LUIS FERNANDO LÓPEZ SILVA.
Los últimos acontecimientos económico-políticos que escenifican la realidad del conjunto de Estados Europeos, y más concretamente, los de los denominados periféricos, no dejan indiferente ni al más incauto de sus ciudadanos. Todos intuimos que los poderes dominantes nos han marcado un sendero difícil de transitar, en el cual, seguramente muchos no lleguen a destino y otros arriben en pésimas condiciones para la nueva supervivencia que nos han impuesto aquellos quienes viven en la abundancia ominosa. A la par, la acción depredadora que los Estados están ejerciendo con la pecunia de las clases medias para transferirlas a los limbos financieros de las élites financieras con la excusa de la deuda soberana, es uno de los deslices que más caro pagará la Democracia como sistema en un futuro próximo. La Unión Europea, y más concretamente ciertos países, no solo se encuentra ante el colapso financiero por la falta de dinero fresco para preservar sus estructuras económicas y de bienestar, además, se halla ante el colapso de un modelo político agotado que no representa al pueblo del siglo XXI y ha dejado de defender las libertades políticas e individuales como forma de organizar una sociedad a consecuencia de que los partidos políticos se han autotransferido el poder de formalizar la democracia a su antojo. O sea, este modelo cívico sobre el cual se han basado los Estados-nación de Europa en los últimos 60 años no solo tiene un problema de contabilidad en sus finanzas, sino que alberga otro de mayor dimensión sobre el cual ha emergido el primero: esto es la disociación que el pueblo mantiene con respecto a sus instituciones de representación y el manejo corporativo que la partidocracia ha hecho de los tres poderes del Estado.
Grecia, Irlanda y Portugal son países de nuestra Unión que por sus problemas financieros tuvieron que ser rescatados, y a la postre, obligados por la llamada Troika a enderezar el camino hacia el Gólgota, para muestra pública de escarnio, sufrir la crucifixión en forma de recortes del gasto publico, reducción de los presupuestos sociales, aumento de impuestos, etc; acarreado con ello, un paro cercano al 20%, pérdida de poder adquisitivo y una bajada espectacular del nivel de vida de la clase pobre y media en lo referente a la educación, la sanidad y la justicia. Esta austeridad draconiana que exigen los teutones en plena recesión no hace si no aumentar aun más la deuda soberana de los países en desgracia y dificultar sus procesos normales de financiación en los mercados, reforzando el círculo vicioso de la crisis y convirtiéndolos en esclavos de los acreedores de por vida. Si este es el precio que han de pagar los países rescatados, quizá sea más lógico esbozar otra alternativa que lidere un proceso de responsabilidad nacional donde se acuerden las medidas más oportunas y pertinentes en la consecución de un plan de emergencia para frenar la fuerza centrípeta de una crisis capaz de engullir naciones enteras debido a la nimiedad de los mecanismos de solidaridad entre los miembros de la UE.
Ahora mismo, nuestro país y su partidocracia gobernante se hallan en una encrucijada de difícil resolución, ya que los recortes y reformas estatuidos por los dos gobiernos que hasta ahora han lidiado con la crisis, no han surtido efecto alguno para estabilizar los índices económicos de referencia que tanto asustan a políticos y tecnócratas, y por los cuales, la economía real de las familias y pequeñas empresas españolas sufren a diario. La pasividad y las incorrecciones del presiente del Gobierno no hacen si no acelerar ese figurado “camino hacia el Gólgota” y endurecer la crucifixión nacional que desde Bruselas nos impondrán los “hombres de negro” que ocuparán edificios enteros del Banco de España y de los ministerios de Hacienda y Economía. No es momento de jugar al juego de la oca y esperar a que la suerte encarrile la situación del país, sino que es el momento de analizar en el escaque europeo la partida de ajedrez de los intereses nacionales a conservar, averiguar la táctica ofensiva para establecer la defensa y bloquear las incursiones que debilitan nuestra posición. Solo de esta forma seremos fuertes y obtendremos la capacidad de formar alianzas multilaterales impulsoras a la vez de un giro en las políticas de austeridad. Claro, que antes es primordial erradicar el Estado partidocrático basado en la irrepresentatividad política y la inseparación de poderes. Después al menos se podrá dudar de las políticas hasta ahora aplicadas, y que quizás, sea necesario aplicar otro tipo de abonado a una coyuntura económica con un potencial de crecimiento exhausto. La crucifixión es aterradora. Por ello, se hace imprescindible que se enfoque la salida socio-económica de otro modo, pues si no el camino hacia el calvario será inexorable.