EDWIN ZARCO.

Del 13 al 22 de junio del 2012, en la ciudad de Rio de Janeiro, se realizó la conferencia de las Naciones Unidas sobre el Desarrollo Sostenible, Rio+20, conocida así, por marcar los 20 años de la realización de la Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente y Desarrollo “Rio 92”. A este evento asistieron 120 jefes de estado y más de 50 000 ambientalistas, activistas sociales y líderes empresariales, con el objetivo de definir la agenda de desarrollo sostenible para las siguientes décadas.

Uno de los objetivos específicos de Rio+20 fue precisar e impulsar la Economía Verde, concepto supuestamente innovador que busca contribuir al desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza. Como indica el documento Hacia una economía verde: Guía para el desarrollo sostenible y la erradicación de la pobreza (2011) elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) : “Una economía verde debe mejorar el bienestar del ser humano y la equidad social, a la vez que reduce significativamente los riesgos ambientales y las escaseces ecológicas”.

Sin embargo, nuevamente como muchas propuestas estatales que buscan la protección del medio ambiente, el concepto de Economía Verde se quedó en el discurso y en la palabra bonita. Los resultados de la megaconferencia burocrática que significó Rio+20 no fueron significativos, el documento final que resultó de la conferencia que lleva como nombre “El futuro que queremos” fue modesto, sin ningún significado relevante y con la ausencia de un mecanismo de financiamiento que sustente el gasto de alrededor de 30 mil millones de dólares que se necesitan para sacar adelante la propuesta.

Como indica el danés Bjorn Lomborg, autor del libro “El ecologista escéptico”: “lo malo es que seguimos dando vueltas en iniciativas verdes ineficientes, mientras que en el planeta 900 millones de personas están desnutridas, mil millones carecen de agua potable, 2600 millones no cuentan con adecuado saneamiento, y 1600 millones viven sin electricidad”. En ese sentido, se podría concluir que no estamos canalizando adecuadamente nuestros recursos y tiempo, básicamente seguimos cayendo en el error de apostar por paradigmas desfasados que apuestan por la regulación y la intervención estatal, dejando de lado propuesta más reales y eficaces como el desarrollo de la función empresarial y el ingreso del sector privado como elementos básicos para la protección de nuestros recursos naturales.

Para el analista argentino Andrés Oppenheimer, Rio+20 se enfocó erradamente. En una columna sostiene: “la megaconferencia Rio+20 está invirtiendo demasiado tiempo en castigar a los contaminadores, y demasiado poco en incentivar a los innovadores para que descubran nuevas tecnologías que resuelvan los problemas”. Es decir, los políticos siguen creyendo en falsas propuestas como la Economía Verde o en regulaciones estatales que buscan obligar a las empresas a asignar más dinero a soluciones verdes.

Nuevamente la realidad, expresada en el fracaso de Rio+20 nos demuestra que para abordar el tema de la protección del Medio Ambiente no debemos recurrir a grandes conferencias internacionales, plagadas de discursos políticos decorosos y rimbombantes sobre el Desarrollo Sostenible o la Economía Verde. Como indica Terry L. Anderson en su libro “Ecología de Mercado”: “el Desarrollo Sostenible infringe, en fin, los principios ecológicos cuando se empeña en buscar soluciones estáticas para problemas dinámicos. Los partidarios de este enfoque abogan por poner limitaciones específicas… como si fuera ésta la solución definitiva a los problemas ambientales. Pero estas regulaciones estáticas no están diseñadas para dar respuestas válidas a informaciones cambiantes”.

En conclusión, considerando está gran lección que nuevamente nos deja la realidad, creo que ya es hora de cambiar de paradigmas, como dice Andrés Oppenheimer: “si cambiamos nuestro pensamiento negativo por un pensamiento creativo y apelamos a la tecnología, podemos resolver virtualmente todos los problemas ambientales”. Complementando esa sentencia, yo digo que llegó el momento de apostar por una nueva forma de proteger los recursos naturales, una forma que descentralice el poder, articule los intereses individuales a través de los incentivos de mercado, impulse el desarrollo de la función empresarial y demuestre que existe compatibilidad entre el crecimiento económico y la calidad medioambiental.

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