PATRICIA SVERLO.

“El pobre nació ochomesino”, escribe Doña María de las Mercedes, madre de Juan Carlos, en sus memorias, “y tenía los ojos saltones…” Era horrible. Menos mal que enseguida se arregló”. Fue el 5 de enero de 1938 en Villa Gloria, en la calle 112, de Roma, casi en la periferia; un barrio de la mediana burguesía. Juan Carlos Víctor de Borbón y Borbón fue bautizado en la capilla de la Orden de Malta por el cardenal Pacelli, más tarde Pío XII (1939-1958), el papa que colaboró con el fascismo y que el 1 de julio de 1949 condenó el marxismo en un acta del Santo Oficio.

Era el primero hijo varón de Don Juan, conde de Barcelona, heredero del inexistente trono que había perdido su padre, Alfonso XIII. Nació cuando los golpistas que luego le educaron y le hicieron sucesor de Franco contaban con el apoyo de Hitler y Mussolini, y mientras la República legal, salida de las urnas, luchaba por su supervivencia en la batalla de Teruel, una de las más cruentas de la Guerra Civil. Pero aquélla no era ni la primera ni la última casa real, cada una desde su exilio respectivo, que seguía echando cuentas para averiguar a quién le tocaría ponerse la corona si llegaba el momento. Europa estaba llena de pretendientes al trono de España.

Que Juan Carlos fuera el heredero de los Borbones no era precisamente una cosa que cayera por su propio peso. Una dificultad nada despreciable era que había nacido fuera de España. Ni siquiera tenía derecho a la nacionalidad, puesto que su abuelo la había perdido junto con la corona, por decreto republicano, como castigo por su complicidad en el golpe de Estado de Primo de Rivera. Además, una antigua ley que regulaba las normas de sucesión de la Corona española (el Auto Acordado de de 10 de mayo de 1713) , pensada en contra de los archiduques austríacos para que los Habsburgo no volvieran a España, establecía que nacer en el extranjero era un impedimento para poder acceder al trono. Pero esta ley ya se la había cargado según su conveniencia otro Borbón, Carlos IV, que también había nacido fuera de España, sustituyéndola por la famosa Pragmática Sanción de 1789, que es la que aún está en vigor. Los Borbones siempre supieron componérselas muy bien y arreglar las leyes a su medida.

También era necesario pasar por delante de varias mujeres para poder llegar por una línea torcida a Juan Carlos, basándose en el hecho de que los varones, porque así lo había decidido la Casa Real, siempre tienen preferencia. Ésta es sencillamente una más de esas normas que, como todas las que afectan a la monarquía en general, no tienen nada que ver con la justicia ni con la razón. Apenas había nacido, Juan Carlos ya era considerado mejor y más digno que un numeroso grupo de mujeres de sangre real. No hace falta retroceder mucho en el tiempo, a la época de Alfonso XII, para ver que pasó por delante de la primera y la segunda hija de éste, María de las Mercedes y María Teresa, y de toda la descendencia de las dos. La voluntad divina también pasó por alto a las hermanas mayores de Don Juan, Beatriz y María Cristina; y a la hermana que Juan Carlos ya tenía cuando nació, Pilar.

La injusta línea dinástica también había esquivado a unos cuantos hombres. Alfonso XIII había designado como heredero, con el título de príncipe de Asturias, a su tercer hijo vivo, Don Juan, mediante la exclusión de otros dos hijos debido a sus deficiencias. No era una práctica nueva. Carlos III ya había excluido a su primogénito, Felipe, por su “imbecilidad notoria”, declarando que “después de haberlo intentado por todos los medios posibles , no han logrado descubrir en el desgraciado príncipe, mi hijo mayor, el menor rastro de juicio, de inteligencia, ni de reflexión”. (Continuará mañana).

 

 

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