Mitin de Zapatero en Puertollano (foto: Zapatero 2008) La mentira política: causa-efecto moral Zapatero, el presidente que surgió de la mentira del 11-M, miente. Ya no será el defensor de los desfavorecidos, sino el favorecedor de sus defensores y el desfavorecedor de quien sea necesario. Nuevamente el gobernante queda impune. Y es que el súbdito mira la mentira de los políticos profesionales como se contempla un asunto privado y no como lo que es: una aberración pública. Lógico, pues el trasfondo moral de la mentira, si esta es política, implica a todos los elementos de la jerarquía social. La atmósfera vigilada y despresurizada de los regímenes que sin apariencia de totalitarismos niegan la libertad -verbigracia la dictablanda de Franco y los gobiernos que desde entonces han sido en España- da lugar a un desenfrenado copo del espacio que la regresión del Estado deja vacante. En todos los sociotopos que permiten cultivar el hedonismo más frívolo (comercio, familia, religión, espectáculo, arte, ocio, erudición, deporte…) la población arrojada de palacio para que sea dueña de la calle tiene el privilegio de mostrar el camino de la picaresca a la propia clase política. Nada tiene de extraño esta situación si recordamos que todo, absolutamente todo, surge inicialmente de la sociedad civil aunque en situaciones de asfixia política sus productos estén necesariamente exentos de virtud. El hábito mezquino de mentir se extiende en situaciones de servidumbre política. La mentira vulgar y la hipocresía insensible no son sólo la herramienta del oportunismo amoral, sino la consecuencia directa de la para-política generada por el paradigma falsario, por el aceptar ser siervo. “Conspiración a plena luz” denominó Arendt a esta situación: la mentira no es aliada del secreto o la élite, sino de la difusión y la masa. Como resultado asistimos al curioso hecho de que mientras en lo político es necesario asumir que todo es trasparencia -incluida la natural opacidad o secretismo de Estado-, que el poder y sus instituciones (no sus personas) son honorables, en la política y en la vida “no política” se asume todo lo contrario. De esta manera el engaño, la desconfianza y la difamación son los presupuestos vecinales de las sociedades sin libertad ciudadana y, a su vez, la opinión es el presupuesto de la sabiduría. Porque epistemológicamente, como comprendió Platón, la mentira toma forma de opinión, pues esta, para mantenerse a salvo (paradigmatizarse) permite a su portador dudar a conveniencia de los hechos sobre los que se piensa o discute. Y aquí la mentira es menos falaz que la verdad falseada pues aquella acepta, al menos, un acuerdo tácito acerca de sobre qué se está mintiendo, como muestra ingeniosamente el célebre chiste freudiano. Así, en el ambiente de ficción política que respiramos, la mentira para con uno mismo -que Rousseau, Kant y tantos otros decían imposible- es posible; el imperativo categórico sufre un estado de excepción. También, como dice el mismo Kant, lo sufre el lenguaje. La impostura política es una mutilación intelectual y física y da lugar a la genuina ausencia de la libertad de expresión, pues esta requiere de la capacidad de poder mentir si se desea, es decir, de ser inherentemente veraz. De ser humano.