EL MITO DE LA TOMA DE LA BASTILLA. 2ª PARTE.
El asalto a una prisión casi abandonada por parte de la muchedumbre enfurecida del Palais Royal y los crímenes que cometió dando muerte a Launay y Fleselles el 14 de Julio de 1789 son considerados injustamente como un acontecimiento revolucionario: La Toma de la Bastilla. Es el momento histórico que marcó la caída del Antiguo Régimen a pesar de que la relación de fuerzas entre gobernados y gobernantes no se viera alterada sustancialmente ese día y su consagración obedeciera a un interés inconfesable de estos últimos.
Lo cierto es que el mito de la Toma de la Bastilla fue fabricado por la propia clase política francesa: El Rey, la Corte y la diputación. Su creación fue fruto del consenso político entre Luis XVI y los comunes, unidos por un miedo recíproco. Se prestaron a la creación de un mito falso para atemperar al pueblo de París, al que temían, con la esperanza de haber encontrado así un nuevo medio de cohesión interna de la Nación con el que dominarlo.
La clase política francesa fingió ponerse al frente de la Revolución para seguir al frente del Estado. Quisieron institucionalizar la Revolución para domeñarla. Hicieron como si La Toma de la Bastilla hubiera acabado con el Antiguo Régimen y se felicitaron de unos hechos horribles por temor a la reacción del pueblo. Es el ejemplo moderno de mito bastardo. La Reforma de la Monarquía Absoluta fue por eso imposible.
La formación de grupos separados tiene lugar mediante un proceso de identificación de sus individuos con algo común que fortalece su sentimiento de pertenencia al mismo colectivo y que constituye un referente moral. Esta tendencia del hombre a perder su individualidad ensalzando lo emocional por encima de lo racional, disolviéndose en la dulce irresponsabilidad que otorga una masa uniforme, impide la conquista de la libertad si el mito fundante con el que se identifica se basa en una Gran Mentira que necesitará continuamente de otras para seguir imponiéndose.
El origen legendario del mito primitivo permitía que, sin mediaciones voluntarias, produjera directamente el consenso social. Pero el mito moderno, para alcanzar ese mismo resultado, necesita de la mediación consciente del consenso político. Si éste no altera significativamente la realidad histórica, el mito fundacional comunica una profunda estabilidad evolutiva al consenso social. Pero si el consenso sustituye la realidad histórica por una fábula, una ficción que altera el significado de lo real, la sociedad se verá condenada a sufrir la violencia institucional y la propaganda política para que el mito fabuloso pueda cumplir su función. El mito de la Bastilla, puramente legendario, no fue fundador sino derivado del consenso político. (Antonio García-Trevijano, pág. 46 Teoría Pura de la República).
Presentado por Adrián Perales Pina