Barcos en el horizonte (foto: Javier Azul) El MCRC y la libertad “Encontré especialmente odiosa la malignidad que encierran la mentira y la impostura…” La obra del clérigo Jean de Meslier (1664-1729), Memoria contra la religión, constituye una enérgica denuncia, sin ambages ni subterfugios, de la mentira, la injusticia y la tiranía ejercidas contra «la gente», en la sociedad de su época, por medio de la acción concertada del poder político y el poder religioso, aprovechándose de la credulidad y la ignorancia de «los más débiles y de los menos despiertos». Y con idéntica firmeza su denuncia apunta en otra dirección diferente, lo que a primera vista resulta inesperado, al dirigirse al silencio, considerado culpable, de una porción de ciudadanos -compuesta de personas notables y sensatas, individuos sabios e instruidos, eminentes en doctrina, sabiduría y piedad- que permanece callada y que, por su presumible condición moral e intelectual, debería oponerse al aluvión de vicios e injusticias que la sociedad y los poderes públicos que la gobiernan descargan sobre aquella «gente», compuesta por los individuos más débiles e ignorantes. El clérigo francés, en su libro, muestra, asimismo, su asombro por el comportamiento, que juzga como producto de la cobardía y complicidad con el poder, de quienes, según él, deberían allegar algún remedio, siquiera fuese paliativo, a «tantos males y desórdenes tan grandes y tan detestables». La actualidad de las ideas de Jean de Meslier, expresadas en su originalísimo libro, resulta tan indiscutible como inquietante. El inteligente clérigo se hallaba al tanto de la necesidad de la existencia en todo orden social, para que sea justo e incluso viable, de una minoría de ciudadanos, precisamente la más instruida y favorecida por dicho ordenamiento, cuya función primordial consista en la vigilancia, crítica y censura del poder político constituido; es decir, de una porción de la sociedad dedicada a denunciar los abusos cometidos contra la libertad de todos, en especial de los más desfavorecidos y perjudicados. El escaso número de ciudadanos, provistos de dicha disposición crítica hacia el poder -que actúan como conciencia ética y política eficaz frente a los abusos de aquél-, en la sociedad española de nuestro tiempo, supone un gravísimo problema, al que se ha enfrentado entre nosotros, con toda energía, Antonio García-Trevijano, y cuyo resultado más visible es -junto con la publicación de un puñado de libros pioneros y relevantes- la constitución hace apenas cuatro años del Movimiento Ciudadano hacia la República Constitucional, el MCRC. La función de dicha minoría o porción en la Grecia arcaica, a la que García-Trevijano, remontádose a dicha época, ha denominado laótica -recuperando la voz griega laós, tomada de la Ilíada y la Odisea, que expresaba la parte activa y viril de la comunidad de entonces- era la de tomar «parte en acciones de guerra o de conquista política a favor de un jefe heroico con el que voluntariamente se identificaba» y, más tarde, en la Grecia democrática, era participar en las decisiones políticas y en el gobierno de la ciudad. En la sociedad civil de nuestros días, dicha función debería consistir, «mutatis mutandi», en la acción política, más o menos coordinada, de partidos y asociaciones, y en la formación de una opinión pública; acción política y opinión pública dirigidas, tanto a vigilar y controlar el poder político del Estado como a integrar los intereses e ideologías que en la sociedad pretenden abrirse paso hasta alcanzar el poder del Estado. Mas en la España de la Monarquía de partidos y del Estado de las autonomías, privada de libertad política, y por tanto, despojada de eficaces garantías del sistema de libertades individuales y sociales, así como de los instrumentos políticos necesarios, es decir, asociaciones políticas civiles -y no partidos instalados en el Estado- y verdadera opinión pública -y no opinión publicada de los partidos a través de sus propios medios de comunicación o de medios que dependen de él-, la porción o minoría laótica de la sociedad ha de actuar, principalmente, como grupo constituyente de la libertad política y de la democracia, convirtiéndose en lo que García-Trevijano ha denominado, muy expresiva y sugestivamente, el «tercio laocrático». Si a la siempre difícil tarea, al heroísmo ético y a la inagotable energía espiritual que exige aquella actitud incesante y celosa de vigilancia en defensa de la libertad que se encuentra en el fondo del alma humana -y tal tarea, según Francisco Ayala, debe protegerse y conservarse dentro de la sociedad para que ésta pueda ser verdaderamente civilizada-; si a aquella disposición heroica –digo- se añade una nueva misión laocrática, es decir, la conquista de la libertad política, y esto significaría afianzar de una sola vez y para «siempre» todo el sistema de libertades del individuo, es decir, el conjunto de libertades personales, sociales y políticas, no cabe duda de la difícil y decisiva tarea que ha sido puesta en nuestras manos. Mas la conciencia de una tarea tan noble, de un ideal tan elevado, para el MCRC no puede significar más que un efectivo acicate para seguir luchando, precisamente, en pos de la libertad colectiva.