Imagen captada por Robert Wiles instantes después del suicidio de Evelyn McHale (foto: Perrenque) El suicidio Nunca llevé una camiseta con la tópica imagen del 'Che', aunque leí sus escritos con fruición, especialmente el 'Diario de Bolivia', combinándolos con los del antropólogo Carlos Castaneda sobre las andanzas del indio yaqui Don Juan. Fue en un tiempo que el tiempo se llevó y devolvió esta mañana al alféizar de mi ventana cuando yo había perdido las pupilas en el macizo montañoso de Anaga, allá donde viven plácidamente los cardones. Dice Joan Manuel Serrat que los recuerdos son el esqueleto sobre el que construimos todo lo que somos, aquello que fuimos y lo que quisimos y no pudo ser. Y en esas estaba cuando me vino a la mente una frase del doctor Ernesto: “Son moderados todos los que tienen miedo o todos los que piensan traicionar de alguna forma”. Luego, se fueron amontonando frases, palabras, pensamientos, análisis, que acabarían construyendo lo que a continuación expongo. No veo en estos momentos otro peligro mayor para el futuro de España que la confianza de aquellos que estiman que un pendulazo electoral arreglará nuestra desastrosa situación, coyuntura prácticamente insuperable que se agrava con los segundos haciendo del futuro más que una incertidumbre, la certidumbre del horror por llegar. Dejando actuar al pensamiento, no fue difícil sustituir en la aseveración de Guevara el calificativo 'moderados' por el de 'indolentes', de tal manera que se me apareció de inmediato el fantasma del Rey Hamlet para sugerirme que la alternancia no es sino un auténtico suicidio nacional. Y así quedó fijado el título de estas letras. El presidente Zapatero, ese hombre que ha acabado por dar forma a varias frases triunfales de su correligionario Alfonso Guerra -es cierto que a España “no la reconoce ni la madre que la parió” y es absolutamente incierto que “meteremos la pata pero nunca la mano”- ha demostrado sobradamente su incapacidad como hombre de Estado y la absoluta falta de ideas de una socialdemocracia que sólo puede perpetuarse dándole la mano a la corrupción y dejando de la mano la moral atribuida tradicionalmente a la izquierda, no siempre con razón. Perdonen el pareado, pero después de la gran traición de la transición, hoy puede decirse abiertamente que estamos en peores condiciones que durante la etapa desarrollista franquista, años 60 en adelante del pasado siglo. Aparte de que tampoco existe control alguno del poder. Caricaturizo la situación: se puede salir libremente a la calle, siempre respetando el descanso de los demás y el horario de oficinas, a gritar ¡Viva el comunismo!, pero no se puede comer (la renta real de las familias cae como la manzana de Newton, más del 50% no puede acabar el mes, el paro es del 25%, hay más de 9 millones de pobres y la miseria es el doble de la que había hace tres años). Y la guinda: nuestro endeudamiento es el mayor del planeta tierra. Sólo Merkel puede lanzarnos un flotador, pero ahora mismo estimo que su entorno y sus ciudadanos no lo van a permitir. No obstante, se equivocarían rotundamente si de lo señalado extrajeran la conclusión de que eso es lo peor que heredaremos del Gobierno, la oligarquía y la partitocracia. No. Lo peor que vamos a heredar es muchísimo más grave. Tan grave y profundo que siento en carne viva la enorme impotencia de no poder convencer, aunque mis palabras se ciñan simplemente al sentido común y se alejen de veleidades intelectuales. Lo peor que presiento ya hemos heredado – las encuestas señalan que en estos momentos si se celebraran Elecciones Generales el PP obtendría la mayoría absoluta – es la creencia de que nuestro 'eje del mal' pasa exclusivamente por Zapatero, Rubalcaba y el apodado 'Pepiño'. El convencimiento de que, aún caliente el sillón por las posaderas de José Luis, sentando a Mariano la cosa está resuelta. Es ahí donde está la gravísima equivocación, incluso y de manera especial para la ideología popular, que terminará en tremenda frustración. De ahí, el harakiri. El suicidio. En la situación que vive nuestro país es lo mismo PSOE que PP que IU que CiU que Verdes que Mairenas … Pueden tomarse la cicuta al aroma de rosas (con espinas) o con escalopines de gaviota (ave carroñera), pero de igual forma dejarán de respirar. Ante el óbito del sentido común, hace tiempo que vengo pensando en añadir a mi nombre una vocal en señal de luto. Decir adiós para siempre a Jorge Batista y convertirme en Jorge Bautista para clamar, y si es necesario, declamar en el desierto. Ni ideologías ni alternancias, el epicentro del terremoto está en la perversión de la democracia, en la oligarquía, en el vil consenso de los partidos políticos para repartirse el poder y el dinero público. No me entra en la cabeza que una sociedad no pueda advertir que le están clavando un cuchillo en el abdomen mientras grita porque ve salir un chorro de sangre que le está arrancando la vida. No puedo comprender como los españoles desprecian a sus políticos y muestran la intención de votarlos de nuevo. Me temo que nos encontramos ante una patología mental desconocida a la que sólo puedo ver un origen, una frase muy escuchada pero que poca gente conoce que la pronunció Goebbels, Ministro de Propaganda del III Reich: “Una mentira repetida adecuadamente mil veces se convierte en una verdad”. La Transición fue un capítulo más de esa novela negra que es la historia de España desde hace muchos, muchos, años. Una partida de póker llena de faroles y pistolas en las ligas. Un acuerdo entre piratas. No trajo libertades sino mentiras y manipulación. No trajo ni dignidad ni honor. Al contrario, desterró la moral e instituyó la corrupción política, la hipertrofia burocrática y estructural, el tráfico de influencias y la malversación de los caudales públicos como normas de funcionamiento. Curiosamente, fue un aristócrata, un Marqués, el de Vauvenargues, quien dijo que “la indolencia es el sueño del espíritu”. Yo voy más allá: no creo que el espíritu de los españoles esté soñando tedios e inacción. Ha muerto. La cara de nuestra sociedad está lívida y a España la llevan en estos momentos hacia el tanatorio.