Toca su fin el orden económico y político europeo ideado e implantado hace sesenta y seis años al finalizar la II Guerra Mundial, ideado por militares en el Cuartel General de los Ejércitos Aliados en París, y negociado con los líderes europeos que con tanta facilidad habían sido derrotados por los fascismos en las urnas y en los parlamentos. Fueron excluidos de la negociación los partidos comunistas debido al peligro expansionista soviético de Stalin. Nacieron los Estados de partidos mediante la entrega del Estado a los partidos, haciéndolos estatales, para dejar excluidos el fascismo y el nazismo; e hizo suya una ideología con apariencia de izquierdas que pusiera freno al avance de los partidos comunistas en Europa occidental.   Esos partidos estatales ya no necesitaban de las cuotas de sus afiliados y militantes, el Estado se hacía cargo de sus necesidades financieras. Los partidos políticos, que deberían haber surgido de la sociedad, nacieron ya como órganos del Estado. La sociedad ya no está representada, sino que se integra en el estado, por afinidad con una de las facciones estatales. Precisamente la jurisprudencia constitucional alemana fue la que acuñó el término “Parteienstaat” o “Estado de Partidos”. Y fue la socialdemocracia alemana la que creó la nueva izquierda europea. En la Convención de Bad Godesberg los socialistas alemanes, cansados de perder elección tras elección frente a la CDU de Konrad Adenauer, renunciaron al marxismo y aceptaron la economía de mercado. Como freno a la ideología comunista los niveles de protección social aumentaron, el Estado de bienestar tuvo como uno de sus ejes la estabilización de las relaciones sociales.   Hoy, todas aquellas circunstancias que explicaron el surgimiento del Estado de partidos y del Estado del bienestar (État-providence, welfare state y Wohlfahrtsstaat) han desaparecido: la URSS ha sido liquidada y el pacto de Varsovia ya no existe (hace ya veintidós años de la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989). Pero durante todo este tiempo se ha avanzado hacia la estructura europea con el mismo principio oligárquico que guía el funcionamiento y desarrollo de los Estados de partidos. La crisis económica ha demostrado que las instituciones políticas creadas para la reconstrucción posbélica de Europa y la contención del comunismo, no son válidas.   El Estado de bienestar ha creado su propia ideología estatal, aceptada plenamente por la derecha y la izquierda políticas: la falta de relación directa con los gobernados y la ausencia total de controles democráticos del poder.  La clase política asentada en el Estado de partidos, que se erige en vocera del Estado del bienestar, se encuentra ante la encrucijada de acometer su demolición mediante recortes sociales indisimulables para poder mantener el estatus estatal en el nuevo ambiente económico. Desmontar el Estado del bienestar, pero sin introducir reformas significativas en lo político. Es decir, desmantelar los avances sociales pero mantenimiento el antiguo estatus político de prebendas, privilegios e irresponsabilidad.   Beneficiarse del Estado del bienestar durante la expansión económica facilitaba esquivar el tener que ocuparse de la libertad política, de los mal llamados déficits democráticos de la “democracia” española. Ahora, sin embargo, surge la vivaz contestación de la sociedad civil que, apenas ha abierto el saco de los trucos de la partidocracia, reclama democracia verdadera, es decir, un cambio en las mentalidades y en los regímenes de poder, y no encuentra, lógicamente, en la clase política, mediática y financiera, aferradas a sus modos antiguos, interlocutores inteligentes capaces de vislumbrar las claves del futuro.   Los partidos actuales, blindados electoralmente, permanecen únicamente preocupados por mantener el estatus de poder que nos ha llevado a la crisis, y se nos aparecen como una rémora retardatoria de las soluciones necesarias para enfocar el futuro con garantías de prosperidad.   No se puede seguir pidiendo a la sociedad sacrificios, ni augurarle privaciones, mientras quienes los imponen permanecen en su torre de marfil partidocrática. Necesitamos formar un frente de oposición a la oligarquía política, que comienza por la abstención electoral activa el próximo 20-N.

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