Aristóteles y Phillys, de Hans Baldung discípulo de Durero

Cuentan que Aristóteles reprendió a su alumno Alejandro (Magno) por ser esclavo de la concupiscencia y la lujuria. Alejandro ideó una revancha por la reprimenda: convenció a la bella Phillys para que sedujera su maestro y exigiera, antes de acceder a sus deseos carnales, que se dejare montar por ella, como si fuera su jamelgo, todo ello por la noche y en lugar no concurrido, que se dejara embridar y asir del cabello como si fuera las crines de una yegua y que se dejara azotar las nalgas desnudas con una fusta. La irresistible Phillys sedujo al filósofo que a cambio del acceso carnal, obedeció a los deseos de la bella. Cuando cumpliendo con ellos, iba de aquella guisa, Alejandro salió a su encuentro. Aristóteles solo alcanzó a exclamar: “Advierte, Alejandro, los peligros de la lujuria que, si hasta un hombre viejo y sabio sucumbe a ella, cuanto más puede a ti dañarte”.

Heródoto nos transmitió que, de los 5 a los 20 años, los niños persas aprendían tres cosas: A montar a caballo, a tirar con arco y a decir la verdad. ¿A qué podía aspirar un pueblo así? Pues a tener por infame a quien diga lo contrario de lo que piensa, con la intención de engañar y a conquistar un imperio. Naturalmente.

Homero educó a los griegos y los griegos educaron a occidente. Aquiles fue el paradigma de la excelencia. El educador Fénix recibió la orden del padre de Aquiles de que le enseñara a “hablar bien y a realizar grandes hechos”, porque el que habla bien, ha tenido primero que aprender a pensar correctamente y no puede llegar a pensar correctamente sin templar su espíritu primero. Donde no existe retórica, solo aquel que domina su espíritu adquiere el hábito de hablar bien y es capaz de realizar hechos memorables.

Siglos después Platón y Aristóteles, siguiendo la enseñanza de Heródoto y de Homero, aprendieron a analizar a los pueblos examinando su educación. Occidente aprendió con ellos que el futuro de una nación está en manos de los maestros de escuela[1]. Ambos pensaron la forma de mejorar la sociedad, basándose en el estudio de la condición humana y ambos llegaron a la conclusión, irrebatida e irrefutable de que la educación es la herramienta precisa y necesaria para mejorar la sociedad, aunque no suficiente porque ha de acompañarse con un sistema de gobierno adecuado, como también veremos a lo largo de este texto.

Concluyeron que basta conocer la educación de una nación, para deducir de ella sus costumbres y sus leyes. Y viceversa: basta conocer las leyes para conocer el tipo de educación y las costumbres de un pueblo. Platón y Aristóteles concluyeron la obra de su vida apelando al cambio de la educación y de las leyes. Las costumbres, las leyes (y la forma de aplicarlas) son el reflejo de la educación española: ¡más nos vale aprender de los grandes, pensar en ello y sacar conclusiones!

Invito al lector a hacer un experimento que le tomará solo unos minutos: Tome el ranking del informe PISA, anote los resultados de los países europeos con un nivel de desarrollo semejante a España, (Reino Unido, Francia, Italia, Grecia, Alemania, Holanda, Bélgica, Portugal). Mire luego los resultados de esos países y los del nuestro en estos parámetros: productividad, competitividad, renta per cápita e índice de Gini que mide la igualdad. Observará que hay una correlación casi exacta. Sabiendo la productividad de un país desarrollado, puede usted conocer el resultado de su sistema educativo en el informe PISA. Conociendo el índice de igualdad (Gini), conocerá usted la calidad de la educación que tiene la población de un país. Ni que decir tiene que España está aferrada a los últimos puestos de los países comparables en todos los índices, con ímpetu, fortaleza y perseverancia. Para salir de ahí, hemos de mejorar la educación y el sistema político.

Invito ahora al lector, a volver a examinar el informe PISA y observar en sus primeros puestos a países emergentes como Estonia o Vietnam. Observe sus resultados en las futuras ediciones de PISA y haga una correlación con los índices de productividad, renta per cápita e índice de Gini. Verá usted una correlación casi perfecta entre la mejora de su enseñanza y su nivel de desarrollo económico y de igualdad aunque la correlación sea diferida: primero mejora la educación, luego la productividad y los demás índices. Su apuesta por la enseñanza, cuesta a estos países un enorme esfuerzo económico y social, pero saben que no existe mejor inversión. Tienen el triunfo asegurado.

Los países más respetados como Finlandia, Suecia, Noruega, Dinamarca, no es que se esfuercen, es que se matan por obtener los mejores resultados en PISA, porque la educación garantiza un futuro cierto a las generaciones futuras. No dudan en modificar el sistema educativo y formar a los profesores de tal manera, que solo los mejores puedan acceder a un aula, pero con la puerta de la calle abierta, por si fracasan. Y no dudan en hacer exámenes a los alumnos, no para machacar a los infantes, sino para evaluar a los profesores y a los colegios. No toleran allí, la existencia de mediocridad en la enseñanza. Si un padre falta a la cita de un profesor va la policía a llevarle de las orejas ante él. Si un empresario no da permiso a un padre para acudir a esa cita referida a la educación de su hijo, tiene que dar cuentas a la policía. No hay experimentos con los profesionales mediocres ni con la desidia de los padres. Los ciudadanos de estos países exigen a sus gobiernos el número uno en el informe PISA y si el resultado es el puesto 5º del mundo (Finlandia), se declaran en crisis educativa que es tanto como una emergencia nacional. No ser el primero significa que otros países tienen asegurado el futuro de sus hijos y que el de los suyos es incierto. ¿Hay mayor problema para una nación?

Analicemos qué ocurre en España: un exultante Ministro de Educación, ha manifestado los “excelentes” resultados de España en el último informe PISA. Ha alabado nuestro sistema educativo con una satisfacción desbordante y ha proclamado que hemos obtenido “los mejores resultados de nuestra historia”, porque estamos parejos con la media europea. Estar entre los primeros del mundo no entra en proyecto alguno.

Si analizamos los gráficos que muestran la evolución de los resultados del informe PISA vemos que España no ha mejorado, sino que ha empeorado Europa, razón por la cual confluimos en la media. Para que el Ministro proclame alborozado que España ha igualado a Europa en calidad educativa, ha sido necesario que toda Europa fracase en ella. Motivo por el cual el Sr. Ministro ha comparecido exultante de gozo.

El Ministro, como la bella Phillys, ha montado a horcajadas sobre la Educación desposeída de autorictas y de dignidad. Cegados por la pasión por el poder, los políticos españoles no dudan en escarnecer la educación y utilizarla como armas en luchas infames.

Cualquier ciudadano responsable, al ver al Ministro en esas condiciones y por esos motivos, se alarma y si se preocupa por su nación, imprime los estudios sobre PISA, productividad, renta per cápita, informe sobre universidades de Shanghái, informes del índice de Gini sobre igualdad y sale corriendo a la oficina del Diputado de su Distrito, a fin de exigir que declare la alarma en la oficina, que publique en la web del Diputado de Distrito las conclusiones que aquí se exponen una vez verificadas por él, informe a las AMPAS, asociaciones de vecinos, culturales y educativas, que están en contacto continuo con su oficina, a fin de que trasladen a otros Diputados de Distrito la preocupación por la situación educativa en España y juntos interpelen al Ministro de inmediato, formen una comisión, den ruedas de prensa, conciencien a los ciudadanos y redacten leyes con un sistema de enseñanza adaptando los mejores sistemas educativos del mundo, para asegurar cierto bienestar a las generaciones futuras. Que trabajen con el mismo ahínco que trabajan los políticos finlandeses en la educación y que empiecen ya, mañana, porque se tarda unos 40 años en obtener plenamente los resultados de la reforma educativa de hoy.

Lo malo de la idea es que no hay Diputado de Distrito en España. Podía ir a un diputado de partido, pero solo trabaja para defender las denominadas “ideas del partido” que en este momento se dividen en dos: Los que quieren enseñanza pública y los que quieren enseñanza concertada. ¿Y PISA? ¿Y los exámenes nacionales a los alumnos para evaluar a profesores y a los colegios? ¿Y los cursos obligatorios para mejorar la preparación de los profesores? ¿Y los incentivos por resultados para los profesores? Ni una palabra de ello, se remiten “al diálogo”, “al consenso”, “ a “la negociación”, “al acuerdo”, ingredientes que debidamente mezclados y en proporción adecuada, constituyen el Bálsamo de Fierabrás para curar los males de la Nación, del Estado e incluso de las relaciones internacionales, ya padezcan afecciones del cuerpo, ya las padezcan del ánima, porque el Bálsamo de D. Quijote, sustituye a las ideas, a los proyectos, a la eficacia y a la penicilina.

No hay en España quien clame desesperada y apasionadamente por la educación. Los políticos llevan intentando cambiarla sin éxito 40 años. La pasión de los responsables no está puesta en mejorar el futuro de las generaciones que vengan cuando nosotros no estemos, sino en mantener o mejorar el poder y bienestar de su partido del que depende el poder y bienestar suyo. Para ello cifran la lucha en “la enseñanza pública”, “la privada” y “la concertada”, como si España fuera un ejemplo en alguna de las tres áreas. No llegan a más.

Solo nos queda la rabia contenida, el desconsuelo por el sistema, clamar por el Diputado de Distrito, grabar sobre las frente el Ministro de Educación que es y sobre los que han sido, la marca indeleble de la ignominia, en nombre de las generaciones futuras, aunque sean éstas las que les arrojen en su día por la cloaca de la historia, al pozo negro de la infamia.

Hoy hay que gritar con Demóstenes a D. Íñigo Méndez de Vigo y Montojo, que así se llama el arrogante Ministro de Educación:

La educación española es un fracaso y te ufanas de ella, cuando debías, maldito, llorarla”

[1]    Ortega y Gasset

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