En el “Día de la patria vasca”, el presidente del PNV, Iñigo Urkullu, ha lamentado que “la atomización sin precedentes” que sufre el nacionalismo vasco haya permitido el éxito del bloque constitucionalista, que ha paralizado una Euskadi en proceso de construcción. Hablando del Aberri Eguna, conviene recordar que el País Vasco se ha dotado de un himno que procede del PNV y es en realidad el “Himno de la raza vasca”, de una bandera –la ikurriña- creada por Sabino Arana, y de una denominación, Euzkadi, que es otra invención de Arana, cuyo valor etimológico fue objeto de chanza por Miguel de Unamuno, entre otros. Por otro lado, el euskera unificado es una “construcción” político-lingüística del siglo XX. Anteriormente, los distintos dialectos planteaban serios problemas de comunicación entre los “vascoparlantes” de diferentes comarcas.   El ideario racista del fundador del nacionalismo vasco es sobradamente conocido; sus alucinaciones históricas ejemplifican cómo se construye el nacionalismo: afirmando una soberanía futura a partir de una mítica o inexistente realidad pretérita. Basado en una singularidad racial y en una lengua cuyo uso algún clérigo vasco atribuía a Dios para hablar con Adán y Eva en el paraíso terrenal, el pueblo vasco habría sido libre desde tiempos prehistóricos, defendiendo ferozmente su independencia a lo largo de los siglos (la resistencia frente al Imperio no era óbice –tal como está documentado- para que muchos vascones sirvieran en las legiones romanas) para ser finalmente sojuzgado por los castellanos. En realidad, los fueros no constituyeron la prueba de una independencia originaria que los reyes castellanos habrían reconocido, sino por el contrario, un privilegio otorgado por éstos en reconocimiento de la fidelidad vasca.   Así pues, siguiendo el sinuoso curso del “pensamiento araniano”, nos encontramos con un pueblo vasco actualmente contaminado de mestizaje (maketos) y oprimido por una raza inferior, la española, de la que ha de sacudirse el yugo, retornando a aquel pasado de pureza idílica.   Prat de la Riba, que también fantaseaba sobre una nación catalana anterior a los romanos, consideraba “africanos” a los españoles que acampaban al sur del Ebro. La contraposición del laborioso e ilustrado lugareño frente al vago e inculto charnego, o la imagen de una Cataluña sosegada, civilizada y “europea” frente a una “piel de toro” crispada y garbancera,     son     lugares    comunes    del nacionalismo catalán que, aunque recuerde periódicamente el atropello de sus libertades cometido por Felipe IV y Felipe V, prefiere recalcar el supuesto expolio económico que sufre desde hace varios siglos. Lo que no les interesa recordar es que el desarrollo económico de Cataluña, a lo largo del siglo XIX y parte del XX, se debe al proteccionismo que reservó el mercado peninsular para los productos catalanes.

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