Conversación (foto: warein.holgado) Abuso lingüístico La más hermosa de las criaturas, el idioma, está siendo violada con impunidad. La función vestal de los encargados de defender la pureza virginal de este tesoro se limita a describir la pornografía del atropello. Nuestro propósito es ofensivo. Atacar, no a la violación en sí, como deshecho gramatical, sino a los móviles bastardos de los violadores como hecho político. Ridiculizar la grosería idiomática desvelando la fabulación ideológica de donde proviene. La innovación terminológica sólo está justificada cuando responde a la necesidad de designar un nuevo concepto; la novedad estilística cuando sintoniza con la moda, la gracia o el capricho estético de las nuevas generaciones. Las originalidades en el lenguaje, sin estos presupuestos, no significan más que degeneración o barbarie. El periodismo político, en lugar de prever el futuro mediante el análisis del movimiento de la realidad social, trata de averiguar las intenciones del poder auscultando, como los sordomudos, las vibraciones de aire –flatus voci- producidas por el movimiento de sus labios. Sin conocimiento y sin intuición de la gramática, los periodistas de los medios de comunicación oral repiten los engendros de dicción de las personalidades en boga. La infamia de los famosos, la mala palabra de los que tienen fama de tenerla buena, está alimentada por especialistas en ocultar el mal que hacen, o el bien que evitan, mediante deformaciones del sentido propio de los vocablos, que son violentados para no comunicar ideas o sentimientos sino apariencias o imágenes engañosas. La transición política inauguró la enseñanza de esta especialidad poniendo al frente de la facundia “deslenguante” a dos profesores en demagogia. La fraseología de los distintos Presidentes del Gobierno, sus habituales defectos de expresión gramatical y literaria, su forma personal de mal decir denuncian, más que inhabilidad oratoria, un mal pensamiento conceptual de la democracia y un avieso propósito político. Otra cosa es que alguno de ellos sea considerado un buen comunicador por la sintonía que se produce entre la confusión de su pensamiento y la falta de claridad en una sociedad civil confundida por la seguridad que trasmite la ambición de poder a un pueblo débil. Pero lo que se concibe mal se enuncia confusamente y las palabras para decirlo llegan torpemente.