Conmovido por el empuje de los egipcios, el encargado de la comunicación del Partido Popular, Esteban González Pons, ha reconocido que “el pueblo cuando quiere, puede”. “Y el pueblo español quiere”. ¿Y qué es lo que quiere? Según la óptica de este portavoz, no conseguir un sistema político democrático sino obtener un cambio de partido estatal porque están “hartos del paro, de la crisis económica, de la crisis de valores, social y política y de la depresión institucional”.   “Todos los que amamos la democracia” confiesa Esteban Pons, aunque él mismo y su partido no han dado ninguna prueba de ello, “entendemos lo que nos ha dicho el pueblo egipcio, que el ciudadano del siglo XXI quiere democracias de calidad”. ¿Y qué es lo que entiende el dirigente popular por una democracia de tal género? Pues una en la que no baste “con atender a los ciudadanos cada cuatro años, cuando llega el momento de votar” sino “siempre”. Pero, sin mandato imperativo de los electores, a las buenas intenciones de los políticos no se les concede el menor crédito, son palabras que se lleva el viento de las promesas.   González Pons acaba por decir que “desde Egipto nos están recordando también a nosotros que nos queda mucho para que nuestra democracia sea de verdad una democracia de calidad”. Y desde el otro negociado de la partidocracia, la secretaria de Política Internacional y Cooperación del PSOE, Elena Valenciano, ha tomado las palabras de su colega por una desconsideración hacia el pueblo egipcio, que ya quisiera disponer de un sistema democrático como el nuestro, es decir, sin representación política, sin separación entre el poder legislativo y el ejecutivo y sin independencia de la justicia.   Además de la racionalidad y la lógica que asociamos al lenguaje, éste también es un surtidor de ilusiones y falacias, un proyector de oscuras sombras sobre el pensamiento. En su sátira “Sur l´équivoque”, Boileau propuso la teoría de que la ambigüedad de las palabras es la verdadera fuente del mito.