No hay dos sin tres. Ahora tenemos tres reyes, Juan Carlos, Felipe y Pedro. Trío de reyes. El esperpento aumenta cuando creíamos que había alcanzado el máximo posible.
El secretario general del PSOE, Pedro Sánchez, no sabe quién es él mismo ni el puesto que ocupa, desconoce la naturaleza política del régimen de poder en el que se desenvuelve. Tras el fracaso de Rajoy, Sánchez quiere ser rey. Ha iniciado una ronda de contactos con los partidos del Estado. Como un niño, afirma que se descarta a sí mismo con la infantil ilusión de que los demás verán en él a un estadista que se sacrifica y que eso provocará que lo aclamen como el líder que su equipo de aduladores le dice que es.
Hace unos meses, le dijo el monarca que intentara formar Gobierno. Y a Sánchez se le llenaba la boca con “El rey me ha encargado”, “El jefe del Estado me ha pedido”,… Ya ven, un secretario general socialista que se regodea adulando a un monarca. Pero ahora no tiene el encargo. Así que ha decidido asumir el papel del rey y encargarse a sí mismo la formación de Gobierno renunciando antes a ella, no vaya a ser que alguien pueda pensar que le impulsa la ambición de ser presidente del Gobierno.
Esta es otra manifestación del estado agonizante del Régimen del 78. El jefe de una de las facciones políticas del Estado se ha encaramado al peldaño que está reservado al monarca. Sánchez ha iniciado estos contactos para dar la imagen de que actúa para desbloquear la situación. Pero los objetivos que persigue con esta conducta no son relevantes. Lo que sí es relevante es que ha entrado en conflicto con la monarquía al disputarle los actos que la constitución del 78 reserva a Felipe: hablar con los partidos para proponer un candidato a presidente del Gobierno.
Tampoco importa que no tenga intención de realizar la chufla disputarle el puesto a Felipe y ser coronado rey Pedro. Importa que disputa el espacio de la monarquía. Y también importa el silencio del monarca acerca de este hecho.
¿Qué corolario obtenemos de todo ello? El rey, su posición y los actos inherentes a su cargo han dejado de ser acreedores de respeto. La monarquía es pompa, formalidad y protocolo; cuando sus sostenedores dejan de atender a estas formas, estamos ante un síntoma de que la monarquía se deshace como un azucarillo. Si a ello añadimos que el rey asiste con impotente silencio a estos hechos, estamos ante un monarca sin recursos para afirmar su posición.
La forma sin firmeza de su sustancia es materia en descomposición.