La energía vital que salta a la vista en el movimiento Democracia real ¡ya! no es política, sino postpolítica. Son los rescoldos de una dictadura no derrotada. Sí, carbonilla de cuarenta años. Nada raro, medio siglo en la historia de la opresión es nada. La clandestinidad antifranquista supuso política real mientras estuvo abierta a toda la sociedad, mientras su objetivo fue íntegro, las componendas intolerables y el peligro tangible. Pero La Transición dio al traste con todo. Actualmente la actividad política está circunscrita a la corte partidocrática y en ella todo se reduce a la conservación de la forma de Estado que la acoge. Las protestas que han tomado los medios de comunicación, que no la calle, participan de este carácter conservador del Estado.   La descripción más corrosiva que de la actitud de los indignados he leído fue la escrita en los comentarios de este mismo diario por don Luis "Er maki" hace algunos días: "parece Lurdes". Sí, un Lurdes pasado por el magín de Carroll. El Lurdes donde se escuchan quejas para todos los gustos. Y a cada queja, cómo no, corresponde una petición; así que se pide, se pide y se pide… que los mismos cuya presencia usurpadora en el poder repugna moralmente solucionen el problema. Puritanismo moral, servidumbre política. Cuánto ganaríamos, sin salir de lo absurdo, si fuese al revés.   No obstante, es pura mala fe y falta de sensibilidad política tildar esta acción ciudadana de servidora de tal o cual partido o grupo de presión. Otra cosa es que la ingenuidad y la ignorancia la arrojen en brazos de alguna organización indeseable, cosa prácticamente imposible de evitar. Como tampoco se podrá evitar su lenta fragmentación hasta la nada, aunque consuele que los jefes hayan tenido la inteligencia de establecer un plazo definido de acción. Pero, en cualquier caso, la realidad es que nadie, ni entre los rebeldes ni entre los reaccionarios, puede o quiere salir de los límites del Estado apolitizante, de la servidumbre. Salvando una chispa inicial de hermosa libertad, el estallido es de naturaleza fundamentalmente ética. Los propios manifiestos de la plataforma creada apelan a una "revolución ética" que es la renuncia explícita a la revolución política. Y más dignas de estudio sociológico que de interés político son las reacciones que ha suscitado.   Echemos un rápido vistazo. Primero sale a la calle la izquierda joven, porque es portadora de ese momento hormonal único en la vida y, además, del sano prejuicio cultural de que la rebeldía es parte de la dignidad ciudadana. Después el oportunismo critica la acción para que el previsible fracaso sirva de contraste a la propia condición de aspirantes en puertas. La derecha, tan madura y apolítica, fue proclive a aceptar postulados revolucionarios con tufo liberal mientras se sacudía el complejo de inferioridad. Pero ahora habla de las manifestaciones de Democracia real ¡ya! (y siguientes) como de una estrategia abstencionista destinada a deslegitimar la victoria del Partido Popular. Así que, apelando a los fetiches partidocráticos, jornada de reflexión y respeto a la autoridad, claman pidiendo que se considere el asunto una mera cuestión de orden público. Es lógico; en cuanto han visto extenderse su ideología y con ello la posibilidad de gobernar, se tornan reaccionarios y adeptos de "la alternancia". Oportunismo puro. Por su parte, la izquierda, tan madura y apolítica, emplea la estética de las protestas en beneficio propio, devorando con ello a sus hijos. Pues sus hijos ideológicos son quienes se desgañitan frente a la policía para terminar purificando una vez más la hipocresía de los padres. Padres que habiendo sido antidictadura o siendo ahora comprometidos con mil causas de justicia social, mantienen en pie el Estado de Partidos. Incoherencia que se trasmite inmutable a la vida de quienes, como los que ahora protestan, deberían despertar a la política.   Gritan los jóvenes para purificar las conciencias de sus padres, digo, y terminarán defendiendo e imitando a sus partidócratas progenitores, no sólo por falta de referencias intelectuales, de doctrina, sino por haber aprendido la pauta de comportamiento de la monarquía, que es la mentira. El alegre sacrificio de las nuevas generaciones se consumará de nuevo (manifestaciones de estudiantes en los ochenta, manifestaciones contra la corrupción felipista en los noventa y movilización contra la guerra aznariana en los dos mil), para que la izquierda social pueda seguir participando en la tiranía. Cuando la nueva hornada de rebeldes fracase habrá nutrido con carne fresca los mitificados y vagos valores que los medios de comunicación nos han transmitido en formato prêt à porter. Los valores grotescamente rojos o azules de la Monarquía partidocrática.   La situación evidencia que la conciencia revolucionaria, ontológicamente unida a un ideal concreto que sirva de alternativa, o lo que es lo mismo, ligada a una causa, no se ha desarrollado. Nuestro deber, el de los republicanos demócratas, es conseguir que esa causa, es decir, la solución cabal al problema político que ha planteado la ausencia de libertad, sea aprendida y aprehendida por un porcentaje suficiente de la población. Imaginar a aquellos de nuestros compañeros que, estimulados por la maravillosa espontaneidad que todavía resta en la sociedad civil, se están lanzando a la calle a predicar la libertad entre los valientes concentrados o acampados, pone la carne de gallina. Mientras tanto el MCRC permanecerá a la espera no por oportunismo o vanidoso inmovilismo, como los impacientes creen, sino para que el golpe asestado al juancarlismo pueda ser definitivo. No es oportunismo esperar la oportunidad si cuando esta llegue, el grupo es capaz de entregar sus ideas y sus personas a la sociedad civil en revolución, finiquitando así la propia existencia de ese grupo original.

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