Toto, creo que ya no estamos en Kansas, dice Dorotea. (foto: FotoRita) Zapatero sigue en las nubes La mezcla de varios vicios y cualidades crea personalidades cuya intrincada composición da lugar a naturalezas morales de ardua definición y difícil explicación. En otra categoría, nos topamos con caracteres simples, en los que un defecto o pasión dominantes, informa o deforma al sujeto. En el caso de Zapatero, no hay que escudriñar gran cosa para ver los fogonazos de un vacuo optimismo y los destellos de una santurronería laica: “El paro ha tocado techo y dejamos atrás la recesión” ¡Alabado sea el Señor cuyos inescrutables designios marcan un nuevo rumbo a la economía mundial, y de paso, a la española! Y es que Zapatero, a la manera de un gnóstico que, merced a su conocimiento intuitivo, está en el secreto de las cosas divinas, parece estar en posesión de una verdad soteriológica de carácter socialdemócrata, que acabará cambiando y salvando a la humanidad. En una especie de sustitución de la religión por la ideología, el Jefe del Ejecutivo, que ignora lo que es la democracia y la política, cree que el principio de ésta reside en la igualdad y no en la libertad, y el de aquélla, en la eliminación del conflicto para lograr el advenimiento de la paz social. El no reconocimiento de la realidad constituye el principio fundamental de este iluminado a base de simplezas, el cual adopta el vocabulario que describe el entorno, pero alterando su significado, o en una vuelta de tuerca cabalística, dictamina que las palabras ya no reflejan la realidad: la crean (Dios y el nombre de Dios son la misma cosa). En su mundo de ensueño, el presidente confía en seguir disponiendo, pronto, de todas las posibilidades, y revoloteando en el País de las Maravillas, no se decide a bajar de la estratosfera para entrar en el cercado de lo real. Aunque Zapatero no haya tenido más remedio que admitir –tardíamente- la existencia de la crisis y de sus peligros, continúa sin afrontarlos adecuadamente. Prefiere exorcizarlos con conjuros mágicos, resoluciones inanes, operaciones de cosmética propagandística, declaraciones de intenciones que no son más que la cansina retórica de la partidocracia (como decía Julio Cerón: ¡consenso, consenso, consenso! en lugar de ¡Franco, Franco, Franco!), desmemoriadas memorias históricas, ridículas condenas morales de la avaricia que nos consume y llamamientos a la opinión mundial para alcanzar la armonía civilizatoria. Merced a la nulidad y complicidad de Rajoy, este poderoso aprendiz de brujo confía en que una mayoría suficiente de españoles siga sorbiendo sus pócimas.