Padecemos, en estos tiempos postmodernos tan imbéciles, una verdadera alergia general a la verdad, la veritas latina.
Que la verdad no gusta es conocido desde hace siglos. Que esto sea aceptado como lógico por una gran mayoría es lo que realmente me preocupa. ¿Por qué no la aceptamos? Hablo solo de aceptarla, aunque disguste o moleste. Si es de día, es de día para todos. Cuando llueve, todos están de acuerdo en que está lloviendo, cogen el paraguas porque engañarse en este caso trae aparejado un buen remojón. Es curioso que cuando se habla del tiempo, sobre todo en el ascensor de las viviendas, todos coincidan en la bondad de un día de sol con agradable temperatura. Si el día es desapacible, las quejas de los viandantes serán continuas: “Vaya frío hace hoy, qué desapacible, estoy helado, etc”. Cuando nieva no se ven personas, ni una sola, en sandalias ni en pantalón corto. Todos llevan ropa de abrigo, unos más y otros menos, pero todos aceptan la verdad que para ellos suponen las sensaciones de frío o calor.
Pero con nuestro sistema político, una monarquía de partidos oligárquica, casi todos deciden cerrar los ojos ante el hecho evidente y simple de que no es una democracia. Que los poderes no están separados en origen a través de elecciones distintas en tiempo y forma para elegir ejecutivo por una parte y legislativo por otra, ¡qué importa! Nada es perfecto, se dicen muchos; por eso, la democracia tampoco. Sigamos con una única votación donde está claro que el poder es uno, pues hay una sola elección, un solo día cada cuatro años. Que los diputados que se eligen en las listas no representan a los votantes, sino a sus respectivos jefes de partido, ¡y qué problema hay! Es así en toda Europa, nosotros no íbamos a ser menos. No sé si disgusta, aterra o avergüenza el hecho cierto de que no existe democracia en España. Llamemos a esto que tenemos por su nombre verdadero: una monarquía impuesta por Franco, que es quien nombró a Juan Carlos I y un sistema de partidos con poder proporcional en el cual se repartieron España hace 40 años y siguen con la misma matraca, llamando a este engendro democracia, y muy cara puesto que nos costó ímprobos esfuerzos disfrutarla. Que se ha troceado España en 17 triángulos de tarta (desiguales para más ignominia) para otorgar unas autonomías a las regiones que no necesitábamos y que ni siquiera se definieron en la Constitución, dejando todo abierto, como si España fuera una gran carta de lujo para unos pocos comensales, que van eligiendo lo que más les conviene en cada momento. ¿Y? Nadie se plantea nada, a casi todos les importa un higo chumbo que sea todo un artificio totalitario de unos traidores desalmados, bandidos del Estado, que nos roban a diario con total impunidad porque los jueces, en última instancia, están también controlados, con un CGPJ amañado y bien apesebrado.
Ya mi padre me advertía casi a diario, en los años ochenta, que tiene mérito, de que todo lo que salía en televisión, se escuchaba por la radio y se escribía en los periódicos era mentira. No puedo olvidar aquella frase que repetía en cuanto entraba en casa, gesticulando y mirando hacia el techo, en el fondo sorprendido de que muchos no lo vieran tan claro como él: “¡Todo es mentira, todo, pero todo!”. Siempre tuviste razón, querido padre, aunque te quedaras, a menudo, más solo que la una en tus proclamas. Si él lo veía tan claro, a los pocos años de empezar este régimen, ¿ es que nadie más, excepto Trevijano, se dio cuenta del asunto? No, muchos más lo sabían y lo saben, pero callan vilmente. Prefieren disimular y seguir en el engaño que quizá a algunos les reporte beneficios, pero que ha hundido a un país en un lodo de miseria moral del que el MCRC va a intentar sacarlo como sea. Tras haber escuchado toda la vida, primero a través de Enrique Cejudo, mi padre, que todo era mentira, lo que me permitió verlo más fácilmente que otros, y haber corroborado después, a través de la obra magistral de Antonio García-Trevijano, que todo era y es una gran mentira, la tristeza por una patria a la deriva se apodera a veces de mí, máxime cuando compruebo a diario que a muchos españoles esto les importa bien poco.
Es posible que por vivir en esta Gran Mentira, tantísimos españoles vivan con el sueño permanente, con la esperanza siempre viva de esa frase que a mí siempre me ha producido una insufrible desolación: “Si me tocara la lotería…” Con esta frase dicen mucho más de lo que imaginan. Necesitan un suceso extraordinario, casi imposible a tenor de la posibilidad matemática, para evadirse de una realidad que los oprime día tras día. Si todos saben, en el fondo, que un premio de lotería constituye la única esperanza a la que agarrarse, es porque sienten, lo reconozcan o no, que con este sistema vamos a la quiebra segura, con la desesperanza instalada con firmeza en todos los corazones. La lotería continua la viven los que se apropiaron en su día del país y no lo sueltan, no lo dejan libre, impiden que se hable de libertad política. Queremos libertad, luchamos por la libertad política, la libertad colectiva para todos sin excepción, sean de la ideología que sean, tengan la religión o las creencias que tengan. No pararemos hasta que la libertad política llegue al fin a España.
Si usted es también veralérgico, le recomiendo que se tome, vía ocular, todos los días, un capítulo del libro de Frente a la Gran Mentira o el nuevo Teoría Pura de la Democracia.