Tras nueve horas de largas deliberaciones, a las 4 de la mañana se rompían el pasado viernes las negociaciones sobre la modificación de los tratados de la Unión Europea, al no haber acuerdo unánime, y el Reino Unido utilizaba su poder de veto, al no obtener las salvaguardas requeridas para mantener a la City londinense fuera del control de Bruselas. En la inmediata rueda de prensa el presidente Sarkozy achacaba el fracaso de las negociaciones a la intransigencia de los amigos ingleses. Diplomáticos franceses incluso bromeaban diciendo que Cameron había ido a una fiesta de intercambio de parejas sin su propia pareja, cuando en realidad había rebajado sus exigencias para llegar a un acuerdo. Estaba dispuesto a ceder en previsión de que Alemania encontrase razonable el acuerdo y cediese también en su postura, pero el dúo Merkozy se mostró una vez más implacable y utilizó esta crisis de deuda para dar una nueva vuelta de tuerca en el proceso de unión fiscal. En la práctica se traduce en una cesión de soberanía de estados nacionales a un ente como la UE, con instituciones no democráticas, llena de burócratas no electos, y dirigida a su antojo por las potencias del eje, que gobiernan de facto la unión sin necesidad de recurrir a la fuerza militar. En Mayo del pasado año, cuando las turbulencias del mercado aumentaban por la incapacidad de la unión de solucionar el tema griego, las potencias pusieron de rodillas al iluso presidente del gobierno español, lo bajaron de la luna del socialismo utópico en la que se encontraba, le hicieron tragarse una por una sus promesas y le obligaron a convertirse a la fe de la austeridad deflacionaria. Sin embargo no ocurrió lo mismo con el Premier, que había expuesto claramente su posición de salvaguardar los intereses británicos por encima de todo en las reuniones previas que habían mantenido semanas antes. Aun así las potencias forzaron una negociación sin alternativa posible, era como decía la prensa española: o el euro o nada. Y así sabiéndose poderoso Sarkozy arrinconó a Cameron y con la ayuda de Merkel lo puso entre la espada y la pared, en una maratoniana negociación, esperando su rendición. Pero si algo han sabido los británicos durante los últimos doscientos años, es que su soberanía no es negociable. Lo que derivó en la valiente decisión de vetar cualquier nuevo tratado que anteponga los intereses Nacionales Británicos a los de esa entidad antidemocrática que es la UE, lo que les hizo quedar en evidencia ante la prensa del mundo entero, toda una encerrona. Desde entonces no le han caído mas que palos a Dave Cameron. Los de sus socios comunitarios estaban descontados ya, pero en su país, su socio Mr. Clegg se quejaba el domingo, dos días después, en la BBC de lo amargo que fue para él la decisión de su socio de gobierno, siendo como es el pro europeísta, acérrimo al igual que el líder laborista. También el líder de UKIP, Mr. Farage criticó la decisión de Cameron, al ponerse en evidencia mientras está sujeto a las leyes de Bruselas y señalando posibles represalias de sus molestos socios. Ni siquiera entre sus propias filas halló consuelo, ya que el partido Tory lleva exigiendo mucho tiempo un referéndum para retornar competencias a las islas y quizás ahora lo que exijan será un plebiscito sobre la permanencia. En cuanto a los electores, la mayoría no quiere esta unión europea, algo que también sucede en Alemania con la diferencia de que allí su partitocracia impide cualquier debate al respecto. Sin embargo el sistema uninominal de las islas fuerza a los diputados a obedecer las exigencias de sus electores para exigir al primer ministro un referéndum. Cuando esta presión ciudadana, que va en aumento, llegue a un número suficiente de diputados, el referéndum será ineludible y el pueblo británico tomará la palabra. Después del veto del pasado viernes, ese día no parece tan lejano a este lado del canal de la Mancha.