Juegos Olímpicos. El espectáculo del ser humano luchando contra sí mismo, poniéndose a prueba, esforzándose en batir los límites que le impone la naturaleza para llegar más lejos de lo que nadie hizo antes. A esta satisfacción personal se le añaden generosos premios en metálico a los campeones de cada prueba y a los que superan marcas hasta entonces imbatidas. El atletismo, la natación y otros deportes resultan fascinantes porque sus participantes no sólo compiten con los demás, sino también consigo mismos.
Ahora bien, ¿qué pasaría si los deportistas olímpicos dejaran de competir? ¿Para qué esforzarse en ser el primero, el mejor, si pueden pactar cruzar la meta al mismo tiempo y repartirse alícuotamente la gloria olímplica? Sería absurdo, sería un disparate, sería la liquidación de la propia naturaleza de los Juegos Olímpicos. Pues exactamente eso es lo que sucede con la elección del Gobierno y de cada uno de los diputados. No hay competición. Es absurdo, es un disparate. Te dicen que la hay, pero no hay competición. Han liquidado la propia naturaleza de la elección del Gobierno y de los diputados. Y el pueblo, políticamente inerme tras 40 años de dictadura, se tragó el engaño. Y sigue tragando con unas elecciones trucadas lo que jamás tragaría con algo tan intrascendente como una carrera o un partido de fútbol. Vamos camino de otros 40 años de amaños políticos, de que pisoteen nuestra libertad política y el pueblo español sigue lo suficientemente satisfecho con ello como para no mover un dedo en contra de esta situación.
La formación o no de Gobierno está hoy en manos de cuatro personas. ¿De qué nueva especie son estos hombres que se conceden a sí mismos derechos sobre nosotros y que a nosotros mismos nos niegan? Nada me importa quiénes son ni qué piensan. Lo único que me importa es por qué tienen ellos un derecho que yo no tengo. Si ellos tienen capacidad de intervenir en la elección directa del Gobierno y yo no, si sólo estas cuatro personas –frente a 47 millones de españoles– pueden elegir quién formará Gobierno, ¿cómo es posible que soportemos esta opresión?
Mientras nos impiden elegir, ellos se reservan el derecho a pactar. La esencia del pacto es la renuncia a las intenciones por parte de los agentes que pactan. El pacto es la traición disfrazada de concordia. El objetivo del pacto es el reparto. Los pactistas se reparten cargos, honores, dignidades y salarios que pagan aquellos a los que los mismos pactistas impiden participar en la elección del Gobierno: los contribuyentes.
El pacto lo es de un reparto. Y lo único que cambiará serán los nombres. Nuevos nombres, nuevos corruptos. Pero seguiremos pagando los mismos, los contribuyentes. No importa si llegan o no al pacto. Importa que pueden hacerlo.
Si los que aspiran a formar Gobierno en verdad compitieran por ello entre sí, seríamos nosotros, los electores, los únicos que podríamos elegir. Pero en el Régimen del 78 sucede al contrario y los electores, convertidos en votantes, somos los únicos que no podemos elegir. Ellos eligen por nosotros. Y nos dicen que es por nuestros bien. ¿Hasta cuándo vamos a soportar esto?