A diario tengo la posibilidad de ratificar la impresión que tuve desde el principio: los rusos adoran España. Es una pasión romántica que no se basa en motivos tangibles, pero es real. Son muchos los rusos que van de vacaciones a nuestro país. Algunos de ellos, con gran poder adquisitivo, han comprado vivienda en España y van una o dos veces al año para pasar sus vacaciones. Me interesa saber la opinión que les suscita tanto el país como sus habitantes.
Se puede decir que con el sol y el mar tienen bastante, pero esto también existe en Italia, en Grecia, en Portugal, en el norte de África, etc. Si añadimos la rica gastronomía y el buen nivel hotelero, la mezcla es atractiva. Los variados y bellos paisajes son otro de los motivos de su preferencia por España.
Aun así, bonitos paisajes y buenos hoteles los hay también en los países de nuestro entorno. Tiene que haber algo más que no me acaban de describir nunca. Suelen decirme: “No sé, nos sentimos muy bien allí, como en casa, pero con sol y luz”. Y claro, uno podría pensar que el ingrediente estrella para que España sea el destino soñado por todos los rusos somos nosotros, los españoles. La primera impresión es muy buena, pues ven sonrisas por todas partes, oyen risas por doquier y nos consideran buenos anfitriones por regla general. Pero en cuanto escarbamos un poco, vemos que aquellos que tienen casa propia y pasan más tiempo que el simple turista de una semana, empiezan a conocer la inercia española. En cuanto necesitan obreros para reparaciones domésticas, no tardan en sentir en carne propia el mañana larriano. La chapuza y la desorganización habitual les hace gracia, en vez de irritarles. Me lo suelen contar con humor, aunque supongo que cuando lo sufren no estarán para muchas bromas.
Lo que descubren casi todos los que empiezan a distanciarse de los tópicos del sol, la playa y la paella, es que somos un pueblo con poca seriedad para el trabajo, con muchas pausas, descansos y fiestas, con demasiada palabrería, con innumerables excusas, pero con poca eficacia y aún menos organización. Piensan que no existe la corrupción porque los policías de tráfico no aceptan el pago de la multa en mano y en efectivo. Lo que desconocen es que la corrupción es el sistema entero.
Desde hace muchos años, los españoles somos conocidos en Rusia como “los mañana”, haciendo eterno el grandioso artículo que publicara el señor Mariano José de Larra en 1833. El famoso “Vuelva usted mañana” no nos abandona; seguimos siendo el mismo pueblo que aplaza los deberes de hoy para mañana. Quizá por eso hayamos dejado la democracia también para mañana, para un mañana que no llega jamás. El mañana en política se traduce en las urnas, en las votaciones donde no se elige nada ni a nadie. “A ver si esta vez”, se engañan muchos… “Confiemos en que este hombre, por una vez, haga lo que tiene que hacer” y miles de frases como estas, que no son sino un eterno esperar a mañana, dejando el destino de todo un pueblo en las manos de irresponsables, ignorantes o malvados que simplemente realizan lo que unas leyes y un sistema les inducen a hacer: corromper y corromperse.
Y si los rusos sienten como ningún otro extranjero nuestra esencia, si nos han calado desde el primer minuto, pero aun así adoran pasar sus vacaciones en España y hablan siempre bien de nuestro país, quizá sea porque les damos lástima. Sienten lástima de que viviendo en un país tan bello, tan bien situado, con tantas posibilidades, funcionemos como un estado bananero de ínfima categoría, esclavizados políticamente por unos mediocres -marionetas del gran poder financiero- a los que se sigue manteniendo en el poder de manera voluntaria, con miserables papeletas que no valen dos céntimos.
Y la gran pregunta es: “¿Por qué para votar no decimos todos, de una maldita vez, mañana?” El día de las elecciones, muchos acuden a la cita y no dejan para mañana algo que creen que deben hacer hoy, ya que se han tomado el votar como un deber cívico, en vez de como un derecho potestativo. El 20 de diciembre, señores, díganse una vez más, como para tantas cosas: “Ya iré mañana”. Este “mañana” sería, esta vez sí, espléndido, inteligente y épico, además de utilísimo para la nación; sería además catastrófico para la clase política, un castigo monumental para unos traidores charlatanes que llevan cuarenta años esquilmando nuestro país, robándonos la riqueza y, lo que es peor, la esperanza. Votemos, sí, pero mejor mañana, cuando haya libertad política para poder decidir forma de estado y forma de gobierno. Votemos solo cuando el voto sea el reflejo del poder del pueblo, que es lo que significa la palabra democracia.
En cambio, el 19 de diciembre, no pueden dejar ustedes para mañana el viaje a Barcelona para acudir a la concentración con el lema “Cataluña es España”, organizado por el MCRC, donde Antonio García-Trevijano va a pronunciar un discurso histórico en favor de la unidad de España, en defensa de todos los catalanes que han sido abandonados a su suerte en un mundo de mentiras y corruptelas inmundas. Ese día, la verdad saldrá por la boca de un hombre digno, valiente y honrado, que con 88 años tiene que hacer siempre el trabajo que todos nosotros no somos capaces de hacer o no nos da la gana de hacer. Será un día histórico para España y para Europa entera. Toda la información sobre el evento la tienen en el siguiente enlace: www.cataluñaesespaña.com
Si usted es aún un raro espécimen amante de la verdad, la libertad, la decencia y la valentía, tiene una oportunidad de oro de acudir a un acto que no se vivía en España desde los años 70 del pasado siglo. Viajaremos a Barcelona porque la libertad nos espera allí, como nos esperó en el Ateneo de Madrid este pasado mes de julio. ¿Se puede dar plantón a la libertad?
Este artículo fue escrito antes de conocer la prohibición del acto “Cataluña es España” por la Junta Electoral Provincial de Barcelona.
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