Ministro de Industria (foto: FICOD) Mitología económica Explicar a los españoles que la elevada tasa de desempleo que padecemos, agudizada por la imposibilidad de volver a crecer lo necesario para generar la actividad, es consecuencia del desmantelamiento sin alternativa del tejido productivo del desarrollismo franquista en beneficio de unos pocos; equivaldría a denunciar el verdadero rostro de la Monarquía de partidos. Por eso es imposible que en el espacio público restringido —radio, prensa y televisión— pueda concebirse algo así. No obstante, les es necesario ofrecer una interpretación oficial que además sirva de base para preparar el siguiente movimiento corrector, en el que, naturalmente, tendrán que pagar los más débiles a pesar de ser la mayoría, ¡qué por todo esto la Constitución de 1978 prohíbe la representación política! Así, nos hablan de cambiar el “modelo productivo”. ¡Hombre!, productivos, productivos, lo que se dice productivos de verdad, son los sectores primario y secundario. Si acudimos a los datos del último Directorio central de empresas del INE (DIRCE enero de 2010) para fijarnos en el número de ellas por sectores económicos: nos encontramos que de las 1.774.302 registradas con asalariados, ¡solamente el 12,9% se dedica a la industria!; pero, es que el sector agrícola, ¡no existe como tal!, solamente se contemplan, aparte del citado, la “construcción”, el “comercio” y el “resto de servicios”. Además, según el DIRCE, las empresas con más de veinte trabajadores solamente son el 4% del total. Curiosamente, los datos de la relación sectorial respecto al número de trabajadores por organización empresarial, cosa tremendamente significativa, no se contemplan en el estudio. Con este panorama, no se trata de “cambiar el modelo productivo”, sino de tenerlo. Otra de las cantinelas a la que se acude es aquello de “mejorar la competitividad de nuestra economía”. Naturalmente, eso de la “competitividad” no se refiere al hecho de competir con los demás. Como miembros de la UE nuestras relaciones comerciales con terceros países no son libres. Y dentro del Mercado Común, las especializaciones ya se decantaron según el peso político-económico de cada Estado. Los gobernantes españoles de entonces aceptaron embridar en cuotas la agricultura, desamparar la potencia pesquera y desmantelar la industria, ello a cambio de la homologación política y del acceso de una élite a las finanzas y negocios internacionales. La caída del comunismo y el fin de la política de bloques sellaron el desastroso destino de la economía política del Juancarlismo. No existe consenso en la literatura económica acerca del significado de “competitividad”. Suele distinguirse un nivel micro, relacionado con la eficiencia y la inversión en tecnología de las empresas. En España, con un 96% de pequeñas y medianas empresas (DIRCE), que fundamentalmente se nutren del mercado interno, no hay escala suficiente para ello. Respecto al macro, las condiciones del entorno nacional excluyen la política monetaria, en manos de los mandamases de la UE desde la calamitosa entrada en el euro. Resultando imposible una devaluación de la moneda para mejorar la competitividad, solamente queda fijarse en la relación “costes salariales”/”productividad”. Mejorar ésta última supondría, entre otras cosas, una reforma educativa capaz de formar trabajadores cualificados; pero, con ello, se correría el riesgo de que los estudiantes, ahora idiotizados desde la escuela pública, pudieran descubrir la verdadera naturaleza del régimen de partidos. Así, por eliminación, todo presiona sobre el sueldo de los trabajadores. En la industria manufacturera, los costes laborales en España están por debajo de la media UE. Respecto a la remuneración salarial, el INE no es fiable, y aquí es difícil encontrar estadísticas. Acudiendo al United States Department of Labor (datos de 2008), el salario por hora en España es de 27,71$, netamente inferior a la media europea, a la de la zona euro y hasta ligeramente a la de la OCDE (para hacernos una idea, en Alemania son 48,22$; en Francia 41,94$; en Reino Unido 35,81$; y en Irlanda, uno de los pigs, 44,8$). Por otro lado, dentro de la rigidez que se achaca al “mercado laboral español”, la escasa movilidad en el trabajo es consecuencia de las características del entramado empresarial, así como de otros factores, fundamentalmente el elevadísimo precio de las viviendas y de la necesidad de que ambos cónyuges trabajen. Sin embargo, la reducción de los salarios es el único lugar natural al que puede dirigirse el Estado de partidos, lo que a la larga hará caer el consumo interno realimentando el desastre. Tal proceso ya se ha forzado, pues, ¿cómo explicar que España, que siempre ha tenido una tasa de paro muy elevada, llegando hasta a doblar la media de la UE, sea a la vez quien mayor porcentaje de inmigración absorbe?