Imagínense que viven en un cortijo de una extensión en hectáreas algo así como la península ibérica menos Portugal. Y en esa misma finca o cortijo el patrón no es otro que una oligarquía financiera heredera del patrón fundador llamado Francisco Franco, fallecido en su cama en noviembre de 1975 y admirado en gran medida por sus siervos. Ustedes son siervos pero se creen que son libres y ciudadanos. Imaginen también que cada cuatro años se les obliga y persuade de que tienen que votar entre dos capataces, ambos del patrón, para dirigir el orden y la economía en el gran cortijo postfranquista. Ustedes creerán que eligen un capataz X u otro capataz Y cuando van a votar a las urnas, pero, en realidad, si un forastero – o extraterrestre- contemplara la escena con objetividad se percataría de inmediato que las dos opciones son la misma opción del patrón y que los trabajadores del cortijo no eligen a sus representantes o a su gobierno o capataz, además de que no existe la elección de representantes ni poder de control del capataz. Ello se debe a que refrendar a un jefe o a otro cuyos nombres han sido escritos por el mismo patrón en dos listas no es elegir democráticamente a representante alguno por parte del votante. Los integrantes de esas listas, en definitiva, no son los de los electores, en verdad son los del patrón. Pero además los capataces tienen un sistema de cuotas en las votaciones para asegurarse la rotación en el cargo. Todos, gobernantes ( patrón) y gobernados (súbditos), apuntalan la colosal mentira de llamar elecciones democráticas a estas burocráticas y cortijeras elecciones administrativas para cubrir puestos de relieve en el Estado Cortijero: los capataces.