Alan Greenspan (foto: publishersmarketplace) Paradojas libertarias Una de las paradojas ideológicas que impiden avanzar en la resolución intelectual de la crisis financiera es el hecho de que la ideología libertaria encarnada por Alan Greenspan ha ejercido el intervencionismo más rudo en aras de liberar al mercado financiero de todo aquel control estatal encargado de vigilar las prácticas bancarias fraudulentas (sin ocuparme aquí de reglamentos que promuevan la eficiencia mercantil, crisis científica). Cuando se habla de regulación, al ciudadano común estadounidense se le aparecen todos los fantasmas del estalinismo, sin percatarse aún de que aquellos que la invocan, no lo hacen para evitar ineficiencias en el mercado, sino para que estas no sean visibles (aunque sean en teoría difícilmente reparables por el Estado), ni puedan ser juzgados aquellos que han utilizado el engaño tecnológico para colocar sus productos sofisticadamente tóxicos. Greenspan se retiró admitiendo ante el congreso americano que su ideología estaba equivocada, por miedo a ser declarado encubridor necesario en un fraude masivo a los consumidores. El secretario del tesoro de Obama, Geithner, continúa con esta labor de encubridor necesario, a pesar de lo cual Obama es considerado un "socialista" en su país. Obama perderá el apoyo de unos y otros. Otra atronadora paradoja es la famosa frase que guía todo el rescate financiero: "Too big to fail" (demasiado grande para caer), concepto inexistente cuando a la quiebra masiva de la industria y de los autónomos se refiere (los reflotamientos bancarios han servido para perpetuar un sistema de enormes beneficios personales en el que las pérdidas se socializan y el crédito no se restituye, a pesar de la contribución académica de Bernanke), concepto ausente para justificar la vuelta a la Glass Steagall act, y desconocido cuando toda la literatura económica está dominada por la creencia de que el mercado no puede autodestruirse ni causar graves externalidades negativas, al menos no como para justificar una regulación que según el dogma siempre es distorsionadora, restrictiva y anti-competitiva. La paradoja libertaria encarnada por Greenspan impide solucionar la crisis moral al impedir la distinción del fraude financiero como una práctica ajena a la banca y depurar responsabilidades. La crisis política puede explicarse de igual modo mediante el análisis de las teorías sobre el fracaso estatal a la hora de reparar las ineficiencias del mercado para proteger a los consumidores. Según la teoría económica esto seria así porque los agentes estatales sufren una 'captura' por parte de los agentes económicos a los que deben regular; estando más cerca de estos que de los electores, la corrupción se hace inevitable. Pero si de entrada desechamos la existencia de un interés público genuino por parte de los agentes estatales todo se clarifica un poco más. Según Stigler y Peltzman la regulación no es más que un proceso para la transferencia de riqueza. Consiste en una subasta política en la que el mayor postor obtiene el derecho a fiscalizar la riqueza de todos los demás. Así, el político debe maximizar el apoyo recibido no fiscalizando a aquel grupo con mayor capacidad de influencia electoral. Es de este modo como una minoría de lobbies imponen la transferencia de riqueza desde la masa ciudadana -informe y mediatizada, ideologizada, lejana y temerosa del desconocido y complejo poder tecnócrata al que obedecen por no conocer su alcance- hacia la capitalización sin resultados del sector bancario, asumiendo, si llegara el caso, la quiebra económica nacional provocada por la regulación (aquí, regulación entendida como práctica, conceptos de difícil distinción si se contempla la unión financiera-política como clase política en el sentido mosquiano del término) político-financiera. La crisis política es por tanto insoluble sin mecanismos de control y auditoría pública del poder financiero-político, así como de un poder judicial independiente y con medios y atribuciones suficientes para perseguir la corrupción.