Mientras los españoles estaban dispuestos a extasiarse ante un nuevo despliegue de belleza futbolística sin imaginar siquiera que los suizos pudieran derribar a la “Roja” del pedestal donde la han situado, el Gobierno ponía en marcha la tramitación de la reforma laboral reclamada por las fuerzas vivas de la corrección económica internacional. No hace mucho, Zapatero seguía entonando la oración socialdemócrata de la protección de los más vulnerables en época de crisis, ya que cuando hay disputa de intereses entre débiles y poderosos, la libertad económica oprime y la ley libera, sobre todo la que en épocas de desempleo protege a los asalariados de los dictados de los empleadores. Sin embargo ahora, el presidente, capaz de empaparse de los fundamentos de la economía en un par de tardes, recibe una clase de asesoramiento que le induce a abaratar y facilitar el despido (33 días de indemnización por año trabajado en lugar de 45 y despido procedente en las empresas que atraviesen dificultades) con el fin de fomentar el empleo. Otro de los objetivos de esta reforma, según la señora vicepresidenta Fernández de la Vega, es reducir la excesiva temporalidad de la que adolece el mercado laboral español, fomentando los contratos indefinidos. Además, el Gobierno pretende hacer compatible semejante intención con el salvoconducto que se le proporciona a las Empresas de Trabajo Temporal (ETT) para que puedan maniobrar también en el sector público. Esta última medida ha acabado por soliviantar a los sindicatos estatales, que anuncian la convocatoria de una huelga general después de las vacaciones veraniegas. Así pues, la cultura financiera de un endeudamiento disimulado a conciencia por medio de un sistema fraudulento basado en malversaciones contables, beneficios ficticios y pirámides complejas de sociedades offshore ensambladas unas con otras de modo tal que el rastreo de dinero y el análisis de las cuentas sea imposible, desemboca en la necesidad, perentoria en el caso español, de una nueva cultura laboral en la que el Gobierno cumple su deber “progresista” de favorecer la productividad (o trabajar más cobrando lo mismo o menos, como indicaba hace unos días el gatazo de González: “gato negro o gato blanco, lo importante es que cace ratones”) y donde los sindicatos, en lugar de anacrónicas movilizaciones reivindicativas, deberían sacrificar el egoísmo de los trabajadores en el altar de los lucros empresariales. Como se echa en falta alguna medida para combatir la precariedad laboral de los jóvenes, el Gobierno podría incentivar su contratación de esta manera: en vez de pagar a sus becarios, deje que ellos le paguen a usted ¡Organice un Máster subvencionado!