
–¡Trumpianos, más que trumpianos! –gritan las “mariantonietas” que salen de Embassy mediático a tirar cruasanes a los “populistas”.
Hoy, como entonces, el desorden no está en los hechos, sino en los espíritus.
–Es que la clase que entonces gobernaba –escribe Tocqueville– se había convertido, por su indiferencia, por su egoísmo, por sus vicios, en incapaz e indigna de gobernar.
Creía él que 1830 había cerrado el período revolucionario (“una revolución que es siempre la misma”). En 1830 el triunfo de la clase media había sido completo. Era la única dirigente de la sociedad, su arrendataria, y se acostumbró a vivir del Tesoro público. Su espíritu (deshonesto, temerario por vanidoso, tímido por temperamento, mediocre, incapaz de producir más que una gobernación sin valores y sin grandeza) se adueñó de todo como jamás ocurrió con ninguna aristocracia.
–La posteridad, a la que, por lo general, se le escapan los vicios, no sabrá nunca hasta qué punto aquella administración había adoptado los procedimientos de una compañía industrial en la que todas las operaciones se realizan con vistas al beneficio que los socios pueden obtener de ellas.
Ahora sale el ex general Petraeus (también ex director de la Cia) diciendo que “el orden mundial”, que en Europa es la “pax americana” del 45, está en grave peligro. “Si clamáis, se oye como el rugir del león”, dice Rubén de los Estados Unidos “potentes y grandes”. Y Europa, “a semejanza de Esaú”, que diría Foxá, hace mucho que perdió la primogenitura de la Tierra que en la profecía de Tocqueville era cosa de Rusia y una América que anda redibujando el “hemisferio occidental”, su hemisferio (“this hemisphere”), desde Washington, que no llega a nombrarlo, hasta Trump, pasando por Jefferson (“lobo y cordero juntos, reposando en paz”) y Monroe.