Las (mal) llamadas democracias europeas “intentan llevar al ostracismo mediante el insulto las expresiones que amenazan a la opinión dominante”, concluye Chantal Delsol su estudio de la guerra de las élites socialdemócratas contra los (mal) llamados populismos, esas resistencias de los pueblos que no comulgan con sus ruedas de molino.
–No conozco una brutalidad mayor en nuestras democracias que la utilizada contra las corrientes populistas. La violencia que se les reserva excede todo límite. Si fuera posible, clavarían a sus partidarios en las puertas de las granjas.
La élite, dice Delsol, defiende una ideología dogmática más destructora que benéfica. “Es una obra de teatro en que ya no se cree, pero que se sigue representando por no admitir el error: el pueblo es un figurante del concepto, mientras que la élite hace mucho tiempo que se subió a otro escenario”.
El pueblo se convierte en un adversario: se identifica su conducta con la extrema derecha y se inventan personajes mediáticos que desplieguen el odio al pueblo, “con un éxito que demuestra la enormidad de ese desprecio generalizado”.
–El personaje (en Francia) de Jean Cabut, o Cabu, llamado Mon Beauf, es nombre común. Describe un sentimiento compartido por el conjunto de la élite a la cual pertenece: elige como modelo a su propio cuñado.
¿Qué tontainas de nuestra mequetréfica élite mediática no ha llamado “cuñado” a Donald Trump?
Bueno, pues hasta el “cuñadismo” es una consigna venida de afuera.
Mon Beauf es, por supuesto, xenófobo, violento, machista, cazador, homófobo y de derechas: “todo lo que hace falta para desagradar”. El “chansonnier” Renaud le dice “patético hijo de puta”, “capullo”, “hortera”, “asqueroso”, y en el estribillo, “imbécil”. Es la intelectualidad que llama fascista a Orbán y esconde que Engels llamó en 1849 al genocidio de los húngaros.
–El populismo es el apodo con que las democracias pervertidas disimulan virtuosamente su desprecio al pluralismo.