Al firmar que el País Vasco es “una nación (?) con derecho de autodeterminación (?), pero sin efectos jurídicos (?)”, el experto en Gestión de Ocio Íñigo Urkullu (un Walter Pidgeon, el cura de “Qué verde era mi valle”) y la licenciada en Derecho Idoia Mendía (nada que ver con Maureen O’Hara) dinamitan la civilización y se convierten en el Adán y la Eva de Paraíso-Emundía tales como, según Alfonso Reyes, los concibió el Creador: él, muy jebo; ella, muy chirene.
El papelito Íñigo-Idoia (del papelito de la Santa Transición española al papelito de la Santa Nación vasca) tampoco es nuevo: Reyes menciona las conclusiones a que llegó, hace tres siglos, el Cabildo Metropolitano de Pamplona tras un detenido examen.
Primero. ¿Fue el vasco la lengua primitiva de la humanidad? No se atreve a dar una respuesta definitiva.
Segundo. ¿Fue el vasco la única lengua hablada en el Paraíso por Adán y Eva? Sobre este punto declaran los opinantes que no podría existir duda en su espíritu, y que es imposible oponer a esa creencia ninguna objeción razonable.
–Tenemos, pues, que en Paraíso-Emundía los días pasaban mansamente. Una mañana, andando por Sagardúa-Kale, Adán y Eva se encontraron con la Serpiente. La Serpiente (adviértase su sensibilidad foral) se descolgó de un hermoso manzano que había a la vista: era el manzano prohibido, del uso personal de Jangoicoa-Mariano. La Serpiente conferenció con Eva. Eva convenció a Adán. Los manzanos sonreían desde los collados. Y éste es el origen de la sidra.
La sidra amodorra y nos priva de la contemplación, cuyo abandono, dice San Atanasio, es el pecado original. Por el pecado original España revoluciona la ciencia constitucional planteándose la sedición como derecho… constitucional. Bastaba con quitarle a la Justicia la venda, la espada y uno de los platos de la balanza.
Total, que “todavía hay en Europa un país capaz de legislación”, pero no se trata de la Córcega de Rousseau, sino del País Vasco de Adán y Eva.