El otro día me hice socialdemócrata. Al día siguiente, nada más levantarme, ya sentí unos deseos locos de meter papeles dentro de urnas. Como no encontraba ninguna, metía trozos de papel dentro de cualquier recipiente; me servía el envase de leche, el bote de los lápices, el tarro de azúcar, lo que fuera. Las papeleras me atraían y voté en una, pero no estoy seguro de haber hecho lo correcto. A veces votaba en blanco, otras en negro, en verde, según el color del papelillo de turno.
Un ex amante de la libertad, para ser y parecer un verdadero socialdemócrata, debe comunicarse utilizando una gran cantidad de frases hechas escuchadas o leídas en los medios de comunicación de masas. De esta manera, como vivo en Moscú, voy traduciendo al ruso expresiones como las siguientes: “es lo que hay; ya ves…; como no podía ser de otra manera; yo diría; en mi humilde opinión; sin ánimo de ofender, desde el respeto” y un largo etcétera. Ni que decir tiene que la palabra “democracia” aparece siempre aunque estemos hablando del salmón noruego o del caso preposicional en el ruso moderno.
Soy solidario de boquilla, mucho; tanto lo soy que soluciono todos los problemas del mundo echando mano de unos pocos lugares comunes que me son útiles comodines. Pero ojo, si una pobre abuela medio inválida me pide limosna por la calle saco el móvil y simulo no haber reparado en ella.
A todo aquel que me pone mala cara o simplemente se extraña de lo que digo, le espeto un fascista a tiempo que lo dejo de una pieza de anticuario. Algunos se llegan a enfadar debido a que su padre o su abuelo dejaron su vida en los campos de batalla de Europa luchando precisamente contra los fascistas alemanes, los nazis. En estos casos extremos, tiendo puentes de inmediato. Me quedo solo tendiéndolos, he cogido una habilidad que para sí quisieran los mejores ingenieros de caminos. Y sin planos ni nada, a cable colgante. Aún no sé quién es el que ha de cruzarlo, si ellos o yo, pero los tiendo igualmente. Total, como soy socialdemócrata, las palabras solo tienen la importancia que yo les quiera otorgar en cada momento.
Consensúo y pacto mucho, especialmente con los alumnos. Antes de empezar una clase, propongo que ese día veamos el tema que, entre todos, decidamos por consenso. Los temas los selecciono yo, claro. Solo les dejo la opción de elegir entre tres que, de todas formas, íbamos a ver tarde o temprano. Pero ellos creen que así llevan el ritmo del curso y me tienen por un demócrata avanzado que asusto.
Cursileo todo lo que puedo, anacoluteo, cacofoneo, ridiculeo a fondo en el discurso, bienquedo e hipocriteo.
Si mis estimados, aunque por desgracia equivocados (pobrecillos), amigos del MCRC me publican este artículo, les diré que el 26 de junio no solo voy a votar – aunque en mi caso no puedo introducir papela en urna, sino carta por correo en Consulado de España-, sino que voy a intentar convencerlos de que lo hagan también. Don Antonio, David, don Dalmacio, Helena, Luis Ángel, Manu, Carlos, Adrián, Atanasio, Baldomero, Pedro, los Pacos y todos los demás: estábamos equivocados al pensar que votando no íbamos a conseguir nada. ¿Cómo que no?
Vamos a conseguir ser un pueblo humillado, ofendido y esclavizado de por vida. Vamos a corrompernos como los diputados y sus jefes, pero sin enriquecernos; seremos corruptos solo moralmente. ¿No os parece fantástico? Cuando vayamos a votar celebraremos de manera adecuada la fiesta de la democracia, que no consiste en otra cosa sino en introducir papeletas vía ranura úrnica. ¿No lo consideráis el colmo de la diversión y la juerga padre? ¡Qué pedazo de fiestorro grande! Con razón se considera una fiesta.
Si votáis podréis replicar al protestón de turno abstencionario o abstencionista con la siguiente frase: “Si no votas, no te quejes luego”. Llegar a pronunciar esta frase es uno de los motivos principales, lo confieso, que me ha llevado a convertirme en socialdemócrata convencido, cuasi acérrimo.
Si votáis, queridos repúblicos, amenizaréis las veladas con amigos y familiares comentando con desparpajo los detalles personales de tal o cual político, sin entrar jamás en el fondo del asunto. Podréis criticar su aspecto físico, su dicción, los andares, el más mínimo gesto, todo lo que queráis, sin límite y, por supuesto, sin profundidad alguna. ¡Hay tantas posibilidades! Podréis explicar por qué votasteis a uno en vez de a otro; si el no haber votado a Fulanupto fue como castigo por la última legislatura, con el colmillo aún chorreante de digna baba vengativa. ¿Puede haber algo mejor en la vida? No es necesario que elijáis un candidato ideal, adecuado, digno o responsable. Es más bien al contrario. Pensad en quién os provoca más odio, a quién le habéis cogido más tirria, quién os saca de quicio cada día al verlo en los noticieros. ¡¡A por él!! Votad por su enemigo, votad para enfurecerlo. No hay nada peor para un oligarca español de partido que saber que una persona ha depositado su voto en favor de otro candidato. Es justo así como gozan muchos ciudadanos (pronto podré yo también gozar de esa forma), esperando cuatro largos años para disfrutar de un segundo de venganza sublime, un segundo por el que vale la pena sacrificarlo todo.
Meditadlo bien, vamos a vivir mucho más tranquilos, despreocupados y felices. Todo son ventajas. Es cierto que la patria se nos va y no hay futuro para las generaciones venideras, pero ¿a quién le importa pudiendo castigar a nuestros señoritos, dueños de todo?
Y además, entendedme, podré volver a España, sin televisión ni ADSL, con el permiso firmado de su puño y letra por el mismísimo Fernando Savater. Saldré al fin del establo. Don Fernando, dígame, ¿seré merecedor entonces de vivir en España?
Sé que tengo mucho que aprender como socialdemócrata, aún soy un diletante digno de lástima, pero entre los puentes que tiendo, lo mucho que consensuo, lo solidarísimo que soy y lo igualitario que espero tender a ser, me parece que tengo posibilidades y posibilidadas.
El socialdemocrateador que bien socialdemocratee, buen socialdemocrateador será.
Desde el respeto y el cariño, siempre vuestro (cualquier día vuestra),
Raúl